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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-10-1899 página 4
BLANCO Y NEGRO MADRID 14-10-1899 página 4
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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-10-1899 página 4

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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En sus ratos de ocio, que son oasi todos los del día, se le ve en el Retiro. ¿Qué hace? ¿Pasear? So. Recoge piedreoillas, se va al estanque y las va tirando una á una para que formen circuios, que por la superficie tranquila se dilatan, que después se cruzan y se eombinau forman do flores y dibujos caprichosos que son el encanto de Chinitas. ¡Con qué placer contempla las lindas armonías de las ondas! ¡Con qué placer y con qué gratitud! ¡Gratitud es la palabra, por más que parezca extraña! ¡Que el estanque, un estanque tan grande, tan hermoso, tan regio (pensaba Chinitas) se tome el trabajo de formar tantos y tan perfectos dibujos por complacer á Chinitas y recrear sus ojos, y que esto se consiga sólo con tirar unas cuantas chinas, es cosa que admira al pobre muchacho y que le inunda el alma de gratitud! Y no hay nada que decir en contrario: él ha visto que á veces otros chicos lujosos, aristocráticos, con criadas, doncellas y lacayos, ó con elegantes mamas, hacen lomismo, tiran piedras al agua; y el estanque ¡será bueno! forma ios mismos dibujos para todos. Quizá los de Chinitas son más ricos en fantásticas eojubinaciones. Esto es de agradecer, muy de agradecer. Porque, pensaba Chinitas, que por mí se formen esos círculos, bueno; pero ¡tan perfectos, tan redondos! Para un chico desarrapado, sucio, sin padres ni hogar, podían formarse si es de ley que al arrojar una piedra, de todas maneras han de dilatarse en el agua; pero era natural que se dibujaran de mala gana, desiguales, rotos, de bordes indecisos. Pues nada de eso: redondos, perfectos, como respondiendo con bondad y cariño á las solicitudes chinescas de Chinitas. Chinitas no había nacido para cultivar el negro pesimismo de nuestros días: sentía gratitud para con el Universo en general, para con el Retiro en particular, y muy especialmente para con el estanque grande por sus bondades, atenciones y deferencias. De este afán de recoger piedreoillas y de arrojarlas al agua le vino el nombre de Chinitas. Este punto está perfectamente comprobado por la historia del pequeño golfo. Y aquí llegamos al acontecimiento más trascendental de la vida de Chinitas. Conque punto y aparte. Era Tina noche, y de invierno por añadidura, y fría y lluviosa. Chinitas se retiraba á su alcoba con la conciencia tranquila, pero con el estómago vacío, y tiritando. Se ha observado que el poco peso en el estómago aligera mucho la conciencia, y que el frío la entona. La alcoba de Chinitas era un portal bastante profundo y con escalón de piedra. Al apoyar la mano en él suelo encontró un objeto plano, redondo y pequeño: debía de ser una moneda; ¿sería una pieza de dos cuartos? (aún no se habían inventado los perros grandes y chicos) No; era más pequeña. ¿Acaso una peseta? Chinitas se estremeció de placer al pensar si sería una moneda de plata. La noche era obscura, muy obscura, y no se podía ver el color de la moneda. Mirándola con mucho afán y con los ojos muy abiertos estaba el pobreoiUOj cuando pasó un ooobe particular, cuyos faroles brillaban con gran intensidad, arrastrando dos redondeles de luz á lo largo de la calle. Al pasar frente á Ciiinitas, la luz dio en la moneda, y esta vez sí que Chinitas se estremeció de veras. Fué un desvanecimiento, un vértigo, un relámpago, una sacudida, todo á la vez. ¡Era una moneda de oro! ¡una pieza de cuatro duros! ¡una isabelina! El le había visto una al maestro de robar pañuelos; no se le despintaba. Pasó el coche; todo quedó á obscuras; Chinitas en pie, aturdido, oprimiendo el tesoro en su mano crispada; goteando la lluvia, soplando el viento, y el frío apretando de veras las carnes desnudas, aunque no tanto como los dedos del granuja la dorada isabelina. Habrá sido una ilusión? ¿No será un cuarto nuevecito? ¡Pasó tan de prisa la luz! ¡Fué un instante, sólo un instante! ¡Así se ven las ilusiones; así pasan; tan hermosas parecen; tan obscuras se quedan después, como la moneda de Chinitas! I Era preciso salir de la duda; á lo lejos cruzaba un sereno con su farol; hacia él se fué el chicuelo. Pero antes de llegar se detuvo. ¿Y si el sereno cree que ha robado la moneda y se la quita? No; es una imprudencia; las ilusiones y las monedas de oro hay que guardarlas mucho, porque si no, nos las arrebatan. Chinitas no pensó en dormir, ni en el frío, ni en la lluvia; calle abajo se fué buscando u n farol que alumbrase bien. En aquella época y aun hoy, ésta es empresa dificilísima. Al fin escogió uno, se detuvo y miró otra vez la moneda. ¡Sí, de oro, de oro parecía! Pero el viento agitaba el mechero de gas y no se podía ver bien y seguido. ¡Siempre vientos caprichosos perturban nuestras ilusiones! A buscar otra luz más tranquila; otra luz para ver la moneda, Y así pasó el pobre chico toda la noche: Corriendo por las calles, buscando mecheros de gas que alumbrasen bien y con luz tranquila; sin sentir el frío, sin sentir el viento, sin sentir el sueño, empapados sus harapos por la

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