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ABC MADRID 04-10-2017 página 32
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  • EdiciónABC, MADRID
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32 INTERNACIONAL MIÉRCOLES, 4 DE OCTUBRE DE 2017 abc. es internacional ABC La existencia retirada del homicida mantiene abierta la incógnita en torno al motivo de la matanza del domingo La vida fantasmal en Mesquite del asesino de Las Vegas JAVIER ANSORENA ENVIADO ESPECIAL A LAS VEGAS tephen Paddock conocía a la perfección los 130 kilómetros que separan Las Vegas de Mesquite, la localidad al noreste de la ciudad del juego donde vivía el autor del tiroteo más sangriento de la historia de EE. UU. La autopista Norte 15 es un hilo de cemento y brea sobre el desierto de Nevada, un manto de pedregal, arbustos punzantes y colinas escarpadas. Paddock lo transitó en infinidad de ocasiones: para ir a Las Vegas a apostar, su gran afición; pero en las últimas semanas también para preparar la matanza que ha conmocionado a EE. UU. con 59 muertos y más de 500 heridos. Paddock ametralló a sangre fría, desde el piso 32 de un hotel, a las miles de personas que disfrutaban de un festival de música country La carretera es tediosa, con rectas largas en las que el tiempo se suspende, atrapado por el paisaje ocre e inerte. Quizá la cabeza de Paddock se entretenía en repasar los detalles de una S carnicería milimetrada: cuál será la habitación del hotel Mandalay Bay con mejor orientación sobre la masa de personas que acudiría al concierto; cómo colocar el trípode para las armas automáticas; cómo no levantar sospechas en el hotel; qué hacer cuando llegue la policía. Desde el domingo por la noche, EE. UU. se pregunta sobre todo por qué lo hizo. Paddock no dejó pistas entre sus vecinos, devastados por la noticia. Mesquite es una localidad pequeña, de unos 15.000 habitantes, tranquila en la frontera con el aburrimiento. Es uno de eso suburbios donde los jubilados estadounidenses se retiran o vienen en invierno en búsqueda de su clima templado, sin la humedad de estados como Florida; una sucesión de barrios con casitas cuadradas, jardines de gravilla y cactus, caminos impolutos para pasear al perro, parches verdes de campos de golf y algún restaurante donde cenar en el fin de semana. Esto es para jubilados y golf, golf, golf dice Chuck, que todavía trata de asimilar la tragedia. Así es: Mesquite es un retiro dorado para pegar unos palos por la mañana y tomar un vodka con jugo de arándanos sin sobresaltos. No un lu- El domicilio de Stephen Paddock en Mesquite, Nevada gar donde descubrir que la casa de tu vecino era un polvorín con decenas de armas y munición y que planeaba usarlas contra una multitud. Tras el decorado Como casi cada mañana, el sol pega como un martillo en la residencia de Paddock, todavía con las cintas amarillas de la policía para impedir el paso. Eso y la puerta del garaje destroza- da por la policía, tirada en el suelo y sustituida por unas planchas de conglomerado son lo único que la distingue de las casas de alrededor, al final de una calle sin salida en la parte más alta de Mesquite. Se respira una tranquilidad densa, incómoda. Hay un par de policías que vigilan que nadie trate de entrar en la casa. Cada poco, algún vecino pasa con el coche y reduce la velocidad para echar un vistazo LOS INVESTIGADORES, SIN PISTAS SOBRE LOS MOTIVOS El autor de la matanza poseía un arsenal con más de 40 armas J. ANSORENA MESQUITE Ninguna de las decenas de miles de personas que se reunieron en Las Vegas para disfrutar de un festival de música country podía pensar que, justo enfrente, un jubilado había montado un arsenal abrumador para acabar con el máximo número de vidas posibles. La Policía, sin pistas aún sobre las motivaciones del autor de la masacre, ha confirmado que Stephen Paddock tenía 23 armas en la habita- ción del hotel Mandalay Bay y otras 19 en su casa de Mesquite, al noreste de Las Vegas. A veces, sin embargo, hay premoniciones trágicas. Luke Pergande, un joven de Las Vegas que tiene una compañía de apuestas deportivas, era uno de los asistentes al festival. El mismo día del ataque, subió una foto a su cuenta en Instagram, acompañado por dos amigos, armados con latas de cerveza y junto a una guitarra. Tres chicos a los que les gusta el country y que no tienen miedo a mostrarlo escribió en la red social. Era imposible predecir que en un concierto de su música preferida una lluvia de balas cayera sobre sus cabezas. Es raro, escalofriante, pensar en ello confiesa Pergande a este periódico, que consiguió escapar de la tragedia sano y salvo, al igual que sus dos amigos. Las balas caían en medio de donde había más gente, para matar al máximo número. Parece ser que estar en la zona más cercana al atacante fue más seguro explica Pergande, que tardó medio minuto en darse cuenta de que el sonido relampagueante eran balas y no un mal funcionamiento del tendido eléctrico, como creyó en un principio. Salvarse de la tragedia no le evitó vivir un horror que todavía trata de asimilar. Atravesamos el recinto de lado a lado para encontrar refugio. Vi muchos cuerpos tirados, una cabeza abierta por la mitad por un disparo... Acabamos entrando en un motel con diez desconocidos, donde esperamos una hora hasta que pudimos salir recuerda. Es una de las muchas historias que caen con cuentagotas tras la tragedia, muchas de ellas entre el dolor y el heroísmo. Cientos de personas se olvi-

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