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ABC MADRID 01-09-2019 página 37
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ABC MADRID 01-09-2019 página 37

  • EdiciónABC, MADRID
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El cachondo Stanley Johnson, hoy de 79 años, tenía un ritual navideño, según ha contado su hija Rachel, que es novelista. Antes de la cena hacía una ronda amical por unos cuantos pubs londinenses. Espoleado ya su espíritu fraternal por el bebercio, indefectiblemente arribaba en casa acompañado de un mendigo que se había topado por las aceras y al que convidaba al banquete familiar. Stanley, escritor, en su día alto funcionario en la Unión Europea y el Banco Mundial y diputado "tory", gasta una de esas sonrisas que siempre ganan y desborda buen humor. Es un espíritu libre, que en la campaña del referéndum del Brexit abogó por la permanencia mientras su hijo mayor lideraba la campaña nacionalista "pro-Leave". Pero cuando Boris tenía catorce años, ese faro de luz cálida y su mujer, la pintora Charlotte Fawcett, se divorciaron. Supuso un enorme trauma para el adolescente y muchos creen que de ahí brota su perenne y bien ocultada insatisfacción interior. "Era el mayor de cuatro hermanos y siempre tuve que pelear por las sobras", ha comentado alguna vez Boris aludiendo a los afectos domésticos. El periodista Alexander Boris de Pfeffel Johnson, de 55 años, es un pijo inglés de manual, de los de Eton y Clásicas en Oxford y familia de cierto abolengo patricio, con un parentesco lejano con el Rey Jorge II. Aunque el hoy nacionalista inglés también cuenta con un bisabuelo turco, que llegó a ministro del Interior en el ocaso del Imperio Otomano, y gotas de sangre francesa, alemana y judía. Boris, de hecho, ni siquiera nació en Inglaterra, sino en Manhattan, y renunció a la nacionalidad estadounidense solo en el tardío 2017, previendo que pronto podía llegar a dormir en el Número 10. De enorme memoria en la universidad eran célebres sus declamaciones arrebatadas de los clásicos griegos, de aguda y dispersa inteligencia, es en realidad dos personas en una: el histrión público y el gran solitario privado, carente de amigos y que lo programa todo. La fachada muestra a un humorista iconoclasta, con su pelo rubio hoy teñido estudiadamente alborotado, sus andares pesados y su voz aturrullada y enfática. Un personaje ocurrente, que busca la sal de la provocación en sus artículos e intervenciones públicas. Es el político lenguaraz que comparó a Hillary Clinton con "la enfermera sádica de un psiquiátrico" y a las mujeres con burka con "buzones de correos". El bocazas que dijo que Obama apoyó la permanencia del Reino Unido en la UE "porque sus ancestros keniatas lo llevan a odiar este país". El Boris público que se tiró por una tirolina con una Union Jack en cada mano para promocionar los Juegos de Londres de 2012 y siempre busca fotos resultonas. La más espectacular de la última época, en Japón, cuando con un placaje en plancha casi se lleva por delante a un escolar en un partido de rugby. Cuando era ministro de Exteriores y salía a correr por las mañanas por St. Jamess Park se cuidaba de vestir un bañador de flores para epatar. Si visita a Macron en el Eliseo, pone un pie en la mesa y gana así la partida del efectismo. Como alcalde de Londres entre 2008 y 2016, circulaba en su bici a diario vestido de traje y corbata. Toda esa trabajada fachada excéntrica "un par de gin-tonics me dan alas" encanta a los británicos y le permitió convertirse en el único político denominado tan solo por su nombre de pila. Boris luce estatus de estrella de rock. Sabe que allá donde se persone en Inglaterra lo rodeará un coro de curiosos muy sonrientes, ante los que hará alguna gansada "light" para cultivar su marca. Conspicuo mentirómano Pero como dice la periodista Petronella Wyatt, su amante más sonada, con la que mantuvo un romance adúltero entre 2000 y 2004 que se convirtió en folletín de los tabloides, "Boris tiene más vueltas que un remolino". "Petsy", como él la llamaba en los días de vino y rosas, cuando cantaban arias de Puccini entonadas con espumosos por los taxis de Londres, revela un personaje muy diferente al que ve el público: un gran solitario, un hombre que no tiene amigos, que detesta las fiestas, que se acompleja cuando ha de fajarse socialmente con personas de alta valía intelectual. Un tipo que "lo tiene todo perfectamente planificado", hasta sus humoradas. "Ama los chistes, pero no es un humorista. Es inteligente, pero muy introvertido. Oscila entre la efervescencia y la duda. Tiene aspecto de hombre feliz, pero esa felicidad puede ser muy precaria". Johnson es además un conspicuo mentirómano (es notorio, por ejemplo, que fue despedido de "The Times" por inventarse citas, o que en la campaña del referéndum del Brexit hizo la promesa falsa de que saliendo de la UE el Reino Unido dispondría de 350 millones semanales más para su sanidad pública). En 2004, estando casado con su segunda mujer, la prestigiosa abogada Marina Wheeler, con la que tiene cuatro hijos, la madre de Petronella contó al "Daily Mail" que su hija acababa de abortar un vástago de Boris. El político lo negó sonoramente: "Eso es una pirámide de disparates". Al comprobarse que era cierto, el Partido Conservador lo obligó a dimitir como miembro de su ejecutiva por mentir al público. En 2009 llegó una nueva expansión adúltera, esta vez con una asesora de arte del Ayuntamiento de Londres, que se saldó con un hijo extraconyugal. Aun así, el matrimonio de Johnson con la paciente Marina aguantó. Aunque hoy están ya en trámites de divorcio, mientras ella pelea con un cáncer cervical y Boris tiene como novia a Carrie Symonds, 24 años