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ABC MADRID 29-09-2017 página 13
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ABC MADRID 29-09-2017 página 13

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC VIERNES, 29 DE SEPTIEMBRE DE 2017 abc. es opinion OPINIÓN 13 UNA RAYA EN EL AGUA EL BURLADERO CARLOS HERRERA HAY DIAS EN LOS QUE UNO NO SABE DE QUÉ ESCRIBIR Hay lectores que me dicen que en Andalucía o Asturias pasan cosas que merecen ser contadas RÉANME, llevo la tarde entera escudriñando otros asuntos de los que escribir. He parado en el tétrico caso de los dos muchachos asesinados en un pantano, pero sólo conozco conjeturas sueltas. Me queda ya lejos el viaje de Rajoy a Washington y el homenaje que le ha dado Trump, que le hizo el favor, incluso, de no hablar demasiado. Parece interesante el debate sobre la dimensión de la banca europea, pero no resulta demasiado atractivo, como no lo parece el trajín que afrontará Merkel para formar gobierno. Hay un porrón de lectores que me dicen que en España hay muchos más asuntos y que en Andalucía o Asturias pasan cosas que merecen ser contadas. Y tienen razón, pero, finalmente, hay que atender el tema único, el que hace que coincidamos todos los columnistas, más verdes, más rojos o más amarillos, alarmados por la gravedad del caso: Pasión de Catalanes. Ni siquiera la aparición de los Stones en Barcelona me permite esquivar el asunto único. Da la sensación, visto desde fuera, que Barcelona sería una ciudad escenario de un típico ambiente pre- revolucinario, con barricadas en las calles, toque de queda y disturbios en cada esquina. Y no lo es, ciertamente, pero sí es, en medida más dispersa que ciudades pequeñas o determinados pueblos donde todo se concentra, escenario de un asalto de origen institucional a la legalidad, en el que la única victoria que le cabe a los organizado- C res es hacer visible la concentración masiva de personas ante las urnas selladas. Cuando algunos me preguntan qué creo que habrá de acaecer este domingo les contesto que no veo un referéndum por ninguna parte, a pesar de la contumacia, y sí alteraciones severas del orden público. Una masa de excitados activistas representantes de un pueblo que busca su libertad ocupará lugares relevantes sabedores de que siempre les acompañará una cámara: estudiantes debidamente aborregados en las madrassas nacionalistas y tropa común de la ANC, basura antisistema invitada para la ocasión lo mejor de toda Europa, incluido el País Vasco y otros chiringuitos subvencionados saldrán a la calle olisqueando urnas y defendiéndolas como si les fuera la vida en ello. La pregunta es cómo lo harán las fuerzas de orden público para impedir votación alguna tal y como les ha ordenado el juez, habida cuenta de que esa tarea le corresponde a los Mossos de Trapero, el que irresponsablemente suele ponerse a resguardo cada vez que se le pregunta por ello. El jefe de la tropa sabe que no tiene más remedio que obedecer las órdenes del TSJ, pero, acostumbrado a los equilibrios, buscará una forma de que no parezca que lo hace, aunque lo haga a medias. Vean ustedes la paradójica situación: los que organizan la votación ilegal, forzando todo tipo de materiales hasta la fatiga, son los que lamentan que pueda haber problemas de orden público. ¡Con lo fácil que sería no haber organizado este chocho! Quedan dos días de presión y mentiras feroces, atroces. Dos días, hoy y mañana, para visitar vecinos planta por planta y recordarles cuál es el papel de los buenos catalanes, para telefonear a voleo y aconsejar a quien descuelgue de quien se tiene nombre y filiación gracias a que alguien ha distribuido datos confidenciales dónde debe acudir a votar, para seguir sacando a los niños de romería con la esperanza de que caigan por una toma de TV 3, para insistir a los que tengan llaves de institutos que las pongan a disposición de la autoridad y tal y tal. Dos días para instruir definitivamente a la gente sobre cómo tiene que hacer las colas para que parezcan abrumadoras: llegar a las 7 y esperar a ver qué pasa. Todo un disparate. Como les digo, hay días en los que no sabe uno de qué escribir. IGNACIO CAMACHO BANDERAS Hay muchos españoles hartos del desdén con que los zarandea moralmente la propaganda de un soberanismo supremacista N el centro de mi pueblo, en la campiña sevillana, también han colgado una bandera roja y gualda. En los años 60 y 70 salieron de allí rumbo a Cataluña muchas familias que querían emigrar sin tener que salir del país, como otras que marcharon a Alemania u Holanda. Durante décadas volvían por primavera a tierra andaluza, vestidas con sus mejores galas, para mecer su corazón en los recuerdos al compás de los pasos de Semana Santa. Quizá sus nietos se hayan hecho independentistas, por rebeldía o por desesperanza, pero aquellos hombres y mujeres que se fueron en vagones de tercera a construir con sus manos la prosperidad catalana se integraron allá, en un proceso vital no siempre fácil, sin que jamás se les pasara por la cabeza la idea de estar viviendo fuera de su patria. Esas banderas que hoy cuelgan también en balcones de todo el país simbolizan una corriente emocional que ha despertado el desafío separatista. No son una agresión contra los catalanes sino una expresión de dignidad reivindicativa. Hay muchos españoles hartos del desdén con que los zarandea moralmente la propaganda de un soberanismo cada vez más contaminado de xenofobia supremacista. Cansados de parecer culpables, de que los llamen ladrones, de que los miren con insoportable altanería como gente fracasada que vive en una nación fallida. Irritados de que quienes viven mejor que ellos se hagan encima las víctimas. En el clima de conflicto de estos días, ese malestar ante la mitología de la independencia ha cuajado en una manifestación de orgullo de Estado. Una respuesta simétrica que opone a la alborotada autoestima identitaria una silenciosa reclamación de patriotismo democrático. Esta vez las banderas no celebran una victoria de la selección de fútbol ni representan muestras nostálgicas de franquismo rancio: por primera vez en mucho tiempo, son emblemas políticos de un proyecto colectivo cuestionado, auténticos símbolos del poder constitucional soberano. Como los aplausos a las fuerzas de orden público, constituyen iconos de un estado de ánimo que advierte a los rupturistas de que detrás del pacto de convivencia que quieren violar existe un pueblo dispuesto a defenderlo y respaldarlo. Por eso este pulso no lo puede perder España. Porque la energía tantas veces dispersa o inerte de la nación se ha desperezado ante la amenaza. Porque de algún modo el desafío ha reactivado la cohesión sentimental y política, transideológica, de un modelo de ciudadanía igualitaria. Porque no sólo está en juego la integridad territorial sino la estructura misma de la democracia. Porque no existe manera de organizar un país si la autoridad del Estado se resquebraja. Porque esas banderas en las calles identifican una sensibilidad subestimada. Y porque ningún país que se respete a sí mismo puede admitir que nadie, por iluminado que se sienta, ignore la ley cuando le venga en gana. E JM NIETO Fe de ratas

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