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ABC MADRID 24-05-2018 página 10
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  • EdiciónABC, MADRID
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10 OPINIÓN TIEMPO RECOBRADO PUEBLA JUEVES, 24 DE MAYO DE 2018 abc. es opinion ABC PEDRO CUARTANGO RAJOY ESTÁ TRISTE Su estado de ánimo es contagioso y todos hemos perdido también nuestra sonrisa AY un cuento de José Luis Garci que se titula La Gioconda está triste en el que relata cómo un vigilante nocturno se dio cuenta de que la mujer del cuadro de Leonardo da Vinci había perdido la sonrisa. Llamó al director del museo, que acudió escéptico, creyendo que aquel hombre se había vuelto loco. Pero pronto pudo comprobar que la Gioconda efectivamente había dejado de sonreír y mostraba un rictus de tristeza. El director despertó al ministro y éste, perplejo y desconcertado, ordenó el cierre del museo. Mariano Rajoy me recuerda estos días a ese cuento de Garci, escrito hace 40 años. El presidente ha perdido la sonrisa y vaga de un sitio para otro como un alma en pena. Ni siquiera Carmen Martínez Castro, experta en los cambios de los estados de opinión, es capaz de devolverle ese gesto alentador con el que recibía a las visitas en la puerta de La Moncloa. Contra lo que algunos creen, Rajoy es una persona afable, con gran sentido del humor y una notable empatía hacia sus interlocutores. Pero desde hace semanas ha perdido esa sonrisa con la que afrontaba las contrariedades y animaba a los cuadros del partido. Ni siquiera sonrió ayer cuando el PNV anunció que iba a votar los Presupuestos del Estado, lo que le garantiza su permanencia en el poder por lo menos un año más. Y ello sin revocar el artículo 155, como le pedía Urkullu no hace mucho tiempo. Dicen sus allegados que Rajoy está triste porque el tema de Cataluña se ha complicado mucho y que duda cuál es el camino a seguir tras la probable negativa de Alemania de entregar a Puigdemont y los continuos desplantes de Torra, cuña de la misma madera. Otros apuntan que la verdadera razón de la melancolía del presidente es la proliferación de episodios de corrupción que afectan al PP y la proximidad de la sentencia sobre el caso Gürtel, en la que el partido puede ser declarado responsable subsidiario del latrocinio de los que se han sentado en el banquillo. También se comenta en los pasillos de La Moncloa que Rajoy lleva muy mal el impresionante ascenso de Albert Rivera en las encuestas, un dirigente con el que nunca se ha entendido porque, sobre todo, le separa un abismo generacional. Hay otros colaboradores que señalan que el presidente se halla muy preocupado por la subida del petróleo y los vientos de fronda que soplan sobre la economía española, que empieza a dar síntomas de haber agotado el ciclo virtuoso que ha disfrutado en los últimos años. Y tampoco falta quienes achacan su tristeza a la añoranza de las tierras templadas del Salnés, por donde Rajoy gusta pasear entre los viñedos de albariño y las abadías medievales que pueblan la campiña gallega. Sí, Rajoy está triste como la princesa en los versos de Rubén Dario, que, presa en la jaula de mármol de su palacio, era incapaz de sonreír. ¿Qué le pasa al presidente? Lo malo es que, como en el cuento de Garci, su estado de ánimo es contagioso y todos hemos perdido también nuestra sonrisa. H CAMBIO DE GUARDIA GABRIEL ALBIAC REBOOT Se agota el tiempo: en España, el Estado se ha desmoronado ya; y la nación se ha ido descomponiendo O hay que asustarse de que un Estado caduque. Ni hay, aún menos, que asombrarse. Todo en la vida es cosa transitoria. El tiempo acota nuestra realidad: nada que no sea él puede decirse consistente. Y el tiempo es esa destrucción a cuya perseverancia llamamos vida. No hace falta ser un devoto de Quevedo yo lo soy para saber que somos presentes sucesiones de difunto Y que lo son, con nosotros, todas nuestras cosas. Porque todo cuanto construye un hombre es espejo de esa condición suya tan frágil: el Estado, como la más humilde de las partidas de dados que tejen nuestras precarias biografías. No hay drama en eso. Si acaso, todo lo contrario: la certeza de que siempre algo resultará después de la caída. Y que es mejor mirar de frente lo que viene, para ir planificando su inevitable luego. Reiniciar. Cuanto antes. Describamos, pues. En frío. Describamos España. Describámonos en ella. Cataluña, en primer lugar: golpe de Estado permanente. En la etapa actual, liderado por un racista riguroso: un heredero del Drumont que a final del XIX teoriza la falla genética judía. Para Torra, los españoles somos los hijos de ese bache genético que hace de nosotros piltrafa semita. ¿Quién osaría comparar un cráneo de la bárbara Castilla con uno del idílico Ampurdán? No se trata sólo de ese demente. Si así fuera, todo se redu- N ciría a un avatar psiquiátrico. Muy menor. Pero esa gente ha consumado una cesura brutal en su desdichada región al borde del choque civil. Madrid, de inmediato. Un exalcalde y dos expresidentes regionales bandean como pueden (o sea, mal) sus riesgos judiciales. Van desde lo cómico del máster y los cosméticos de Cifuentes al saqueo de González y al oscuro trayecto de Gallardón. Tras ellos, una pléyade de segundones vive el vértigo de ver llegar la guillotina. La viga maestra de la derecha conservadora se ha quebrado en la capital de España. Sin alternativas. Valencia, luego. Son tres ya los presidentes autónomos procesados por los jueces. Zaplana, el último; antes que él, Camps y Olivas. Con la sospecha insistente de que las cantidades de dinero robadas en esa comunidad puedan alcanzar cifras titánicas. La plaza fuerte del PP, su último alcázar en los tiempos duros que siguieron al golpe del 11 M, ha caído. Y no hay allí tampoco alternativa. Lo de Andalucía no es nuevo. No va ni de Griñán ni de Chávez; va de todos. El PSOE funcionó en el sur, desde el inicio, como un Estado dentro del Estado. Un Estado cuya única financiación provenía del robo de los fondos públicos. Y cuya estabilidad era garantizada por una equitativa distribución de lo robado. Un clientelismo crónico estabilizó allí un poder fósil. A fin de cuentas, si todo el mundo conocía el robo brutal de los socialistas andaluces, nadie decía nada porque algo de ese robo acababa beneficiando a aquellos que sabían poder vivir de una red de subvenciones, tan ruinosa para la región cuanto benévola para ir malviviendo. En el País Vasco, el PNV supo capitalizar cadáveres en capital contante y sonante. Un admirable ejemplo de transubstanciación, del cual da cierta náusea hablar. Callemos. Se agota el tiempo: en España, el Estado se ha desmoronado ya; y la nación se ha ido descomponiendo más allá de lo soportable. No está claro que esta necrosis sea reversible. Puede intentarse. Debe. El envite de las tres fuerzas constitucionales, PP, PSOE y Cs, es hoy crucial. Sólo un pacto de Estado podrá reiniciar el sistema. Hay que pulsar la tecla reboot. Si no es ya tarde.

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