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ABC MADRID 19-02-2018 página 13
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  • EdiciónABC, MADRID
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ABC LUNES, 19 DE FEBRERO DE 2018 abc. es opinion OPINIÓN 13 UNA RAYA EN EL AGUA EL CONTRAPUNTO ISABEL SAN SEBASTIÁN HABLAR ESPAÑOL Proteger el libre uso del español en toda España, incluida Cataluña, es un deber sagrado del gobernante L A lengua es una herramienta de comunicación entre las personas que la manipulación política en España ha convertido en arma de intoxicación masiva. De ahí que el lenguaje diste de ser inocente y cada palabra contenga cargas de profundidad letales. No es lo mismo hablar de castellano que hablar de español Tampoco es equivalente decir que una determinada lengua es española, por ser utilizada en una región de España, a constatar que la lengua española es solo una: la que tenemos en común el conjunto de los españoles y los pueblos a quienes transmitimos ese formidable legado. No es casual que la Constitución, una construcción política, afirme que el castellano es la lengua española oficial del Estado mientras que la Real Academia Española, institución de carácter cultural, patrocina un diccionario de la lengua española Todo tiene un porqué y una sinrazón fuentes de incontables problemas. Si nos atuviéramos a lo que dictan la lógica, la utilidad, lo que sucede en la inmensa mayoría de los países y las reglas vigentes en la era de la globalización, la lengua oficial de nuestro Estado sería la que compartimos todos entre nosotros y con quinientos millones más de seres humanos; es decir, el español. Su uso cotidiano y para cualquier actividad sería un derecho garantizado a todos los ciudadanos, independientemente de su edad o profesión, y conviviría en apacible armonía con las len- guas o dialectos regionales más o menos arraigados en ciertos puntos de nuestra geografía. Dado que la ideología sectaria, el nacionalismo y el interés venal puro y duro han metido sus zarpas en este goloso coto, una herramienta cultural y económica tan formidable como es nuestro idioma español se ha convertido en objeto de disputa que, en lugar de unir, separa, y en vez de comunicar, enfrenta. Pocas generaciones han cometido errores tan garrafales como éste. Escribieran lo que escribieran los padres de nuestra Carta Magna, forzados a trenzar acuerdos con la quinta columna separatista dotada de una evidente sobrerrepresentación parlamentaria en aras del sacrosanto consenso, lo que yo hablo es español, no castellano. Nací en Santiago de Chile, hija de vasco y de navarra, y mi lengua materna es el español, no el castellano. Porque el castellano es la lengua vernácula de Castilla, del mismo modo que el catalán es la de Cataluña, el vascuence la del País Vasco o el gallego la de Galicia. La de España es el español. Y tenemos el privilegio de que nuestros antepasados la convirtieran en lengua universal que permite viajar por medio mundo sin necesidad de conocer otras y goza, por añadidura, de un acervo literario incomparable. Si viniera un ser de otra galaxia y viera lo que hacemos con ella, concluiría que estamos locos. La desidia, la cobardía y la irresponsabilidad de muchos gobiernos de España ha consentido que las lenguas regionales se transformaran en instrumentos de construcción nacional local; es decir, de destrucción de España, además de apesebrar a paniaguados de todo pelaje que han hecho de ese negocio su fortuna. Las cosas han llegado tan lejos que nuestro idioma común vive secuestrado en muchos rincones de su propia patria y se persigue a quien lo utiliza. ¡Es hora de decir basta! Proteger el libre uso del español en toda España, incluida por supuesto Cataluña, es un deber sagrado del gobernante, no solo porque su obligación es amparar los derechos individuales de los ciudadanos, únicos titulares de derechos en democracia (ni las lenguas ni los pueblos tienen tal cosa, más allá de la demagogia nacionalista) sino porque esa batalla resulta determinante en la defensa y salvaguarda de España. IGNACIO CAMACHO EL VOTO BIOGRÁFICO El duelo en el centro derecha no es ideológico ni casi político sino generacional y territorial: un pulso demográfico L JM NIETO Fe de ratas A circunscripción de Palencia es un paradigma del bipartidismo. Tres escaños, uno para el PSOE y dos para el PP, que desembarcó allí como paracaidista al ministro Méndez de Vigo. De sus 164.000 habitantes, casi la mitad vive en la capital y el resto está disperso en doscientos municipios, la inmensa mayoría de menos de quinientos vecinos. Por esa razón es también un modelo de diseminación demográfica, de esa España profunda y vacía sobre cuyo abandono ha dado la voz de alarma un brillante libro de Sergio del Molino. Hasta allá se fue Rajoy la semana pasada en busca del aliento que las encuestas le niegan a su partido. En el pulso que el PP ha entablado con Ciudadanos, provincias como Palencia representan el bastión rural donde los populares defienden su hegemonía entre un electorado agrario, autodefensivo, de edad madura, reacio al aventurerismo. El presidente no eligió en balde. Palencia, como Zamora, dispone para sus ochenta mil pobladores de una deficitaria línea de alta velocidad, un sistema de transporte cuestionado por los gurús económicos de Cs, que lo consideran un despilfarro inviable. Ése fue precisamente el medio utilizado para el viaje. Y la visita se centró en el patrimonio románico... y en la Diputación Provincial, una institución que el reformismo de Rivera quiere suprimir por estimarla ineficaz y redundante. Símbolos, recados oblicuos, mensajes: en el lenguaje de la política conviene estar atentos a los detalles. El marianismo salvó el doble ciclo electoral en este tipo de ámbitos, donde la regla de Hondt le garantiza un considerable número de diputados. Por eso tampoco es casual que Podemos y Ciudadanos pretendan cambiar la ley para atomizar el reparto de escaños. La implantación del PP y en menor medida, del PSOE en esa España agropecuaria ha sido definida con la vieja metáfora de Delibes sobre el voto del señor Cayo; hay algo de supremacismo urbano en el desdén posmoderno de la nueva política hacia esos feudos vistos como emblemas del clientelismo y del atraso. Pero los partidos minoritarios saben que, salvo improbable modificación de la ley electoral, se juegan muchas bazas en ese hábitat desamparado. Que su crecimiento en las ciudades tiene pendiente la reválida del campo. El movimiento de Rajoy es diáfano: quiere volver a dar la batalla en la retaguardia del adversario. Una estrategia conservadora, acaso insegura, de amarrategui consumado. En sentido inverso al de sus rivales, a los populares se les escapan votos a chorros en los núcleos metropolitanos y sin tapar ese boquete difícilmente salvarán su liderazgo. Pero el presidente tira en primera instancia de instinto, de su automatismo rutinario, para taponar la brecha por la que se está desangrando. Tal como anda planteado, el duelo interno del centro derecha no es ideológico ni casi político sino generacional y territorial: se trata de un pulso biográfico.

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