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ABC MADRID 01-12-2018 página 13
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ABC MADRID 01-12-2018 página 13

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC SÁBADO, 1 DE DICIEMBRE DE 2018 abc. es opinion OPINIÓN 13 UNA RAYA EN EL AGUA EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA JUEGO DE PATRIOTAS Con patriotas como estos se hacía antaño un patio de Monipodio como de perlas; y hogaño se hace un gobierno bonito y paritario A FIRMABA Julio Camba que en España hay muchas personas de cuyo patriotismo no tenemos otra noticia que las gallinas que se engullen, las copas que se sorben o los cigarros que se fuman. A estas formas de falso patriotismo habría que añadir la de aquellos de los que no tenemos otra noticia que los euros que escaquean. El gobierno del doctor Sánchez, por ejemplo, es un parque temático de este tipo de patriotismo: tenemos a Pedro Duque, el ministro astronauta, que después de saltarse alegremente la ley de gravedad, decidió saltarse todas las leyes fiscales; tenemos a Isabel Celaá, la escamoteadora de Villas Meonas; tenemos a Nadia Calviño, que baraja los testaferros como si fuesen naipes; tenemos a María Luisa Carcedo, más experta en dietas que el dómine Cabra... Y tenemos a Borrell, al que hay que echar de comer aparte. Con patriotas como estos se hacía antaño un patio de Monipodio como de perlas; y hogaño se hace un gobierno bonito y paritario. Entre toda esta olimpiada de ministros patriotas ninguno nos causa tanto pasmo como Josep Borrell, de quien podría decirse aquello que Talleyrand decía de su rival Fouché: Desprecia tanto a la Humanidad porque se conoce bien a sí mismo En Borrell, sin embargo, todo el mundo ve, misteriosamente, un nuevo Talleyrand al que se concede licencia para perpetrar todo tipo de trapisondas, desde las más veniales hasta las más gruesas. Así, por ejemplo, se le perdona la pantomima que montó en el Congreso, a costa de un escupitajo fantasmal que exageró como si lo hubiesen nevado a gargajos. Y se le perdonan sus lastimosos devaneos con ese poderoso caballero que da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero Ya antes de que fuera ministro, se supo que Borrell había sido palomo en un chirlata de interné, donde primero le excitaron la avaricia y después le madrugaron una fortuna. Y ahora sabemos que hizo un birlibirloque muy patriótico con acciones de una compañía que administraba, al saber que estaba a punto de quebrar (y, según se cuenta, la información privilegiada se la pasó otro patriota como la copa de un pino, entonces presidente de la compañía en quiebra y hogaño secretario de Estado) A todos estos lastimosos enjuagues, que delatan al hombre patéticamente corroído por el gusanillo de la codicia, añade Borrell una ejecutoria grimosa como ministro, con episodios de indolencia y chapucería superlativos, como el reciente fiasco de Gibraltar. Pero todo este ramillete de fechorías se le perdona a Borrell porque se le tiene por un gran defensor de la unidad de España, que al parecer consiste en dejar España hecha una escombrera, a merced de especuladores y garduñas bursátiles, mientras nuestro dinero toma las de Villadiego. Pero lo cierto es que Borrell no cree en la unidad de España, sino en el blindaje del Estado- Leviatán al servicio de la plutocracia europeísta. Alguien que, en contra de la estelada (bandera inventada a medias) enarbola la bandera de la Unión Europea (que es una invención completa) como hace Borrell, demuestra que no ve en España una patria digna de ser amada, sino un engendro artificial, un Frankenstein putrefacto que sólo puede despertar aborrecimiento entre quienes aún no tengan tupidas las meninges por el patrioterismo pauloviano. Pues esta visión hórrida de España, contraria a su historia y tradición política, contraria a su realidad biológica y espiritual, es la mayor fábrica de independentistas que uno imaginarse pueda. Sólo el patrioterismo pauloviano puede tener por paladín a Borrell, quien podría ostentar como lema aquellas palabras que Pío XI dedicó al dinero apátrida, que allá donde encuentra su provecho funda su patria: Ubi bene, ibi patria est. IGNACIO CAMACHO EN SU SITIO La efeméride constitucional carecería de sentido sin la presencia memorial, simbólica, de su principal artífice vivo C JM NIETO Fe de ratas UANDO Don Juan Carlos de Borbón accedió al trono, en noviembre de hace 43 años, recibió intactos todos los poderes de Franco. Es decir, el mando absoluto del país, un régimen a su medida, un modelo dictatorial que podía manejar a su antojo arbitrario. Un trienio después, en 1978, la Constitución promovida por él junto a Fernández Miranda y Suárez devolvió todas esas facultades políticas a los ciudadanos en la forma de un sistema de libertades organizadas conforme al derecho democrático. Ése es su legado, el que permanecerá siempre en la Historia más allá de interpretaciones y bandazos. La monarquía parlamentaria pasó a ser una institución de autoridad simbólica a cuyo titular seguimos llamando soberano sólo en virtud de un arcaico sustrato semántico: la única soberanía reside en el pueblo, al que el Rey representa en virtud de un pacto que personifica en la Corona la unidad del Estado. Y hasta ese acuerdo, que incluía la línea hereditaria de sucesión, fue refrendado por la inmensa mayoría de los españoles, incómodo dato para el argumentario demagógico de los profetas del fracaso y de sus rancios cantos de sirena republicanos. Mucho ha tenido que empeorar la calidad moral de nuestra sociedad para que la presencia del monarca emérito en el aniversario de la Carta Magna sea objeto de una polémica que revela un profundo desagradecimiento. La simple duda, zanjada finalmente por Zarzuela, sobre si debe acudir o no al Congreso plantea una reflexión sobre la olvidadiza y displicente volatilidad de este tiempo. El hombre que trazó el camino de la libertad merecería un monumento en cualquier nación que se profese a sí misma un cierto respeto, pero aquí le han retirado bustos, quemado imágenes y repudiado con estridentes muestras de desafecto. La falta de una pedagogía de autoestima democrática ha hecho que su gigantesca tarea quede empañada por unos últimos años de mal ejemplo y por los atrabiliarios negocios de su yerno. Al parecer, en el presente imaginario colectivo importa menos la reconciliación de los bandos de una guerra civil y la construcción de un marco de convivencia nuevo que una foto de caza delante de un elefante muerto. Es posible que el jueves, en las Cortes, los enemigos de la integridad de España y los autoproclamados mesías del populismo reciban a Juan Carlos con un desplante y algún numerito que en realidad estará destinado a cuestionar la legitimidad de su hijo. No hay que preocuparse: sólo conseguirán retratarse a sí mismos, y en parte a una comunidad que desprecia su pasado y se duele, como decía Gil de Biedma, de un daño que no ha sufrido. La efeméride constitucional carecería de sentido sin el protagonismo memorial de su principal artífice vivo. Por una mínima gratitud de bien nacidos, por una elemental noción de la lealtad y el compromiso, el Rey de la Transición estará donde tiene que estar: en su sitio.

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