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ABC MADRID 09-07-2018 página 12
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  • EdiciónABC, MADRID
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12 OPINIÓN VIDAS EJEMPLARES PUEBLA LUNES, 9 DE JULIO DE 2018 abc. es opinion ABC LUIS VENTOSO GLADIATOR Gente de otra era, forjada en un país de esfuerzo y resistencia L A ruta de los toreros es mucho más larga y estrecha que el relumbrón de los grandes cosos de glamour y leyenda. El sábado por la tarde ese pánzer de la tauromaquia llamado Juan José Padilla, de 45 años, toreaba en Arévalo (Ávila) un pueblo de ocho mil y pico habitantes. Salió el cuarto toro y le colocó un par de banderillas al violín según detallan los expertos. Pero trastabilló y quedó tendido en la arena. El imponente morlaco castaño listón se fue a por él y lo empitonó en una sien, levantándole 20 centímetros del cuero cabelludo. La escena era espantosa, pero Padilla todavía tuvo el cuajo de ir por su pie a la enfermería. Su cráneo, con una calva recosida con puntos de sutura sin cuento, impresiona, aunque por fortuna la herida es superficial. El hombre ya anuncia que el próximo viernes quiere torear en la feria de San Fermín, donde adoran su toreo Gladiator y lo saludan con flamear de banderas bucaneras, alusivas a su alias actual, El Pirata (el clásico era más lírico: el Ciclón de Jerez) Padilla es un torero especializado en fajarse con esos hierros duros de los que se escaquean las figuras absolutas. Lleva encima más costurones que el héroe naval Blas de Lezo. En Arévalo sumó su cornada 39. Asegura que le compensa: Son condecoraciones. Medallas. Ha merecido la pena. El sufrimiento es parte de la historia de un hombre y de un torero Yo estaba en la plaza de Pamplona comiendo langostinos y bebiendo una copita de cava por gentileza de una peña en aquella tarde de julio de 2001 en que Padilla resucitó por primera vez. El Miura se clavó en su cuello con un impacto seco, que acalló y dejó helada a la plaza más bullangera del planeta. Todos creímos haber contemplado una horrible muerte en el albero. Padilla superó el trance. Siguió toreando. El 7 de octubre de 2011, en la plaza de la Misericordia de Zaragoza, un toro le arrancó el ojo izquierdo y le desfiguró la cara. Imposible volver. Lo hizo, con un parche en el ojo, mermado, pero con su valor a lo Mishima intacto. El año pasado lo corneó otro toro en Valencia (pecho y muslo) El sábado, en esta que en teoría es su temporada de despedida, llegó el susto gore de Arévalo. Padilla, casado desde hace 23 años y padre de dos hijos de 12 y 14 años, jamás se queja. La cogida de Zaragoza le ha dejado un acúfeno en el oído izquierdo; en su mente no existe el silencio. Probablemente sufrirá también dolorosas cefaleas. Pero calla, aguanta y hasta intenta componer una imagen pinturera, con sus patillas de hacha y sus trajes meridionales de pañuelo barroco en pechera. Debería haberse retirado ayer mismo, porque ha llevado demasiado lejos su flirteo con la muerte. Sin embargo es imposible no admirar su determinación, que es la de un chaval que a los catorce años empujaba por las calles de Jerez el carrito de una panadería y tenía un sueño, único y obsesivo: ser figura del toreo. Padilla solo se explica por sus orígenes. Es hijo de una España de esfuerzo y resistencia, que hoy no se estila ni se admira. La que a golpe de trabajo nos ha traído a la élite del primer mundo. Déjelo, maestro, que usted ya ha cumplido. EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA FORMAS DE DIÁLOGO Hoy nos encontramos con una sociedad hecha una piltrafa, una auténtica disociedad P ROVOCA a la vez asco e hilaridad esa derechita que, a la vez que jalea orgullosa todas las degeneraciones morales que han convertido España en un pudridero, afirma que el diálogo del doctor Pedro Sánchez y el catalán Torra provocará la ruptura de España. Sólo se rompen los cuerpos sólidos, no las papillas informes; y España es hoy una papilla de degeneraciones a la que sólo resta pudrirse. El separatismo catalán no ha hecho otra cosa sino conceder a esa derechita que tan entusiásticamente ha contribuido a la degeneración de España un fetiche que, a la vez que tapa sus vergüenzas, le sirve como engañabobos para mantener en un perenne estado de agitación a sus adeptos. En realidad, Cataluña se hizo española dialogando. Pues el pactismo catalán que permitió la integración del principado catalán primero en Aragón y después en las Españas no fue otra cosa sino diálogo en el sentido más noble del término: acuerdo logrado a través de la razón por el que el monarca aceptaba que nada que afectase a Cataluña podía disponerse sin el consentimiento y aprobación de las cortes catalanas. Pero aquel pactismo catalán, tan característico de la auténtica tradición política española, se fundaba en dos premisas: el reconocimiento de un orden natural que no podía someterse a cambalaches ideológicos; y la existencia de una comunidad vertebrada que compartía concepciones religiosas y, por lo tanto, tenía visiones concordantes sobre las instituciones sociales que garanti- zaban la subsistencia de esa comunidad, empezando por la familia. Frente a esa sociedad cohesionada que hizo posible el pactismo catalán, hoy nos encontramos con una sociedad hecha una piltrafa, una auténtica disociedad que chapotea en todas las formas de degeneración imaginables, mientras entrega su representación a facciones oligárquicas que, para fortalecerse, necesitan debilitar a la comunidad, encizañándola en una demogresca constante. Y que, lejos de aceptar un orden natural de las cosas que no puede someterse a cambalaches ideológicos, consideran hegelianamente que la voluntad de poder construye el mundo, lo está construyendo a cada momento, al modo de un mecano, sin criterio alguno de verdad. De este modo, que Cataluña forme parte de España o no depende de esta voluntad de poder despótica. Una voluntad de poder que ayer abogaba por el centralismo; que hoy aboga por un autonomismo que reproduce los vicios del centralismo a pequeña escala, a la vez que favorece la disgregación; y que mañana podría abogar con idéntico desparpajo por cualquier otro engendro contrario a nuestra tradición política. Aquella tradición se fundaba en un diálogo fructífero y leal, en el que existía un principio común que las partes coloquiantes aceptaban; y a partir del cual podían desarrollarse acuerdos que hacían posible una unión verdadera en amor y dolor, no la coexistencia abyecta que genera la mera voluntad de poder. Cuando no existe este principio común, el diálogo deviene imposible o improductivo; o, todavía peor, alcanza acuerdos amorales de conveniencia mutua, disfrazados de repugnante consenso y fundados en la renuncia de los principios. Naturalmente, el diálogo fecundo del pactismo catalán se realizaba entre hombres nobles, capaces de dar cosas a las que nadie los obligaba y de abstenerse de cosas que nadie les prohibía. En cambio, cuando se chapotea en la papilla de las degeneraciones morales, el único diálogo posible es entre hombres innobles, capaces de dar las cosas que están prohibidas y de abstenerse de las cosas a las que están obligados. Cada época tiene el diálogo que se merece; y una época que chapotea en las degeneraciones morales, tan orgullosamente jaleadas por la derechita, merece el diálogo de los hombres innobles.

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