más joven que él y antigua empleada de prensa del Partido Conservador. Si hubiese que buscar un rasgo definitorio de la carrera pública de Johnson sería la ambición, no en vano hablamos de un personaje que siendo niño proclamaba que aspiraba a ser "el Rey del Mundo". Nunca llevó bien que un compañero de Oxford más joven y al que tenía por menos brillante, un tal Cameron, llegase a primer ministro antes que él. Aunque un día declaró que "es más fácil que me convierta en aceituna que sea primer ministro", lleva toda su vida trabajando por el Número 10. Incluso escribió una superflua biografía de Churchill que no tenía más afán que el mensaje subliminal de compararse con el héroe nacional. Hoy Boris encarna el nacionalismo inglés y ha dado satisfacción a los "hooligans" del Brexit de su partido prometiendo salir el 31 de octubre "a vida o muerte". Pero la suya fue una conversión interesada. Es cierto que como joven corresponsal del "Telegraph" en Bruselas ridiculizaba las torpezas del paquidermo burocrático comunitario con brillante colmillo, dando así munición a la bulliciosa ala eurófoba de su partido. Pero como alcalde de Londres hizo declaraciones a favor del libre mercado europeo y en vísperas del referéndum vivió un gran dilema interior entre ser leal a su jefe de filas de entonces, Cameron, y apoyar la permanencia, u optar por el bando anti-europeo. Al final se convirtió en el mascarón de proa del "Leave" y recorrió el país subido a su bus rojo de campaña. Simplemente vio el Brexit como un atajo para llegar a "premier", y es obvio que le ha salido bien. Gurús de pago Johnson fue un buen alcalde de Londres, sobre todo porque es un cargo de pocas atribuciones reales. Logró crear un estado de ánimo positivo sobre la ciudad. Pero resultó un flojo ministro de Exteriores con Theresa May (y un felón con ella). Los funcionarios del Foreing Office se hacían cruces sobre su pereza y desorganización. Sin embargo, él se define como un gran trabajador: "Me levanto temprano, casi todos los días a las seis, y trabajo duro. La manera de encontrar tiempo es cortar el zapeo con la tele y no sentarte a surfear en internet mirando las diez cosas interesantes que no sabías acerca del culo de Rihanna. Cortad todo eso. Es una total pérdida de tiempo". A Boris le gusta servirse de inteligentes gurús de pago, que suplen sus carencias. Para obtener la Alcaldía de Londres fichó al habilidoso estratega australiano Lynton Crosby, un brujo de las urnas. Ahora el Número 10 está dominado por Dominic Cummings, un fontanero de mucha cabeza y formas muy rudas, que fue ya el ideólogo de la triunfal campaña del "Leave". Cummings se está convirtiendo n el Rasputín de Johnson. Es su mente la que bulle tras la osada y retadora iniciativa de suspender el Parlamento casi cinco semanas para facilitar una posible salida sin acuerdo el 31 de octubre. La treta que ha llevado a la mandataria escocesa Nicola Sturgeon a tachar a Johnson de "dictador". Los laboristas hablan de "ultraje a la democracia". Hasta el comediante Hugh Grant se ha puesto serio para escribir en Twitter que "no vais a joder el futuro de mis hijos y destrozar las libertades por las que mi abuelo peleó en dos guerras mundiales". Son aspavientos un tanto histriónicos, incluso en un país donde Cromwell cortó la cabeza al flemático rey Charles I por burlar al Parlamento. La mayoría de los especialistas concuerdan en que la medida es constitucional, aunque sin duda se trata de un exceso de filibusterismo parlamentario. Por su parte, Johnson y los suyos recuerdan y es cierto que el Parlamento ha tenido tres años para buscar una salida y no la ha alcanzado y que en democracia toca respetar el voto del referéndum y salir de una vez. Con una mayoría operativa en los Comunes de solo un diputado, Boris afrontará ahora una dura liza jurídica, en la que la oposición y los activistas proeuropeos intentarán devolverle la bofetada de bloquear la Cámara. El Brexit sin acuerdo parece cada vez más cercano. No le preocupa. Sus cuentas son otras y van más allá del interés nacional. Es cierto que según las encuestas solo el 27% de los británicos aprueban el forzado cierre del Parlamento, frente a un 47% que son contrarios. Pero en intención de voto el Partido Conservador supera en 12 puntos al Laborista (34% frente a 22%) y un 40% ven como su primer ministro preferido a Boris, frente a solo un 20% que optan por el imposible Jeremy Corbyn, el mejor aliado de los "tories" con sus rancias políticas de izquierda radical. La Ambición Rubia ya piensa en las elecciones. Y las ganará por incomparecencia del contrario (salvo que medie un descalabro económico). Los últimos datos son malos y el pesimismo, creciente. Este jueves, por ejemplo, se supo que el gigante saudí del petróleo Aramco puede elegir Tokio en lugar de la City para cotizar el bolsa. Es el precio del orgullo. Pero da igual. El Brexit es, y siempre ha sido, un desparrame nacionalista; "a vida o muerte", como repite Boris. "De Eton, pero un gañán", me resume un alto ejecutivo español afincado en Londres, que no percibe una sola ventaja que haya obtenido hasta ahora el Reino Unido con su azaroso rally antieuropeo. Su gurú Dominic Cummings, ideólogo de la campaña del "Leave", es su asesor de cabecera Por el Brexit Johnson es fotografiado con una cerveza horas antes de reunirse con simpatizantes del movimiento "vote Leave" en una ciudad al noreste de Inglaterra, en 2016 Marcando territorio A la izquierda, el "premier" alimentando vacas en el norte de Inglaterra. Arriba, pone desafiante un pie encima de la mesa al reunirse con Macron afp ep Perfil del primer ministro La crisis del Bréxit en el Reino Unido

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