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BLANCO Y NEGRO MADRID 25-12-1892 página 2
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BLANCO Y NEGRO MADRID 25-12-1892 página 2

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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MAW VI comenzar, en el primer número de BLANCO Y NEGRO correspondiente al año que finaliza, la improba y cansadísima tarea d e J S escribir las efemérides de los d o m i n g o s no se nos ocultaban las dificultades que habríamos de vencer p a r a encontrar cincuenta y íCsl y I S j ios hechos históricos q u e acaecidos en los días prefijados, tuvieran. verdadero interés p a r a los lectores de esta R e v i s t a y se ri -f J f l prestaran á ilustración artística, conforme á lo ofrecido en el artículo que publicamos á modo de proemio. Pero, en cambio, no pudimos entonces imaginarnos que por otras razones de índole particular, habíamos de llegar rendidos y pesarosos al acabar el año, sostenidos y a sólo por los estímulos de la constancia y del amor propio, y que al escribir hoy esta última efemérides, el sentimiento de despedirnos de nuestros harto benévolos lectores había de hallar compensación bastante en la satisfacción de dar por terminada la tarea. Satisfecha la necesidad de este íntimo desahogo, q u e en v e r d a d nada importa á los lectores, y cumplido el deber de cortesía de despedirnos d e ellos, tiempo es de que entremos en materia aprovechando el espacio, d e que hoy no hemos de andar, por cierto, m u y sobrados. E l hecho que elegimos para la primera efemérides nos trajo á la memoria el recuerdo de u n a R e i n a española cuyos altos hechos y preclaras virtudes h a n hecho su nombre famosísimo y popular en todo el mundo, que a u n canta las alabanzas de la excelsa é inmortal D. Isabel la Católica. L i fecha de hoy, en que damos por concluidos estos trabajos, recuérdanos el nombre de otra R e i n a española que, si en v i d a no ofreció notables hechos p a r a la historia, ni tuvo grandes merecimientos para la fama, por su muerte dio ocasión á la caída y al suplicio de u n o de los más soberbios y audaces privados, D. Rodrigo Calderón, cuyo nombre no es posible recordar sin que venga á la memoria el de la que supusieron que había sido su victima, D. Margarita de Austria. El día 25 de Diciembre de 1584 nació esta princesa, que era biznieta de los reyes españoles D. Felipe el Hermoso, y D. J u a n a la Loca, y u n a serie de casualidades providenciales la trajo á España para compartir el solio con el tercero de los Felipes. El padre de este monarca t r a t ó por medio de D. Guillen de San Clemente su erabajidor en A l e m a n i a el casamiento del Príncipe de Asturias con u n a archiduquesa, que falleció antes de terminar las negociaciones. Siguieron é s t a s designando otra archiduquesa, que murió, también al poco t i e m p o y después de haber tenido que prescindir de u n a h e r m a n a mayor de D. M a r g a r i t a llamada D. Leonor, por su salud delicadísima, designaron definitivamente á aquélla, quien recibió la noticia de su elección estando en un hospital haciendo las camas de los pobres. Echóse á llorar cuando recibió la noticia, y, al fin, las poderosas nizones de Estado vencieron su resistencia, poniéndose en camino para reunirse con su prometido esposo. El pontífice Clemente V I I I sabiendo que el viaje h a b í a de hacerlo p o r Italia, quiso celebrar él los desposorios en F e r r a r a donde se hallaba, y donde fué recibida D. Margarita con p m p a y magnificencia dignas del viaje, que había sido verdaderamente triunfal. Baste recordar que, según un historiador, fueron tantos los que durante el viaje acudieron á besarla la mano y cortejarla, que en el territorio de Verona se juntaron 7.700 personas, que convirtieron en numerosa corte los despoblados Recibióla en Valencia Felipe I I I que ya era R e j por haber muerto en aquellos días su p a d r e y después de haber pasado algunos días en Barcelona, donde, como en la otra citada ciudad, hubo grandes fiestas, entraron en Madrid el día 24 de Octubre de 1599. Desde entonces la Reina, respondiendo á sus deseos y á su educación, dedicóse constantemente á ejercicios de piedad y a la fundación ó al mejoramiento de conventos é iglesias, y para no tener rato de ocio, ocupábase en hacer corporales y otras labores destinadas al culto. Cuando intervino en los asuntos políticos hizolo impulsada y movi. la por frailes y monjas, que de ella se valieron para lograr la caída del Duque de L e r m a y de su protegido el Marqués de Siete- Iglesias, D. Rodrigo Calderón, caída que lograron pocos días antes de aquel en que la Reina