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ABC MADRID 10-09-2017 página 12
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ABC MADRID 10-09-2017 página 12

  • EdiciónABC, MADRID
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12 ENFOQUE DOMINGO, 10 DE SEPTIEMBRE DE 2017 abc. es ABC semana La foto de la AFP El final del verano El paraíso perdido LUIS DEL VAL No es necesario leer a Milton para sentir una lejana y extraña melancolía, la falsa sensación de que, otra vez, perdimos el paraíso. El verano y el champán acumulan mucha literatura, y por eso nunca estamos seguros de lo que bebemos y de lo que vivimos, si formamos parte de una novela o, simplemente, hemos estado en una boda donde el cava estaba templado o se han terminado las vacaciones. Son muchas las circunstancias que alimentan la leyenda del verano, comenzando por el calendario escolar que proporcionaba al mes de junio cuando a sus finales comienza a señorear el signo de Cáncer un conjunto de promesas que casi nunca se cumplían. O bien alguna asignatura suspendida ensombrecía el paraíso, o bien el furtivo amor tan recurrente, tan inesperado concluía antes de las primeras tormentas. Pero siempre queda esa sospecha de que no son necesarias las ropas, de que el cuerpo es libre cuando lo somos nosotros, y de que no hace falta trabajar para vivir. Por eso, el último veraneante, como el último tren, nos producen esa sensación de fin de etapa, ese pañuelo de nostalgia que tiene cualquier despedida. Y, sin embargo, también es cierto que cuando el bosque de las sombrillas desaparece, también se diluyen los barullos groseros, las acampadas descorteses, los gritos molestos, esa capacidad que tenemos los hombres cuando actuamos en masa de vulgarizar lo que nos rodea. Y es entonces, en esa mañana gris y oscura, cuando la canción del mar hecha de murmullo se percibe en toda su pureza, y el calzado sobre la arena parece conversar con los minúsculos corpúsculos. Pero viene a ser como adentrarte en el ruedo de una plaza de toros vacía, y mirar los tendidos. No llegas a disfrutar por completo de ese privilegio, porque llegan tenues sonidos de clarines y murmullos, que solo se encuentran en tu imaginación. Puede que el último veraneante de Deauville crea entrever las carreras del niño que quiere vaciar el mar con un cubo, sin saber que juega a San Agustín, o el cansino tránsito de bulevar que llevan hombres y mujeres como peregrinos sin destino por las orillas de la playa, en esa tenue frontera que avanza o retrocede según las mareas. Y, de cualquier manera, hay una cierta racionalidad de verano eterno, porque en el Paraíso iban desnudos la desnudez no es sólo cuestión de pudor, sino de temperatura y no era necesario cultivar la tierra para alimentarse. Al fin y al cabo, las vacaciones que el sistema socioeconómico impone no son sino una pequeña limosna de paraíso, una vez al año, que, como toda limosna, nunca nos parece generosa. Sobre todo, en el momento en que el paraíso está a punto de cerrar sus puertas. El último veraneante Un hombre sentado en su silla, único habitante de la playa normanda de Deauville, en Francia, el pasado miércoles

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