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ABC MADRID 23-10-2017 página 13
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  • EdiciónABC, MADRID
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ABC LUNES, 23 DE OCTUBRE DE 2017 abc. es opinion OPINIÓN 13 UNA RAYA EN EL AGUA EL CONTRAPUNTO ISABEL SAN SEBASTIÁN ABANDONAD TODA ESPERANZA, GOLPISTAS La intervención decisiva del Rey cambió el curso de la historia cuando la balanza se inclinaba hacia Puigdemont L fin van a perder el poder en Cataluña quienes llevan años utilizándolo para atentar contra el Estado democrático de Derecho. Al fin se anuncia la activación del artículo 155 de nuestra Constitución, previsto precisamente para salvaguardar sus garantías. ¡Ya era hora! El Gobierno ha tardado mucho más de lo necesario en tomar esta decisión inevitable, pero, una vez tomada, parece determinado a ponerla en práctica sin concesiones, con todo lo que significa. ¡A ver si es verdad! Cuando la gran mayoría de los españoles celebra el anuncio de una serie de medidas destinadas a restablecer el orden constitucional y preservar, por tanto, la inquebrantable unidad de la nación española, es de justicia destacar el papel crucial desempeñado por el Rey en esta gravísima crisis. El enorme servicio que ha prestado a España. El pasado 3 de octubre, tras la celebración de ese referéndum ilegal que, a tenor de lo prometido desde La Moncloa, no iba a tener lugar, el marcador era favorable a los golpistas. La Policía y la Guardia Civil habían sido arrastradas a una trampa mortal por la traición de los Mozos de Escuadra y la información deficiente (o desoída) de los servicios de inteligencia. Los sediciosos se habían apuntado un tanto victimista muy valioso ante la prensa internacional, ganada de antemano para su causa gracias a una te- A naz labor de propaganda nunca compensada por los llamados a difundir la voz de la legalidad. Las empresas estaban a la expectativa, pensando qué bando escoger ante la imposibilidad de saber cuál saldría victorioso. Y el PSOE anunciaba la reprobación de Soraya Sáenz de Santamaría por su responsabilidad en la presunta brutalidad policial denunciada desde la Generalitat en base a datos falsarios; o sea, estaba a un paso de alinearse con Podemos, PNV y Bildu junto a los rebeldes. Todo parecía favorecer a Puigdemont, mientras un Mariano Rajoy acorralado, indeciso y temeroso dudaba si cumplir o no con su penoso deber sin más apoyo que el de Albert Rivera. Entonces Felipe VI se asomó a nuestros hogares con un discurso inequívoco en defensa de la libertad, unidad y soberanía de los españoles. Seis minutos de firmeza y valentía que cambiaron el curso de la historia. La intervención providencial del Rey inclinó la balanza socialista del lado de la Carta Magna y precipitó la fuga del dinero, decisiva para el fracaso de la asonada. Las palabras de Don Felipe fueron escuchadas también allende nuestras fronteras, donde algunos barajaban ya la idea de satisfacer los delirios de Romeva y reconocer la nueva república. Pero sobre todo esos seis minutos sin desperdicio animaron a la ciudadanía a defender abiertamente a su patria de quienes ansían romperla, olvidando viejos complejos. Hoy la partida está ganada y los golpistas saben que han de abandonar toda esperanza, por mucho que se lamenten o traten de tomar la calle. Han perdido. Queda mucho por hacer, desde luego. Los tribunales deben actuar con rigor contra los autores materiales del golpe, sea por rebelión, sedición, malversación, prevaricación, o la suma de esos delitos. Es preciso asimismo desarticular minuciosamente la trama civil que lleva décadas alentando a la secesión a través de la televisión y radio públicas autonómicas, la Consejería de Educación y ciertas asociaciones culturales dedicadas al adoctrinamiento y la agitación. Hay que aprovechar esta ocasión para limpiar a fondo las estructuras levantadas por los separatistas en apoyo de su causa, y después ganarles en las urnas. Pero al menos ahora están desenmascarados. Todo el mundo sabe lo que son y cómo actúan. IGNACIO CAMACHO NO QUITÉIS LAS BANDERAS Dejadlas ahí, al menos hasta que el otoño las decolore o el viento de la Historia las convierta en un noble guiñapo N JM NIETO Fe de ratas O descuelgues aún esa bandera de tu balcón porque el aliento moral que expresas con ella va a continuar siendo necesario. Porque el Estado al que querías defender con ese gesto sigue pendiente, acaso más que nunca, de tu respaldo. Porque el debate cívico y patriótico en el que decidiste participar con ella va para largo. Porque los sentimientos y la convicción que pretendías expresar no han caducado. Porque el orgullo que te movió a ponerla debe permanecer intacto. Y porque ahora no puedes ni debes conformarte con lo que has logrado. ¿Sabes? A los políticos nunca les acabó de gustar ese caudal de energía colectiva, esa oleada de vigor ciudadano. Acostumbrados a formular consignas, a dirigir opiniones, a establecer criterios, desconfían de cualquier movimiento espontáneo. El de las banderas les sorprendió, les creó inquietud porque no sabían bien quién podía aprovecharlo; se sintieron incómodos, desasosegados de no poder controlar ese pálpito. Y sin embargo tuvo consecuencias porque, les gustase o no, expresaba una conciencia, una determinación, un estado de ánimo que buscaba, que exigía, que necesitaba un liderazgo. Quizá sin las banderas no se hubiese producido esta reacción de firmeza. Quizá el poder se habría dejado llevar por el impulso de su propia inercia. Quizá los partidos constitucionalistas, en vez de aproximar voluntades, se hubieran dedicado a profundizar en sus diferencias. Quizá todavía seguirían indecisos, apocados, calculando rentabilidades electorales y afinando estrategias. Quizá los catalanes invisibles los discrepantes arrinconados por la hegemonía nacionalista, se mantendrían en el silencio que al fin decidieron romper en un multitudinario arrebato de coraje y entereza. Quizá la insurrección contra los fundamentos de la democracia aún no hubiese encontrado respuesta. Todo eso, y el discurso del Rey, y el rearme moral del Gobierno, y la sensación de que la derrota presentida tenía vuelta, sucedió porque cientos de miles de españoles prendisteis en la ventana una enseña. Una expresión que no era de protesta o sí: contra el encogimiento, contra el desdén, contra la pusilanimidad, contra la propia vergüenza sino de confianza en vuestro país, en vuestros valores, en vuestro sistema de convivencia. Porque os sentisteis fuertes, dignos, incólumes, resueltos a reclamar que se os tuviera en cuenta. Por eso hoy más que nunca es menester que la política sienta el hálito de una nación dispuesta a acompañarla en el difícil camino que al fin ha tomado. Porque el riesgo de ruptura persiste y hay una posibilidad cierta de fracaso. Por eso en tu balcón debe mantenerse esa bandera que colgaste el día en que una fuerza invisible te empujó a sacar tu autoestima del armario. Déjala ahí, cabal, honorable, bizarra, al menos hasta que el sol y la lluvia de otoño la decoloren o el viento de la Historia la convierta en un noble guiñapo.

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