murió (3 de Octubre de l 5 i i) coincidencia en que se fundaron las acusaciones que levantaron el patíbulo para el infeliz D. Rodrigo, de quien dijo u n poeta que Viviendo pareció digno de muerte, Muriendo pareció digno de vida L a R e i n a había dado á luz al infante D. Alonso, que fué llamado don Alonso el Caro por haber costado á su madre nada menos que la vida, y como refiere D Francisco de Quevedo en sus A nales de quince diaSy enfurecióse el sentimiento, que fué grande con la falta de R e i n a tan soberana y decían todos que la vida de Su Majestad había muerto de abreviada y no de enferma, y que de su fin tenían más culpa los malos que los males. A tanto llegó el dolor que dictaba estos delirios, cuando procuró con solicitud más cuidadosa la santa Reina enfrenar los atrevimientos de don Rodrigo y castigar la satisfacción con que afectaba ser delincuente. N a d a p u d o probarse, sin embargo, de l a p i r t i c i p a c i ó n que le achacaban en la muerte d é l a Reina; y en el tormento á q u e fué sometido, cuyo solo relato por el acta del escribano, espanta, únicamente pudieron obtener de él protestas de su inocencia, á pesar de las vueltas de cuerda que en el potro le dieron en brazos) piernas, y de los cuartillos de agua que le echaron por la boca. L a opinión condenábale, no obstante; sus enemigos no cejaban en su empeño de perderle por completo, y muerto el re) D Felipe I I I murió con él la esperanza de salvación que el desdichado tenía, y, al fin, rodó su cabeza en el cadalso, cumpliéndose así la profecía que á D. Rodrigo hizo mucho tiempo antes el epigramático Conde de Villamediana, que al tener noticia de u n a cuestión que tuvo Calderón con u n alguacil llamado Verdugo en la plaza Mayor, dedicó á aquél los dos sabidísimos versos que dicen: ¿Pendencia con Verdugo y en la plaza? Mala sefial, por cierto, te amenaza N o hay para qué decir que la muerte de la Reina produjo mayor sentimiento por todas las referidas circunstancias, aunque ya bastaba p a r a causarlo g r a n d e la fama de sus virtudes y aun de ciertas visiones milagrosas y apariciones extraordinarias que había tenido y que el vulgo crédulo refería, asombrado, haciéndose lenguas de la santidad de la Reina. Contábase que confesaba y comulgaba cada ocho días; que u n a m a ñ a n a de invierno, á las seis, oyó la campanilla del Viático y se levantó de lacama para adorarle, por ser mayor el fuego de la devoción de su p e c h o que el frío de la cruda estación que estando gravemente enfermo el Príncipe- -más tarde Felipe IV- -se había llegado á ella un niño muy lindo, asegurándola que no moriría su hijo, sin que nadie más que ella hubiera visto al tal niño ni pudiese dar razón de cómo ni por dónde había entrado y había salido. El P F l ó r e z que refiere estas y otras cosas análogas en las Memorias de las Reinas Católicas, deshácese, como es natural, en alabanzas á aquella Reina, que tiene por santa: otros historiadores, entre ellos Lafuente, acuden para juzgarla á otros testimonios más seguros que los dichos del vulgo y que las declaraciones del hermano Pedro Egipciaco, varón muy virtuoso, pero excesivamente sencillo. El citado historiador moderno copia p a r t e de u n a carta escrita e i Enero de 1600 por la h e r m a n a del R e y al Duque de L e r m a en que se refiere á ligerezas de la R e i n a que como muchacha había menester quien la aconsejara, aunque con la edad había de ir conociendo lo que debía á su hermano y á disgustos y pesadumbres de éste ocasionados por su mujer. Acaso aquellas ligerezas, que son atribuidas á la poca edad que la R e i n a tenía cuando vino á E s p a ñ a y de que luego se fué corrigiendo, eran, por lo que puede sospecharse, hijas de su extremado misticismo, y acaso aquellas pesadumbres del R e y eran motivadas por el descontento con que su mujer había accedido á casarse, poco inclinada á la vida m a t r i m o n i a l pero sea de ello lo que quiera, es lo cierto que si en este p u n t o difieren los historiadores, tampoco andan muy de acuerdo en cuanto á las manifestaciones de dolor que produjo al R e y la muerte de su esposa. Mientras el P Flórez dice que éste fué tan grande, que el R e y no quiso conocer mujer alguna en diez años que sobrevivió á la Reina, el mencionado Lafuente, citando el testimonio del puntual analista Cabrera, recuerda la extrañeza que causó el que D Felipe se entregara á los pocos días de su viudez á sus expediciones de caza y á sus habituales distracciones, no hallándose en Madrid á las honras de la malograda R e i n a que se hicieron con la debida solemnidad en San Jerónimo TELLO TÉLLEZ,

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