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ABC MADRID 09-10-2018 página 12
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  • EdiciónABC, MADRID
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12 OPINIÓN VIDAS EJEMPLARES PUEBLA MARTES, 9 DE OCTUBRE DE 2018 abc. es opinion ABC LUIS VENTOSO ELOGIO DEL MUERMO La pasión por las ideologías fuertes ya se vivió en los años treinta... L A semana pasada tuve la ocasión de participar en una comida con David Lidington, el dos de Theresa May. Es un hombre vivaracho, de 62 años, historiador por Cambridge y que fue ejecutivo en dos multinacionales antes de recalar en el Foreing Office (sí: ¡en Inglaterra los políticos tienen vida laboral previa! Antes del primer bocado, Lidington sintetizó en un minuto su esclarecedora visión del mundo. Explicó que la resaca de la crisis de 2007, el malestar por la globalización y el temor a la robótica y la Inteligencia Artificial que ya están aquí y laminarán millones de empleos han llevado a muchos ciudadanos a buscar un ancla en los extremos políticos: el nacionalismo y los populismos radicales de izquierda y derecha. Para acabar de colmar la inquietud ha llegado además la inmigración en masa, fruto de que África es un continente joven, que ahora ve cómo vivimos y quiere disfrutar de la fiesta. Pescando a río revuelto, la Rusia de Putin, de manera muy profesional y a veces sofisticada, está intoxicando las democracias occidentales y ayudando a los extremismos. Por último, Estados Unidos, campeón histórico de los valores occidentales, se ve con un presidente que los desprecia al menos en Twitter y que proclama su simpatía por los dirigentes autoritarios. Titular: la democracia occidental está amenazada. Desde que comenzó este siglo, veinticinco países la han perdido para pasar a regímenes de caudillaje. La percibimos como una abuela anticuada. La damos por hecha y nos pueden resultar más seductoras las recetas del primer flamante vendedor de crecepelo, que con dialéctica épica promete arreglarlo todo mediante soluciones drásticas. Pero si millones de occidentales caen en el populismo y el nacionalismo es por algo. Lo explica magistralmente el ensayista Edward Luce en El retroceso del liberalismo occidental un librito que se despacha en tres horas. Recuerda que el gran pegamento que une a las sociedades alrededor de la democracia es el crecimiento económico Si falla, llega el reverso negro Y hay cosas que están fallando: en Europa y Japón el crecimiento es flojo, la desigualdad ha crecido y el ascensor social se ha trabado. En Estado Unidos, aunque crece con vigor, existe una enorme marea de gente que se ha quedado atrás (un gran caladero de Trump) Un estadounidense debe dedicar hoy al alquiler el doble de horas de trabajo que en los años cincuenta. Las grandes capitales globales son faros de progreso, sí, pero están rodeadas de un océano de resentimiento El chivo expiatorio ante tanta incertidumbre es la democracia liberal. Las soluciones rudas (Podemos, Le Pen, Syriza, Bolsonaro... evocan lo sucedido en los años treinta del siglo pasado durante la resaca de otra agudísima crisis, la de 1929: ideologías dogmáticas que venden soluciones absolutas a base de recetas muy drásticas. Aquello acabó como acabó... Por eso, aunque no venda un peine, me permitiré decir que la moderación siempre funciona mejor que la demagogia exaltada. Tan aburrido soy que hasta añoro el muermazo del bipartidismo y estoy convencido ¡oh asombro! de que España estaría bastante mejor con un único partido de izquierda moderada y otro de derecha tranquila. VIVIMOS COMO SUIZOS ROSA BELMONTE LA POLACA Cold War demuestra que el amor es igual (de bueno o malo) en el comunismo que en el capitalismo E L amor es eso que cuenta Manuel Alejandro y canta Rocío Jurado o Fernanda y Bernarda de Utrera. Eso que se rompe de tanto usarlo. Porque se vuelven cadenas lo que fueron cintas blancas (estoy mezclando, no agitando) Cuando vi que Oti le daba cinco estrellas a Cold War me fui a verla. Eso no pasa todos los lustros. Aunque temí que lo mismo me tenía que tragar El año pasado en Marienbad (1961) o algo así. Pero siempre es un gusto ver esta y supongo que más ahora. Chanel ha restaurado la película de Alain Resnais y Alain Robbe Grillet. Es nombrarlos y las venas se me hacen de pana. Ver a Delphine Seyrig vestida por Mademoiselle es todo un espectáculo (aunque a mí ahora mismo me gusta más la regia Melania Trump de gira por África o Egipto, pese a que sus modelos no vayan a acabar en el Victoria Albert Museum como los de Chanel) El desconcertante refinamiento francés se agradece. Lo de Cold War es refinamiento polaco. Sea eso lo que sea. También en blanco y negro. Lo desconcertante aquí es que empieza como una especie de Operación Triunfo de música polaca tradicional. Cuando la cosa ya está armada y los artistas actúan en público me recordó al Festival Internacional de Folclore en el Mediterráneo al que mi madre me llevaba de pequeña en Murcia. A ellos los veía en color, pero mi televisión era todavía en blanco y negro. Dice Isaac Rosa, a propósito de su última novela Final feliz Seix Barral) que el capitalismo se ha metido en nuestras vidas, ha derribado el último muro que quedaba y se ha colado en lo más íntimo, en nuestra capacidad de amar Que el capitalismo es también un sistema cultural que genera precariedad vital. El amor es una forma de valor social. Que te quieran es una manera de valorarte. Si te dejan te estás devaluando Soy infeliz, porque sé que no me quieres para qué más insistir (Lola Beltrán) El amor de Cold War sufre el comunismo. De 1949 a 1964. Pero qué más dará el capitalismo, el comunismo o el zarismo. Anna Karenina es una historia de amor. O dos historias de amor. Madame Bovary es la historia de una idiota. Sobre la obra de Tolstoi dice Lionel Trilling en El derecho a escribir mal cita que también viene de Rusia y de Stalin, que parte de la magia del libro está en la desproporción entre la importancia de un hecho y la cantidad de espacio que recibe. Cuando Vronski súbitamente comprende que no está ligado a Anna por el amor, sino por el fin del amor... la epifanía está tratada en unas pocas líneas; pero son muchas la páginas dedicadas al momento en que Levin descubre que no tienen ni una sola camisa para su boda porque ya fueron todas empacadas Los 88 minutos de Cold War pueden parecer una desproporción entre la importancia de la película y su duración. Es una de sus grandes virtudes. Las elipsis continuas de la relación entre Zula (Joanna Kulig) y Wiktor (Tomasz Kot) se entienden mejor que el galimatías pretencioso de Marienbad. Zula es la que manda, la que decide en ese perpetuo ni contigo ni sin ti que se trae con Wiktor. Joanna Kulig me desconcierta porque a veces me parece Gena Rowlands y a veces Leire Pajín. Inquietante. Las cartas de amor (como las grabaciones de Villarejo) son siempre ridículas. Salvo para quien las escribe y para quien las recibe. Las películas, como las canciones, consiguen ser universales. Cold War lo es. Polonia en blanco y negro con coros y danzas. Sin nazis, en tiempos del comunismo. Y es universal. Porque el amor lo es. Aunque no siempre tenga cinco estrellas. Aunque se me aparezca Leire Pajín.

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