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BLANCO Y NEGRO MADRID 04-09-1892 página 13
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BLANCO Y NEGRO MADRID 04-09-1892 página 13

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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BLANCO Y NEGRO. de bruces sobre la tierra y con la nariz en el polvo, ootQO quien ha cogido una chispa y la duerme boca abajo. Qué decepción para la clase! ¡Los reyes por el suelo! Aun ayer por la mañana presencie indignadísimo una verdadera profanación. Sobre el vientre de Gundemaro fué á sentarse D. Aniceta, viuda de un comadrón, que había venido al Eetiro á totáar él fresco en compañía de Ghuchilm, un perrillo de lanas que parece hijo de D. Aniceta, por la semejanza de las facciones y la caída de ojos. Chuchilm, sin respetar al personaje regio, estuvo oliéndole las orejas y despue s se entregó á ciertos desahogos que no debo nombrar porque mi pulcritud no me lo permite. El guarda permaneció impasible ante aquel hecho indecoroso, que, nos ofende á todos los que pertenecemos al ramo de reyes de mampostería. ¡Cómo está el mundo! ¡Ya no se respetan las frentes coronadas! ¡Ya los perros mancillan las regias vestiduras! ¿A qué se nos ha traído aquí? -pregunto yo. ¿A que presenciemos escenas peligrosas? ¿A que nos maltraten los chicos? La otra tarde me dieron un pelotazo en un ojo que á poco más me lo revientan, y no hace muchos días que un chicuelo soez me estuvo, hurgando en las narices con una caña. Yo siempre he tenido un natural bondadoso, pero lo de la caña no lo hubiera aguantado por nada de este mundo; y se llego á tener movimiento en las articulaciones, no es patada la que le doy al muchacho en los hocicos, para que fuera á meterle cañitas á la pelona de su madre. Parece mentira que yo, monarca esplendoroso como el que más, y honesto hasta un punto inconcebible tenga que presidir toda clase de escenas, algunas de las cuales me Sonrojan y hacen exclamar á mi vecina, Luisa de Saboya: -i A y Carlos! ¡Qué cosas tiene una que presenciar! Daría cualquier cosa por poder cerrar los ojos. -Hazte la desentendida- -la digo yo. -No puedo- contesta ella. Y aunque no queramos, tenemos que oir la conversación de los amantes madrugadores, que se entregan- á sus arrebatos íntimos, y menos mal cuando la cosa no pasa de aquí. -No seas loco- -suele decir alguna enamorada joven rechazando á su galán. -Estamos solos- -contesta él. -Los únicos que presencian nuestra dicha son esos reyes de piedra. Mira qué cara de bruto tiene ese. ¡Y el ese soy yo! A mí me da mucha rabia que me falte la plebe y que me miren con indiferencia los asiduos visitantes del Eetiro. Hay matrimonios que vienen todos los días de fiesta á sentarse cerca de mí, y ni siquiera tienen la atención de saludarme. Antes bien, prescinden en absoluto de mi presencia y me faltan al respeto. Un padre de familia apoya el pie en mi glorioso pedestal y se ata las cintas de los calzoncillos; 573 un chicuelo se me acerca resueltamente y se pone á dibujar en la parte baja de mi personalidad ilustre. Yo, aunque no quiera, tengo que presenciar escenas de familia que maldito lo que me importan. Llega un esposo, acompañado de su cara mitad y de los niños, y toman asiento en un banco próximo á mi persona. -Marianito, Venustianito, Veremundito, á ver cómo jugáis por ahí, pero no os alejéis mucho- -dice el papá. -Y tened cuidado con las botas. -No piséis con la punta- -añade la mamá. Los niños S 3 entregan al júbilo; uno de ellos hace de toro y se lanza coijtra sus hermanitos con el inocente fin de reventarlos. ¡Toro toro! -grita el hermano mayor, llamando á Venustianito con el pañuelo. El toro infantil se arranca furioso, y lo primero que hace es embestir al chiquitín. Est rompe á llorar y se refugia en el regazo materno exclamando: -Mamá, mamá, Venustianito me ha dado una cornada en el pescuezo. Entonces la mamá se esfuerza á regañar á Venustianito dioiéndole: ¡Jesús, qué chico más material! En eso te pareces á tu padre, que nunca ha tenido delicadeza y todo lo hace á puñetazos. -Mira, Eusebia- -dice el esposo- -ten la bondad de cáilary no me tientes la paciencia, -Sólo faltaba que quisieras pasar por persona íina. Precisamente tu defecto principal es el de la ordinariez. ¡Dale, bola! -No te ofendas, pero es la verdad; y si no, acuérdate de ayer noche, que la llamaste fea en su cara á D. Zenona, la del segundo. Eso es una groseríai -Pues que no se meta conmigo. ¿Quién la ha mandado á ella decir que nuestros niños tienen humor escrofuloso? Ella sí que debía retirarse del mundo y despachar á los huéspedes, que no les da de comer más que cordilla y bacalao de perro. El matrimonio acaba por pelearse silenciosamente, y como el marido tiene un genio horroroso, se desahoga dándole puñetazos á su señora por debajo de la manteleta; después dice: -Esta es la última vez que salgo á paseo contigo. ¿Lo oyes bien? La última, porque un día me ciego y te destrozo aquí, delante de todo el mundo. Yo protesto, protesto indignado en nombre de mis colegas, á quienes el Municipio trata peor que si perteneciésemos al respetable cuerpo de verduleras nacionales. No es este nuestro sitio. Llévesenos á la cornisa del Palacio Eeal, donde hemos residido durante algunos años, y córtesenos el disgusto de presenciar los desahogos de la gente cursi, las polémicas conyugales, los coloquios de horteras y modistas y todo lo demás que tiene su natural desarrollo enel Paseo délas E s tatuas, donde por mal de nuestros pecados residimos hoy día de la fecha. ¡Ay de mí -Carlos II. Por la confidencia, Luis TABOADA.

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