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ABC MADRID 19-09-2018 página 3
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ABC MIÉRCOLES, 19 DE SEPTIEMBRE DE 2018 abc. es opinion LA TERCERA 3 F U N DA D O E N 1 9 0 3 P O R D O N T O R C UAT O LU C A D E T E NA ELOGIO DE UN GIGANTE: J. M. GIL ROBLES POR JOSÉ MANUEL CUENCA TORIBIO José M Gil Robles no presidió ningún gobierno de ámbito nacional ni estuvo al frente de los destinos de la nación; pero sí rectoró con firme pulso el partido conservador más nutrido y mejor implementado de la historia española en una etapa especialmente tensionada y difícil da por el poderoso aparato propagandista dictatorial, alejado orgullosamente de sus correligionarios de la ACNP de manera estridente, del mismo D. Ángel Herrera, ya arzobispo, y, de forma todavía más cerrada, de Alberto Martín Artajo, ministro de Exteriores entre 1945- 57 su condición de consejero de D. Juan de Borbón no entrañó mengua alguna de su independencia y talante combativo. El pretendiente encontró en él un colaborador infatigable y pugnaz en toda clase de escenarios en los que se discutía acerca de las ventajas para Occidente del restablecimiento de la monarquía alfonsina y de su imperiosa necesidad para devolver a España un régimen de verdadera y plenificante libertad. Pero más allá de esta titánica empresa, llevada a cabo con inteligencia y esfuerzo sobresalientes, Gil Robles no entró en las miles de intrigas que, con miras inevitablemente personales o faccionales, anidaron en Estoril como en todos las palestras políticas de ambientes a fortiori angostos y herméticos. Su carácter y biografía se lo impedían. Sería, a buen seguro, del mayor interés historiográfico saber con exactitud la posición del augusto exiliado frente a la conducta de su consejero; mas es muy probable que parte de sus rasgos le resultase atrayente. NIETO Por fortuna y es un dato más de su rica biografía Gil Robles legó una literatura memorialística de este periodo sin posible couna hidalguía que el prohombre salmantino so- tejo ni rival en la España más reciente, en la que matizara en la mansión paterna y a cuyos cáno- ninguno de los abanderados de sus grandes partidos dejaron escritos de tal naturaleza o simines rindió permanente culto. El abajo firmante conoció al viejo león cedis- lar; y cuando así lo hicieron, no puede en modo ta en dicho trance antes tuvo el privilegio de alguno considerarse que fuese una decisión acercartearse con él a propósito de la publicación de tada por la ausencia de las más elementales resus enjundiosas memorias y quedó, en verdad, glas del género. Sin embargo, de los numerosos impresionado por la energía y vigor ciudadanos textos gilroblianos en ese terreno no cabe infeque aún se desprendía de sus recuerdos histó- rir una expresa ratificación al supuesto mencioricos y de sus juicios acerca de la espejeante na- nado. La discreción, la prudencia, la elegancia vegación que había de arribar a la implantación o cualquiera otra noble actitud de su lado quide la concordia que felizmente, pese a sus fallos zá bloquearon su fácil pluma a confidencias o y deficiencias, implicó el sistema nacido de la apreciaciones de dicha índole. gran Carta Magna de 1977. Un hombre al que jana página más de la ejemplar vida de más venciera la adversidad se mostraba satisD. José M Gil Robles que futuros estufecho, cara a la muerte, de que, al margen de su diosos habrán de investigar con acuiperipecia personal, su país semejara desterrar dad y acribia para que quepa reconspara siempre la intransigencia y el fanatismo que tantas veces despeñaran su andadura por truirla en todas condiciones. Algunos no muel pasado. Y, desaparecidos ya sus coetáneos chos le han precedido por tan envidiable camino. como I. Prieto o Martínez Barrios que, como mu- Un gigante político de su talla exige una obra chos otros moderados sufrieron los ataques historiográficamente canónica a la manera implacables de sus mismos conmilitones por de la que publicase nuestro inolvidable maesbuscar alguna razón en las razones de sus opo- tro D. Jesús Pabón acerca de otra figura cimera sitores, él quedaba ya como único relevante tes- de la contemporaneidad hispana: F. Cambó (1876 tigo de un comportamiento que yermara los pro- 1947) En su espera, un recuerdo desde las págipósitos más sugestivos de una etapa, de otro nas del gran periódico con el que, a las veces, enlado, asaz dinámica y creativa como la de la Se- tablara nobles y empeñadas controversias, es tan obligado como gozoso. gunda República. A lo largo del franquismo mantuvo idéntica JOSÉ MANUEL CUENCA TORIBIO ES MIEMBRO DE actitud a lo largo de un exilio prolongado casi LA REAL ACADEMIA DE DOCTORES DE ESPAÑA hasta su extinción. Hostigado de manera sañu- E L descuido y desatención de los españoles por su historia y la consiguiente y bien lógica preterición por los extranjeros determinan fenómenos tan sorprendentes como el que D. J. M Gil Robles (1898- 1980) no conste nunca en manuales y tratados entre los líderes que en la España del s. XX dirigieron grandes partidos por el número de sus afiliados y calidad de su organización y funcionamiento de signo democrático. Con sobrada razón, Alcides de Gasperi, Konrad Adenauer, Helmut Kohl, Guy Mollet destacan siempre en los libros sobre nuestro próximo pasado como personalidades de primera magnitud figuras de proa en la sugestiva clasificación del gran orientalista francés R. Grousset en tiempos en que la política de masas era ya un hecho consumado y motriz de la vida pública occidental. En particular, en el periodo singularmente aborrascado de la segunda posguerra mundial algunos de los nombres antecitados concitaron toda suerte de esperanzas, al propio tiempo que seguridades para un porvenir cuajado de incertidumbres. Ciertamente, José M Gil Robles, al contrario de los nombrados con anterioridad, no presidió ningún gobierno de ámbito nacional ni estuvo al frente de los destinos de la nación; pero sí rectoró con firme pulso el partido conservador más nutrido y mejor implementado de la historia española en una etapa especialmente tensionada y difícil. Con modulaciones y frecuentes pulsiones netamente centristas, la CEDA y su líder fueron ásperamente denostados en su época por adversarios situados en la unilateralidad y radicalismo a las veces más extremosos, tanto a la izquierda como a la derecha. Tal crítica se mantuvo casi intacta y por los mismos sectores desde la Guerra Civil hasta el desolador y definitivo naufragio político del prócer democristiano, cuando se atalayaba ya con claro perfil el consolidamiento del Estado de Derecho y el régimen de libertades que constituyera el norte de su existencia a lo largo de una trayectoria plena de dignidad y noble ambición política, alejada sideralmente de cualquier corrupción o afán narcisista. En medio del más absoluto de los desvíos y la más pesarosa ingratitud, D. José María dio en esta hora del fracaso de su pretensión de formar parte del primer Parlamento de la Transición su última lección de demócrata de intachable pedigrí. Con evidente y visible... destrozo de su vida física e intelectual, su terebrante retirada a un hogar privado de la reconfortante presencia de su idolatrada mujer obedeció en todo al ritual más estricto de U

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