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ABC MADRID 09-06-2018 página 53
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  • EdiciónABC, MADRID
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ABC SÁBADO, 9 DE JUNIO DE 2018 abc. es cultura CULTURA 53 La aristócrata que dedicó sus riquezas a la cultura y la religión La duquesa de Aveiro, que fue célebre por haber Amigos ilustres reunido una de las grandes bibliotecas del Sor Juana Inés de Barroco, fue una generosa promotora de la Cruz las misiones jesuitas en Asia y el Nuevo Mundo La poeta, que B. PARDO MADRID En las memorias del filósofo francés Henri de Saint- Simon, uno de los padres de la sociología, encontramos una breve y apasionada descripción de una casa madrileña donde se reunía la alta sociedad del siglo XVII. Se refería al domicilio de los duques de Arcos en la calle Arenal, donde residió María Guadalupe de Lencastre, la duquesa de Aveiro, y que había convertido en un selecto club. Perteneciente a una de las grandes familias portuguesas, los Lencastre, que eran descendientes del rey João II (1455- 1495) amasó una fortuna que nunca quiso perder. Cuando contrajo matrimonio con Manuel Ponce de León, VI duque de Arcos, no dudó en firmar una separación de bienes para mantener bajo su propiedad, y la de su familia, las casas y estados portugueses. Pero la duquesa no quería ama- sar fortuna, sino invertirla en distintos proyectos. A lo largo de su vida reunió una biblioteca envidiable, formada por un total de 4.374 libros, todo un tesoro en la época. Aunque se ha perdido, nos queda el catálogo de aquella biblioteca: un grueso cuaderno de 120 páginas con capas de pergaminos, donde las obras están ordenadas por materias, que se conserva en el Archivo de la Nobleza de Toledo. Ahí aparecen todos los diccionarios con los que la duquesa aprendió todas las lenguas vivas de europa, además del hebreo y el latín. Están, también, los tratados de las más variadas ramas del saber, que saciaban la curiosidad de una conoció a la duquesa por su labor de mecenas de las misiones en el nuevo mundo, le dedicó un extenso romance en el que destacaba sus virtudes y la dibujaba como la gran mujer de su tiempo. Eusebio Kino Nombrado como uno de los Padres Fundadores de Estados Unidos, el jesuita, conocido como el Padre Kino, mantuvo una relación epistolar de más de trescientas misivas con la duquesa, de la que fue uno de sus más queridos protegidos. mujer que tenía conocimientos de Filosofía, Teología Moral y Escolástica, Historia, Cosmografía, Esfera y Mapa como reflejaba uno de los elogios fúnebres que recibió en 1715. María Guadalupe era, además, una gran conocedora de la pintura, que practicaba por afición y estudiaba por pasión. En su casa de la calle Arenal había obras de Brueghel el Joven, Correggio, Luca Giordano, Mola, Seghers, Snyders, Van Dyck y Paul de Vos, además de copias de maestros como El Greco, Murillo, Ribera y Velázquez. Casi nada. Más allá de los tesoros culturales, dedicó su fortuna a financiar las grandes misiones de los jesuítas en Oriente (Filipinas, China y Japón) y en el Nuevo Mundo. Eso le reportó una fama internacional que se cifró, por poner dos ejemplos, en la admiración de la poeta Sor Juana Inés de la Cruz y en una extensa relación epistolar con el Padre Kino, afamado jesuita que se convirtió en uno de los Padres Fundadores de Estados Unidos. Después de una vida dedicada a la cultura y a la religión, fue enterrada en el Monasterio de Guadalupe, en Cáceres, un lugar que protegió y financió durante toda su vida, siguiendo la tradición de los anteriores duques de Aveiro. Sus restos todavía descansan allí, apoyados por un retrato suyo de 1682. No se trata del único retrato que se conserva de esta mujer, que ostentaba con orgullo el título de duquesa de Aveiro. Se conocen, al menos, otros dos. El más antiguo data de 1682 y nos presenta a una mujer joven, que no aparenta los 52 años que tenía cuando lo pintaron, junto con sus tres hijos. Es una obra anónima que está en el Monasterio de Guadalupe, en Cáceres, donde descansan también los restos mortales de nuestra protagonista, profunda devota de la virgen del lugar. El otro es más conocido, pues cuelga en el Museo del Prado. Se trata de un lienzo de principios del siglo XVIII en el que vemos a una duquesa envejecida, pero que no ha perdido un ápice de presencia. Esta segunda obra, firmada por Francisco Ignacio Ruiz de la Iglesia, es muy similar a la adquirida por la Real Academia de Bellas Artes. En ambas vemos la misma pose y expresión de María Guadalupe, las mismas vestimentas, el mismo punto de vista. De hecho, se especula con que uno sea copia del otro. La diferencia más notable reside en la edad: en el retrato del Prado la duquesa parece mucho más envejecida (y enferma) que en el otro. En todo caso, la existencia de estos dos retratos hechos en la ancianidad de la retratada viene a demostrar que esta mujer fue muy bien conocida y singularmente estima- da no solo durante el reinado del último Austria, Carlos II, sino igualmente en el arranque de la nueva dinastía de los Borbones, con Felipe V Fama internacional Per su fama se extendía más allá de los límites de la península ibérica. En el entonces lejano México, Sor Juana Inés de la Cruz escuchó hablar de sus grandes méritos. Fascinada, le dedicó un extenso romance en el que exaltaba su figura y, en un alarde de modernidad adelantaba a su tiempo, reivindicaba su condición de mujer fuerte e inteligente: Cifra de las nueve Musas cuya pluma es admirable arcaduz por quien respiran sus nueve acentos süaves; claro honor de las mujeres de los hombres docto ultraje, que probáis que no es el sexo de la inteligencia parte Tal y como se confirma en el mismo romance, las noticias de la duquesa de Aveiro llegaron a oídos de la escritora Retrato de la duquesa de Aveiro en el Museo del Prado ABC gracias a la expansión de la fe católica que la mecenas promovió en el Nuevo Mundo. De hecho, María Guadalupe Una pintura de un autor de renombre Aunque se desconoce la autoría del retrato, se sospecha que pudo ser obra de Juan Carreño de Miranda Una gran erudita Conocía todas las lenguas vivas de Europa y, al final de su vida, comenzó a redactar una gramática del chino mantuvo una extensa relación epistolar con uno de los grandes intelectuales jesuitas del momento: Eusebio Kino, el matemático y astrónomo responsable de la promoción cultural de las misiones en California, una figura muy respetada en Estados Unidos, pues fue contado entre los Padres Fundadores de la República y, a día de hoy, tiene su correspondiente estatua en el Capitolio de Washington. A pesar de que fue uno de los grandes nombres del Barroco, el paso del tiempo ha sumido a esta figura en un olvido especializado: el de los (escasos) artículos académicos que recuerdan su faceta como impulsora de las misiones jesuitas. Si en la historiografía de la labor misionera la figura de la duquesa de Aveiro es mencionada con alguna frecuencia, su personalidad no parece haber interesado hasta ahora a los historiadores de la cultura lamenta Luís de Moura Sobral, investigador de la Universidad de Montreal. Sin embargo, este pequeño retrato, de 40 por 44 centímetros, revela a una figura mucho mayor que su reconocimiento actual. Una figura que, como diría el filósofo Saint- Simon, era excepcional por su espíritu y su erudición y que murió con las botas puestas, redactando una gramática del chino para formar a los misioneros que marchaban a Oriente.

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