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ABC MADRID 02-03-2018 página 13
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  • EdiciónABC, MADRID
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ABC VIERNES, 2 DE MARZO DE 2018 abc. es opinion OPINIÓN 13 EL BURLADERO UNA RAYA EN EL AGUA CARLOS HERRERA NO HI HA RES A FER Los silvestres de la CUP exigieron ayer que se volviera a la casilla de salida MAN la retórica, el simbolismo, el humo; les gusta jugar a amagar, a significarse como etéreos, a simular bravatas, a parecer dispuestos a cruzar todas las líneas rojas. Y no. Son de un natural cobarde, timorato, medroso y encogido. Los nacionalistas catalanes llevan amenazando con dar el golpe definitivo desde que la Moreneta fue encontrada por unos pastores en el siglo IX y nunca han hecho más que desestabilizar, vocear, pavonearse y darse ánimos unos a otros sin atreverse a cruzar la línea definitiva. Si la mayoría abrumadora de los catalanes hubiera querido ser independiente lo sería desde hace un puñado de siglos; pero la mayoría de ciudadanos de esa comunidad gusta de ser catalán sin que eso le prive de otros complementos comunes que les garantiza indudables ventajas. Ya se ha señalado hasta la náusea que el verdadero negocio, el auténtico hervor de emociones, es ser independentista, no ser independiente. Pero vivir en la farsa, en el autoconvencimiento y en ese perverso mecanismo de recalentarse unos a otros permite entretener los tiempos y vivir en la utopía permanente de El Dorado o de la Ítaca soñada. Y así van pasando los días y las noches, haciendo que haya una doble circulación superpuesta: la de los ciudadanos que sacan adelante las cosas cada día y la de los ensimismados que viven de declaraciones pomposas y provincianas. ¿Qué otra cosa fue si no el ejercicio de renovada melancolía de ayer por la tarde con declaración del A Puigdemont incluida? Los silvestres de la CUP, que se permiten ser arrojados porque saben que jamás tomarán decisiones que hagan recaer sobre sus espaldas las consecuencias de tales acciones, exigieron que se volviera a la casilla de salida y se refrescara la declaración de independencia que ha llevado a la cárcel a unos cuantos responsables políticos y a otros activistas sociales. Torrente, el brazo menos listo pero tampoco tonto del todo del procés, hubo de afinar, junto a sus conmilitones de la mayoría parlamentaria, el juego de las apariencias. Que parezca que lo hagamos pero sin hacerlo. Y ahí nace el postureo de ayer mediante el cual reivindicaban al fugado que dice estar dispuesto a facilitar la formación de un gobierno y el referéndum del 1 de Octubre. Pero de proclamar de nuevo la República Catalana nada de nada, si acaso alguna mención a las aspiraciones soberanas del pueblo catalán y tal y tal pero nada más. ¿Quién es el primer valiente en estar dispuesto a ingresar en prisión después del aviso de la Fiscalía? ¿Quién es? ¿Dónde está escondido? ¿En las filas de la CUP? ¿Con una de sus líderes huida a Suiza simplemente por haber sido citada a declarar sin estar acusada de nada? Los ejercicios estériles, las pérdidas de tiempo y el atlético deporte de la simulación es el perverso común denominador de la política oficial catalana, que es la de los nacionalistas, de esos que se creen mayoritarios en su deseo independentista y comprueban, hasta en las circunstancias más febriles, que no son mayoritarios. No solo eso: comprueban también cómo la fiebre crecida desde que el incompetente de Artur Mas desatara la infantilidad histérica de los soberanistas de bote decrece de manera prodigiosa de la misma manera que creció desde que todo se derrumbara a primeros de Octubre. No se alarmen, en cualquier caso. La perseverancia es una gran característica de estos seres que viven alquilados en una permanente nebulosa. Propondrán al tal Sànchez Jordi, no se confundan un mediocre agitador callejero, como presidente de la Generalidad, cosa que no será efectiva porque está en la cárcel. Y seguirán girando como la burra de la noria mientras la vida sigue en la calle a la espera de que una mañana luminosa alguien se dé, por fin, con una rama en la cabeza. No hi ha res a fer. IGNACIO CAMACHO GUARDIAS DE ATREZO Podemos quiere convertir a la Policía en atrezo de sus algaradas. Figurantes con casco ante el tiro de las cámaras N las dictaduras, la gente quiere menos policía para preservar su libertad; en las democracias la gente quiere más Policía por el mismo motivo. En el primer caso los guardias son el brazo ejecutor de un orden represivo y en el segundo representan la custodia de un marco de libertades y derechos que deben ser protegidos. Durante la Transición, ese período que los dirigentes de Podemos añoran con lo que Gil de Biedma llamaba nostalgia de lo no vivido, los jóvenes gritaban gritábamos aquel lema de disolución de los cuerpos represivos que tal cosa eran, en efecto, toda vez que defendían un régimen ilegítimo. Cuando el sistema cambió al fin no hizo falta disolverlos salvo la temida Brigada Social porque pasaron a ser los custodios del pluralismo político, y lo defendieron incluso con la vida ante la amenaza del terrorismo. La aversión de la extrema izquierda hacia la Ley de Seguridad Ciudadana, rebautizada bajo el eficaz marco mental de Ley Mordaza, parte de esa artificial melancolía por una Transición que considera incompleta o mal realizada. En su sueño refundacional, el populismo neocomunista se echa de menos a sí mismo en la construcción de aquella etapa y pretende compensar ese déficit vital caricaturizando con rasgos opresivos a la democracia. Su vocación revolucionaria sufre la frustración adolescente de no haber llegado a tiempo para participar en la aventura de aquella experiencia adánica, y la combate con un ímpetu insurgente de agitación y barricadas, una terapia de subversión callejera que se autoconcede dimensión heroica frente a pelotones de antidisturbios supuestamente feroces dispuestos en orden de batalla. Como si se tratase de una generación que, harta de escuchar a sus padres el relato de las carreritas delante de los grises, hubiese decidido crear su propia mitología iconoclasta para escapar a la rutina de la legalidad parlamentaria. Pero a ese imaginario indómito lo traiciona su origen burgués, propio de una generación acomodada al trantrán democrático, cuando intenta vivir su catarsis ante una Policía física y legalmente desarmada. El podemismo quiere reglas de juego favorables que suavicen el riesgo de su impostura rebelde y reduzcan la dureza de las cargas. Para ello reclama la abolición del principio de autoridad de los agentes, a los que quiere convertir en mero atrezo escenográfico de sus bravatas, monigotes de terracota vestidos de guerreros para dar realce y fotogenia a las manifestaciones televisadas. Figurantes con casco al fondo del tiro de las cámaras. Cuando las papas queman, como decía Di Stéfano, esta gente tan arriscada pide que los maderos se sometan a un prolijo protocolo burocrático para poder repartir bofetadas. Lástima que sus dirigentes se olvidasen de recomendar esta modalidad de coacción indolora cuando asesoraban al chavismo sobre los modos de reprimir a la oposición venezolana. E JM NIETO Fe de ratas

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