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BLANCO Y NEGRO MADRID 11-08-1894 página 6
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BLANCO Y NEGRO MADRID 11-08-1894 página 6

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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502 dicos de Madrid y Las Noticias al caer de la tarde, son las únicas notas de la tierra que desentonan simpáticamente en ese concierto madrileño formado por la sociedad paseante de la Concha y por la sociedad sentada del boulevard. ¿Quién es el afortunado m o r t a l que consigue sentarse j u n t o á u n velador del café de la Marina en estos días de Agosto? Los más se quedan soplando la cuchara ó la cucharilla, del café. L a concurrencia ocupa el interior, los veladores de la acera, sale al arroyo, pide sillas y más sillas como pedirá más tarde caballos en la plaza, y poco á poco el famoso establecimiento del Suizo viene á resultar u n Café hasta la pared de enfrente. Da gusto ver en San Sebastián los guardias municipales en su propia tinta. ISTegros, severos, correctísimos, con su casco de fieltro en la cabeza y su vara de virtudes en la mano, parecen bomberos ahumados después de u n incendio ó soldados romanos en el más riguroso de los lutos. PASEO DE LA CONCHA Por todas partes so les ve cimbreando el bastón, negro como el de los antiguos alguaciles, y luciendo el casco por calles, paseos y encrucijadas. El A y u n t a m i e n t o quiere demostrar, sin duda, que la guardia municipal de San Sebastián no es ligera de cascos como la de otras poblaciones. De noche aparecen los serenos, con sus boinas, su farol en el vientre y una carraca m o n u m e n t a l como un arado metida en el cinturón á la espalda. Caramba! qué ruido hacen las cigarras en esta tierra! exclama el forastero que no está en autos. P e r o al instante le explican que no son las cigarras, sino la guardia municipal n o c t u r n a en el pleno uso de sus derechos musicales. La primera noche que estuvimos en San Sebastián, no habíamos acabado de t o m a r café cuando Mecadas se levantó con decisión. ¿Dónde va usted? -A la fonda; temo que me haga daño el sereno. -L- s On qué? con la carraca? Y nos metimos en el hotel de Ezcurra pensando que San Sebastián quedaba bajo la salvaguardia de u n a P a r t i d a de la P o r r a más 6 menos instrumental. Bajemos á la playa. Difícilmente habr otra en España ni en el extranjero t a n populosa, t a n animada, con u n tinte democrático t a n caraeteristieo. Aquello respetables barracones, donde puede albergarse m u y bien u n a compañía de soldados, no delatan una colonia de añistas, sino una feria do lugar con sus figuras de cera, sus cosmoramas, sus hércules y sus me fí (7 í? ¡es. Sólo cuando después de mucho rato so convence uno de que no suenan organillos, campanas n i tambores, empieza á formarse c q i c e p t o de aquella originalísima reunión. Allá se ve u n letrero, acá otro, infinidad de ellos por todos lados. ¿Anunci; án acaso la mujer gorda ó el hombre- cañón? ífada de eso; son los nombres de los bañeros ó bañeras; cada cual tiene su parroquia, conseguida á fuerza de crédito y de trabajo en muchos años de vida anfibia; cada cual tiene su trozo marcado en la playa, u n a escalera especial en la muralla con el letrero correspondiente, que dice:

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