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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-07-1898 página 8
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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-07-1898 página 8

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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iW -4 JiiüP. íí li HH -t tií DURANTE LA GUERRA La Puerta del Sol no h a cambiado de sitio, á pesar de la guerra. Sigue estando donde estaba y sirviendo como antes servía de refugio al vago, de patio al Ministerio de la Gobernación, de cochera á los tranvías, de campamento á los tomadores y de mercado á los periodistas y á los vendedores ambulantes. Lo mismo puede decirse de las demás plazas y calles de Madrid. Pues si el aspecto característico de la población madrileña no h a variada, ¿en qué se conoce en Madrid que hay guerra? E n las conversaciones. La gente hace exactamente lo mismo que antes hacía: puebla las mismas calles, concurre á los mismos paseos, se estaciona en las mismas esquinas; pero antes hablaba de todo, y ahora habla exclusivamente de la guerra. E n fin, huyendo yo cierta tarde de que todo el mundo me pidiese noticias de allende los mares, como si tuviera algún tío en Indias, me subí á la parte más alta de Madrid, que es, según creo, el barrio de los Cuatro Caminos, barrio donde deberían vivir todos nuestros políticos, para irse por esos cuatro caminos al que se fué por uno sólo el modestísimo p a d r e Padilla. Monté p a r a regresar á Madrid en u n tranvía, muy satisfecho de la hora pasada sin que nadie me pidiera ni me encajase noticias bélicas, y ¡oh dolor! apenas el tranvía se puso en marcha, comenzó el mayoral, rienda en mano, á referirles á dos paletos que en la plataforma delantera iban, todos los acontecimientos guerreros que hemos padecido y todos los que tenemos todavía que padecer, de la siguiente manera: -Vosotros no sabéis lo perros que son los yanquis, porque para eso hay que leer los papeles y enterarse bien. Los yanquis, como aquel que dice, nos h a n arrodeado la isla de Cuba p a r a que no haya allí mantención, que es por mala comparanza como si yo atara á la parienta en medio de la cocina sin que le llegase más que el olor del cocido, y á eso llaman el bloqueo. Claro está que la parienta, no pudiendo mover mano ni pierna, estaba aviada. ¡Mulaaal Pues eso es lo que han hecho los yanquis; sólo que como á nosotros no se nos encoge el ombligo, en cuanto se descuidan los yanquis, ya estamos metiéndole la sopa á la parienta, quiero decir á Cuba, con cuchara, y de ese modo va tirando. Podrá ser cierto, pensaba yo, que Cuba vaya tirando de ese modo, pero no lo es que las muías de este tranvía tiren de ninguno. I b a n las condenadas á paso de buey, y de vez en cuando volvían las orejas también ellas 1 para oir el relato bélico del mayoral. Claro está que e l auriga, distraído con arrear á los yanquis, no las arreaba á eUas, y gracias á que íbamos cuesta abajo hasta parecía que caminábamos algo. Y sí que caminábamos, porque el mayoral saltó de Cuba á Filipinas como u n ministro de Ultramar, sin enredarse siquiera en las riendas. -Aquello de Filipinas h a sido u n a gran cochinada, dijo. E s como si yo empezase á navajazos con vosotros, y vosotros no tuvierais una mala herramienta; ¿pues qué había de suceder? que os comía vivos, aunque maldito lo que me aprovecharía. Pues después de poneros como una criba, figuraos que llamaba al cobrador para que os atizase candela por otro lado- Oye, tú, dijo en esto el aludido, que acababa de cobrarme la perra del asiento, á mí no me compares con Aguinaldo! -Bueno, pues al encuartero. -E s e sí, porque ya está acostumbrado á tratar con los yanquis. -Bueno, pues figuraos que llamaba al encuartero. ¿Y qué hacen las potencias? interrumpió el cobrador, que debía tener aficiones diplomáticas, -iTomal contestó el mayoral, achantarse hasta que nos vean m i s m a m e n t e en u n apuro, para vendernos más caras la pólvora y las balas. Ello es, y desisto de seguir copiando la conversación, que desde los Cuatro Caminos hasta la Puerta del Sol fué el mayoral del tranvía hablando de la guerra, con gran contentamiento de los paletos y de las muías. Hizo toda clase de juicios, expuso toda suerte de planes y aventuró todo género de profecías. lY n o atropello á n a d i e l Tardamos en el viaje cerca de u n a hora. Al apearme en la P u e r t a del Sol me preguntó u n amigo: ¿Qué se sabe de Filipinas? Y yo, señalándole al mayoral, le respondí: ¡Pregúntaselo á ese! No pudo ser. Había bajado de la plataforma. ¿Dónde iba? Tampoco puedo decirlo. No he de ser yo menos que los ministros: el patriotismo me impide declararlo! G m í s DE PA 8 AM 0 NTE

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