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ABC MADRID 04-03-2018 página 3
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  • EdiciónABC, MADRID
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ABC DOMINGO, 4 DE MARZO DE 2018 abc. es opinion LA TERCERA 3 F U N DA D O E N 1 9 0 3 P O R D O N T O R C UAT O LU C A D E T E NA NOSTALGIA DEL CATEDRÁTICO DE INSTITUTO POR ANDRÉS AMORÓS Sabían de sobra que no se iban a hacer ricos pero no imaginaban que casi todo la organización educativa, la burocracia, la indisciplina, el abandono de la sociedad iba a conspirar contra sus ilusiones de ser buenos profesores nio d Ors que vertebraban la vida cultural de una ciudad. Todo esto, tan hermoso y tan útil, para la sociedad, es ya historia. Al decirlo, no incurro en el habitual cualquiera tiempo pasado fue mejor mis exalumnos, actuales catedráticos de Bachillerato, son mucho más duros en sus quejas, porque lo sufren diariamente en sus carnes. ¿Por qué se ha perdido? Evidentemente, por la masificación y el descenso de nivel de nuestra enseñanza, en todas las edades. En muchos institutos, el simple hecho de mantener una disciplina, imprescindible para cualquier tarea colectiva, supone ya muy ardua tarea y absorbe buena parte del tiempo y del esfuerzo de los profesores. Se ha impuesto una filosofía de la educación radicalmente equivocada, asumida como progresista por los políticos españoles de izquierdas y que los de derechas son incapaces de cambiar; incluso, cuando disponen de las mayorías suficientes. No es sólo cuestión de pedir más dinero, como muchos reclaman. ¿Qué se puede esperar de la educación, en un país en el que ha cundido la creencia de que el esfuerzo, el trabajo y la disciplina son algo irrelevante, cuando no reaccionario ¿Cómo puede enseñar eficazmente un profesor cuando se le ha privado de la necesaria autoridad y del justo reconocimiento? CARBAJO En la nueva pedagogía, predomina lo lúdico, lo igualitario, la motivación, el antielitismo, la creatividad, las habilidades; en vez de estudiar, mo Díaz- Plaja, en Barcelona; Emilio Orozco, en hacer trabajos, tantas veces copiados directamenGranada... te de internet. En otras asignaturas, no cabe olvidar a personajes de tanta categoría como el filósofo Emilio e predica ahora la democratización de la Lledó; los helenistas Rodríguez Adrados y Luis Gil; enseñanza, la libertad del alumno. (Recuerel latinista Agustín García Calvo... do a Chesterton: No puedes hablar de eduImpone recordar esta lista de ilustres personacación libre porque, si dejáis a un niño lijes y conforta pensar en los miles de alumnos que, bre, no lo educaréis Se abomina de un instrucon toda seguridad, no han olvidado su ejemplo mento tan necesario como la memoria. Se considera ni los conocimientos y valores morales que apren- reaccionario hablar de exámenes, calificaciones, dieron en sus clases; también, cómo despertaron suspensos y hasta asignaturas y horarios. Todos su sensibilidad a la estética y a la historia de Es- los alumnos tienen derecho al éxito si alguno fapaña, en un momento tan decisivo como la ado- lla, se echa la culpa al sistema no a que haya tralescencia. bajado poco... Y a todo ello se unen los disparates Para conseguir su cátedra, tuvieron que reali- localistas que han traído, también a la enseñanza, zar una oposición muy dura, de cinco ejercicios. las autonomías. Muchas veces he comprobado que ilustres figuras Suele expresarse todo esto en una nueva jerga de las universidades norteamericanas, por ejem- pedagógica: lo que se llamaba recreo es, ahora, plo, habrían sido incapaces de superar esta prue- segmento de ocio que el profesor hable con un ba, por la amplitud de su temario. alumno, ya ha adquirido la categoría de intervenAdemás, las oposiciones a cátedras universita- ción psicopedagógica ¿Qué dirían Quevedo o Varias solían y suelen estar mediatizadas por la lle- Inclán ante pedanterías tan vacuas? pertenencia a grupos políticos, religiosos o a una Tomo de Marañón las dos palabras que él apliescuela científica determinada. Para acceder a las có a su tan querida ciudad de Toledo: Elogio y nosde instituto, en cambio, estos factores solían pe- talgia Los aplico yo a la figura ejemplar y utilísisar muy poco frente a los conocimientos de los ma, para la sociedad, del catedrático de instituto. opositores. No reconocerlo y poner trabas a su labor es la raíz La categoría científica de estos profesores re- de muchos males que sufre la educación, en Espacibía la justa recompensa de un prestigio social ña. Así nos va. que nadie discutía. En las capitales de provincia, el catedrático de Bachillerato era una de esas jeANDRÉS AMORÓS ES CATEDRÁTICO rarquías inermes usando la expresión de EugeDE LITERATURA ESPAÑOLA H ABLO con frecuencia con exalumnos míos, que ahora son catedráticos de Bachillerato. A todos, sin excepción, los veo deprimidos, luchando contra la fácil tentación de rendirse y renunciar, por imposibles, a los ideales que les impulsaron a seguir esa vocación. Sabían de sobra que no se iban a hacer ricos pero no imaginaban que casi todo la organización educativa, la burocracia, la indisciplina, el abandono de la sociedad iba a conspirar contra sus ilusiones de ser buenos profesores. Intento siempre animarles, subrayando la muy alta estima que yo siento por su tarea: en mi modesta experiencia, lo que yo he hecho en la Universidad puede haber tenido mayor nivel científico pero lo que intenté hacer en un instituto de enseñanza media tenía un valor social mucho mayor. De hecho, una de las mayores recompensas que uno recibe, después de una vida dedicada a la enseñanza, es el reconocimiento que ahora me hacen muchas señoras, a las que di clases de Literatura Española, hace tantos años. Todos mis exalumnos me responden lo mismo: No sabe usted cómo están ahora los institutos... Tienen razón, aunque algo sé de eso; entre otras cosas, gracias a ellos. Pero puedo dar testimonio de la categoría y el reconocimiento social que entonces poseía esa labor. Cuando gané mi cátedra, muy joven, en un recién creado instituto madrileño, asistí a algunas reuniones de mis nuevos compañeros. Se había jubilado hacía poco el insigne poeta Gerardo Diego. En mi asignatura, Lengua y Literatura Española, tuve compañeros ilustres: Simón Díaz, el gran bibliógrafo; Alberto Sánchez, máximo especialista en temas cervantinos; Valentín García Yebra, maestro de traductores; Manuel Seco, gran lexicógrafo... Para mi vergüenza, llegaron a la vez que yo a una cátedra, en Madrid, los historiadores Antonio Domínguez Ortiz y María Elena Gómez Moreno. Muchos de los maestros de la filología española fueron catedráticos de instituto antes de lograr o no la cátedra universitaria: Rafael Lapesa, número uno en la historia de nuestra lengua; Alonso Zamora Vicente, dialectólogo y definidor del esperpento; Samuel Gili Gaya, estudioso de la sintaxis; Emilio Alarcos Llorach, introductor en España de la gramática estructural; Antonio RodríguezMoñino, gran erudito; Gregorio Salvador, filólogo completo... Esta pléyade de talentos no se limitaba a las aulas madrileñas. En la vida cultural de nuestras capitales de provincia, fue decisiva la influencia de personajes como Filgueira Valverde, en Pontevedra; José Caso y José María Martínez Cachero, en Oviedo; José Manuel Blecua, en Zaragoza; Guiller- S

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