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ABC MADRID 23-02-2018 página 12
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  • EdiciónABC, MADRID
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12 OPINIÓN LLUVIA ÁCIDA PUEBLA VIERNES, 23 DE FEBRERO DE 2018 abc. es opinion ABC DAVID GISTAU CUADROS Sin el derecho a agitar, a agredir el buen gusto, liquidaríamos los contrapesos a las verdades oficiales del Estado P IDO perdón por arrancar este artículo con un topicazo: la verdadera devoción por ciertos principios con los que se nos llena la boca, tales como el respeto a la libertad, la creación y el pensamiento, no se demuestra tolerando aquello que nos confirma, sino aquello que nos ofende. El mural del artista Sierra en ARCO, por ejemplo. Que un comisario político haya ejercido ahí censura es un hecho escatalógico en sí, peligroso como antecedente y como signo de los tiempos en sí, y ello no depende de que la obra nos parezca más o menos acertada o de que concuerde o no con nuestros propios prejuicios ideológicos. Aquí van otros dos topicazos, ya que vuelve a ser, ésta, una era en la que se hace necesario explicar lo evidente. Todos los regímenes que ejercieron censura estaban convencidos de la necesidad moral de hacerlo, de la función higiénica en el contexto de su propia sociedad. No nos carguemos, por tanto, de razones morales o higiénicas para ejercer censura, para consentírnosla a pesar de los alardes retóricos con los que la denostamos en términos históricos. Existe en la actualidad una restauración de la justificación censora contra la cual hay que protestar y resistir. Y esto lo digo aun siendo un ser inofensivo, incapaz de epatar ¡todavía! a un burgués como lo hace el artista Sierra. Otro topicazo: la única limitación es la que impone un juez, aun cuando también el juez puede ser discutible. No vale apelar a ninguna otra cosa y menos a criterios subjetivos como el gusto para agredir esa libertad. Ni a la responsabilidad. Ni al respeto. Ni a la educación. Ni a la moral pública. Estos diques, estas sugerencias de autocensura, convertirían al creador en un artesano de objetos decorativos. Sin el derecho a agitar, a ofender, a agredir el buen gusto y el respeto, liquidaríamos el humor, la sátira, los contrapesos a las verdades oficiales del Estado. Vamos, no nos quedarían en pie ni los Monthy Python. Considerar el Estado, incluida su jefatura, un ente sacral al que no se puede molestar supone la muerte de la conciencia ciudadana y la esterilización de toda creación salvo la orgánica. Desde que esta fugaz polémica estalló, me sorprende haber visto a periodistas razonar a favor de la censura y exigir respeto. Me sorprende porque la defensa de los valores y de los topicazos expuestos en este artículo será siempre, para un periodista, un acto de apuntalamiento de su propia supervivencia. El periodista que justifique la censura no tendrá derecho a la queja el día que se la apliquen a él en nombre del respeto, o del buen gusto, o de la obligatoria de las verdades oficiales. Resérvese el periodista, aunque sea como fantasía salvaje, la posibilidad de llegar a epatar burgueses, a agitar verdades, a escandalizar por obra de la honestidad intelectual. Recuerde el periodista que también a él le pueden descolgar los cuadros: basta con que conceda ese poder a quien anhela hacerlo. MONTECASSINO HERMANN MEMORIA DE LOYOLA Los españoles demandan líderes con convicciones y lealtad a la nación E STÁN pasando cosas que no pasaban. Nuestras miserias y cuitas son viejas conocidas. Nuestros problemas, desde el despilfarro autonómico al fracaso educativo, son frutos de derivas largo tiempo permitidas cuando no fomentadas por gobiernos y sociedad. Incluso el más dramático que es el golpe de Estado que España ha sufrido en Cataluña, perpetrado por un separatismo que secuestró las instituciones, no pudo ser para nadie una sorpresa. Las amenazas eran continuas. Era fácil de prever la deslealtad hasta la alta traición que se preparaba en la Generalitat en Cataluña, desde las consejerías a las comisarías de los Mozos. Esas cosas venían pasando. Las que no pasaban son las buenas que ya pasan. Son muchas, pese al caos y la debilidad y confusión de gobierno y de oposición. Comenzaron por un discurso del Rey de España en el que la dignidad del Estado y de la Nación fue única protagonista. Fuera quedó el recurso al apaciguamiento y la eterna sordina a los valores de unidad, lealtad y firmeza. Surgieron las banderas nacionales en las fachadas de toda España. Y aunque a los políticos les gustaría que se quitaran, ahí siguen. Hace días, media España gozaba con emoción de las imágenes virales en las redes de un público en el Teatro de la Zarzuela que estallaba en vítores y aplausos tras escuchar a Marta Sánchez cantar el himno nacional. La profesora malagueña Elvira Roca Barea, con casi treinta ediciones de su libro Imperiofobia y la leyen- da negra artífice de un vuelco a la percepción pública de la historia de España que solo algunos mezquinos historiadores lamentan, ha sido premiada con la Medalla de Andalucía. La presidenta socialista Susana Díaz premia a una autora que simboliza la rebelión contra la hispanofobia, contra la leyenda negra que siempre ha sido fomentada por la izquierda española. Susana Díaz ya oye el rumor de la ola. El miércoles, un repleto auditorio en el Congreso de los Diputados asistía a la presentación de una biografía de Loyola de Palacio, fundadora de NNGG, ministra de Agricultura, vicepresidenta de la Comisión Europea y uno de los líderes de mayor carisma y proyección del PP. Once años después de que un fulminante cáncer acabara con inmenso animal político e indoblegable mujer batalladora por los valores fundamentales de la derecha democrática española. Loyola, se dijo y escribió cuando era enterrada en el pueblo guipuzcoano de Deva, tenía todo aquello que iba a escasear más en la política española: convicciones, coraje para defenderlas y un inmenso espíritu de servicio por amor a los españoles y a España. La biografía, escrita por Emilio Sáenz Francés y publicada por el Congreso hace un magnifico relato de la trayectoria de esta vasca española de vitalidad arrolladora que era la antítesis de los políticos funcionarios que gestionan la política como administradores egoístas de un vulgar negocio ajeno. Los españoles están hartos de cínicos y calculadores. Precisamente porque carecen de esas cualidades de Loyola, el músculo moral y la emoción que solo da la lucha por las propias convicciones, la mayoría de los políticos no entiende lo que pasa. Ella estaría luchando porque su partido, el PP, asumiera el liderazgo de esa ola que va a cambiar España profundamente y probablemente acabe con gran parte la clase política actual. Que por eso intenta desesperadamente desactivarla. Loyola, dijo su hermana, la también exministra, Ana Palacio, habría estado entusiasmada con el discurso del Rey y habría enarbolado en Barcelona como en Bilbao la bandera nacional por una España de todos libres e iguales. Loyola vuelve a estar presente porque su ejemplo como política definida por su patriotismo vuelve a estar de rabiosa actualidad. Porque es trágicamente necesario.

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