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BLANCO Y NEGRO MADRID 12-07-1891 página 6
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BLANCO Y NEGRO MADRID 12-07-1891 página 6

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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-x PR a TjiEN no ha visto á Sevilla, no ha vfsto maravilla y como yo deseaba mucho verla, acepté gustosísimo la invitación de mi amigo el Presidente de aquella Audiencia, para pasar con él los dias de feria. Llegué verdaderamente emocionado por los diferentes aspectos con que desde el amanecer se me había manifestado en todo su esplendor la naturaleza. Los primeros rayos de sol doraban las agudas crestas de Despeñaperros, y el tren, deslizándose lentamente por entre aquellas graníticas rocas parecía un gigante separando con sus potentes brazos los obstáculos que á su marcha se oponían, y al dejarlos atrás, los estridentes silbidos de la máquina expresaban la satisfacción del coloso atravesando inmensos olivares sobre florido suelo. El ánimo, sorprendido ante la riqueza que representa este delicioso panorama, vaga por el espacio y se adormece embriagado por el aroma de azahar que exhalan miles de naranjos y limoneros, perfumando el ambiente en que se envuelve la reina de Andalucía. Esperábame Enrique en el andén para llevarme á su casa, y cuando nos disponíamos á comer, entró un criado presentándole una carta demasiado voluminosa para ser leída á aquella hora. El sobre, escrito en gruesos y torpes caracteres, parecía puesto por un niño que no sabe escribir y dibuja las letras. Perdona- -me dijo mi amigo- -es de la cárcel y debo leerla en seguida. ¡Baro y digno ejemplo de imitación! El deber ante todo. Mientras él leía, yo admiraba el hermoso cielo que alumbraba aún, con su luz vespertina, la animada plaza de San Francisco, regocijándome con la idea de visitar al día siguiente la Giralda, cuya elegante silueta se dibujaba á mi izquierda sobre el azul espacio, como á mi frente las elevadas copas de las palmeras que rodean la Plaza líneva, que no podía ver entonces, pues me separaba de ella la filigranada fachada de la Casa Ayuntamiento. Me sacó de aquel éxtasis Enrique poniendo su mano sobre mi hombro, y entre mis manos la carta que acababa de leer. -Lee- -me dijo muy conmovido, él, que tantas sentencias de muerte habría leído quizá sin emocionarse. Y leí la siguiente carta: Señor Presidente sMañana se ve mi causa y seré juzgado. He querido explicar mi asunto al señor abogado que me ha de defender, pero su sonrisa burlona me ha hecho comprender que no le merece crédito mi historia. sPor eso me tomo la libertad de escribir á Usía, porque mañana cuando esté en su presencia no podré hablar de temor y de respeto. Perdóneme Usía este atrevimiento, y crea que soy un hombre honrado y no un ladrón. Voy á empezar por el principio. ÍTo he sido siempre un desdichado como ahora, y aunque nunca he sido rico, he tenido una época de bienestar. KMÍ padre era capataz de las Mezquitillas, y yo trabajaba en el campo. Un domingo que bajé á misa á Peñaflor, conocí á Araceli. Jío era yo el mejor mozo que la pretendía, pero ella vio en mí sin duda al más enamorado, y juntos fuimos á la blanca iglesia de Santa María, á que el Sr. Prior nos echara la bendición. La del cielo bajó también á nuestra humilde cabana, en donde nació nuestra hija. ¡Qué felices éramos! Cuando yo volvía á la noche fatigado del trabajo, y Araceli sonriente me presentaba aquel angelito, tan hermoso como ella, me sentía tan dichoso, que no envidiaba á ninguno de los señores ricos y poderosos que me habían envidiado á mí cuando salía de la iglesia el día de mi boda. i Usía encontrará mi carta demasiado larga, pero creo que debo darle todos los detalles. Cuando nos casamos, el amo ¡Dios se lo pague! nos regaló el pedazo de tierra que rodeaba nuestra cabana.

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