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BLANCO Y NEGRO MADRID 11-09-1892 página 4
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BLANCO Y NEGRO MADRID 11-09-1892 página 4

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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580 BLANCO y is EGRO otro, y viceversa; pero el respetable público es el que paga los vidrios rotos, aunque algunas veces- -pocas, en verdad- -esté á punto de romper las butacas. Con una obra mala, ejecutada malísimamente, bay razón para que salga el público diciendo: í Tiro piedras por las callesT) etc. después de haberlas tirado al escenario. La vanidad ridicula, que se confunde sin violencia con la tontería, hasta decir al escritor digo... al escribiente, cuando uno de esos esperpentos lleva su merecido: Con cómicos tan malos, no hay éxito posible, por buena que sea la obra. Y la propia vanidad estúpida hace decir, por otro lado, á los empedradores digo á los cómicos: Con obras de esa naturaleza, aunque eche uno el pulmón, es inútil: no hay éxito posible. Todos tienen razón, juntos y separados. De donde resulta que, además de consolarse, respectivamente aunque necios y vanidosos, dicen una gran verdad. No es posible pasar del taller ó del arroyo á la escena, y vencer en ella, con resultado satisfactorio, los grandes escollos. del arte de la declamación. Hay cómico (de algún modo le hemos de llamar) que no sabe materialmente el valor de lo que dice, y que hasta ignora el sencillo procedimiento de la articulación de las palabras. De la propia suerte, es totalmente imposible concebir planes y trazar escenas entre minuta y minuta, engalanado con los manguitos de la oficina. ¡Escribir una comedia con manguitos! Imposible. Los manguitos son incompatibles con el ingenio. Si la mala compañía es cómico- lírica, el evitarla deja de ser un deber y se convierte en imperiosa necesidad. Los artistas (vamos al decir) que la componen, ni hablan, ni cantan ni tienen voz ni voto. La música de las obritas que estrenan corre parejas con la letra, y trae á la memoria la frase de Napoleón, de quéjala música es un ruido y el que escucha unas cuantas partituras de esas, pierde irremisiblemente hasta la más ligera noción de la armonía. En los concertantes es donde hay que apreciar el valor (yo diría temeridad) de los músicos r m m o s y los primores de los cantantes El público es injusto algunas veces con esos artistas híbridos. Sale, por ejemplo, una tiple (guapa ella y buena persona) y principia á soltar gallos (cada uno da lo que tiene) y, en lugar de repartírselos equitativamente (que para todos hay) y volver por otros á la siguiente noche, los espectadores se enfurecen y hasta suelen decir á la tiple una que otra ferocidad. Uno porque desafina, otro porque no tiene voz, y todos porque no saben cantar, aquello es una cencerrada insufrible. Pero se acaba la pieza musical, y cuando el espectador respira satisfecho y dice: ¡Gracias á Dios! una claque formidable, especie de guardia negra despóticamente organizada, arma un ruido espantoso de estallantes palmadas, y obliga á repetir el número. En ese trance acábase la paciencia del público- -algunas veces- -y se arma la de Dios es Cristo. Por esa razón dicenlos periódicos al otro día: El público se dividió. Trataron de dividir al público -debían decir. Pasa como Dios quiere (cuando pasa) el número musical, y entra ¡aparte hablada y se agrava la situación E s decir, en honor á la verdad, yo no sé cuándo son peores, si cuando hablan ó cuando cantan. Creo que en ambos casos. Por lo cual concluyo con mi recomendación del principio. Procura- ¡oh pío lector! -evitar las malas compañías. Y si además de malas son líricas, evítalas á todo trance cueste lo que cueste. Cueste lo que cueste ver una buena compañía, á ella te debes atener y con ella te debes de regocijar. FKANCISOO F L O R E S G A R C Í A

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