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ABC MADRID 09-09-2017 página 13
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ABC MADRID 09-09-2017 página 13

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC SÁBADO, 9 DE SEPTIEMBRE DE 2017 abc. es opinion OPINIÓN 13 UNA RAYA EN EL AGUA EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA DELIRIOS DALINIANOS Esta buena señora no se conformó con concebir un delirio megalómano que mitigase su frustración L A intensidad del desvarío independentista nos impide reparar en otros episodios más chuscos que, sin embargo, también ilustran un pavoroso deterioro institucional. Ocurre así, por ejemplo, con la exhumación de Salvador Dalí. A una buena señora, de oficio pitonisa, a la que su abuelita le decía que su padre era un gran pintor le da por pensar que es hija de Dalí, al que se parece casi tanto como yo a Ava Gardner. No debemos pensar, sin embargo, que esta buena señora sea una loquita. Puede ser tan sólo una perfecta hija de nuestra época, en la que el idealismo ha impuesto el postulado demente de que la realidad es una proyección de nuestra subjetividad; y donde el igualitarismo provoca que mucha gente se sienta frustrada, cuando descubre que la naturaleza reparte sus dones de forma desigual. Esta frustración los miserables la desahogan vomitando bilis; los vándalos apedreando farolas; y la gente más modosita y pacífica concibiendo delirios megalómanos. Pero resulta que esta buena señora no se conformó con concebir un delirio megalómano que mitigase su frustración de ser una mindundi, sino que quiso imponer ese delirio al resto del mundo. Así que acudió a un juzgado y reclamó que se reconociese que Dalí era su padre. Con tan buena suerte que se topó con una jueza tan blandita e invertebrada como la daliniana carne de gallina inaugural. Y esta jueza ordenó la exhumación del cadá- ver embalsamado de Dalí, para que le arrancaran unas uñitas, unos pelitos, unos dientecitos y unos huesecitos de nada y hacer con ellos un caldo genético de rechupete. Todo, no lo olvidemos, porque a la buena señora su abuelita le decía que su padre era un gran pintor A esa jueza le habría bastado con leer las memorias de Buñuel para saber que la vida sexual de Dalí fue prácticamente inexistente y circunscrita a guarrerías estrambóticas. Y que, en el mejor de los casos, sólo logró echar algún kiki (que imaginamos chuchurrido y grimosín) con Gala, a la que sin embargo prefería que se beneficiasen señores efébicos, mientras él miraba y le daba al manubrio. También nos cuenta Buñuel que a veces Dalí seducía a multimillonarias americanas, a las que se conformaba con desnudar en su apartamento, para después colocarles sobre los hombros, a modo de charreteras, sendos huevos fritos. Asimismo lo ponían palote o palito, tampoco exageremos los huesos de dinosaurios, los patos degollados y las langostas usadas a guisa de sombrero, según testimonios de sus biógrafos. En cambio, profesaba un asco insuperable a los genitales femeninos, que tal vez fuese la máscara traumática de una impotencia como la copa de un pino. Imaginarse a Dalí como un pichabrava que encaloma a las criadas (como, al parecer, hacía su padre) es un desvarío característico de una época en la que el idealismo igualitario campa por sus fueros; y en el que las frustraciones personales necesitan sublimarse de formas tan estrambóticas como las guarrerías de Dalí. Pero los jueces no están para atender frustraciones personales; y mucho menos para decretar exhumaciones de hombres ilustres, cada vez que una buena señora o pitonisa se pretenda hija suya, sin aportar ninguna prueba o indicio de consideración. Este episodio chusco, en el que el Derecho se humilla para satisfacer una megalomanía o frustración personal, delata un deterioro muy profundo de nuestra judicatura. La buena señora debería aprovechar el tirón y postularse ahora como hija de Picasso, que amén de gran pintor era un pichabrava. Su pretensión resultaría, desde luego, mucho menos inverosímil. IGNACIO CAMACHO SUBJUNTIVO El 155, que el Gobierno no se atreve a verbalizar siquiera, no es el botón nuclear sino un mecanismo de autodefensa L JM NIETO Fe de ratas A estigmatización del Artículo 155 de la Constitución Española es el penúltimo gran triunfo de la propaganda soberanista, que ha conseguido bloquearlo en la práctica como un tabú político mediante la extensión de una interpretación tan ficticia como casi todas las supercherías del nacionalismo. Porque la idea de que se trata de una fórmula para suspender la autonomía es, sencillamente, una mentira. Una posverdad más, una trola que se ha abierto paso a base de repetición continua. Y que ha logrado crear un auténtico veto, tan potente que atenaza al propio Gobierno. Rajoy y sus ministros recurren a expresiones perifrásticas para sugerir que es una hipótesis que contemplan, pero sin atreverse a verbalizarla siquiera. Como si fuese una especie de botón nuclear capaz de desencadenar el apocalipsis en vez de un simple mecanismo constitucional de autodefensa. Redactado con cierta ambigüedad y pendiente de un desarrollo normativo que nunca tuvo lugar por pudor político, el 155 está pensado y copiado casi literalmente del principio de ejecución federal previsto en la Ley Fundamental de Bonn para situaciones como la que las instituciones de Cataluña han planteado: un autogobierno que se desamarra del marco constitucional en una desobediencia explícita al Estado. Literalmente previene la posibilidad de que una comunidad autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuar de forma que atente gravemente al interés general de España Es decir, la descripción precisa y nítida del supuesto sobrevenido. ¿O alguien puede dudar de que el proyecto de secesión en rebeldía ha convertido el eventual futuro de subjuntivo en preciso y flagrante presente de indicativo? Esto no lo pueden cuestionar ni los propios independentistas; por eso han centrado su embuste en la presunta suspensión de la autonomía, que no aparece por ningún lado de la formulación escrita. Ni de forma indeterminada ni sobrentendida. Lo que el artículo de marras autoriza es que el Gobierno previa advertencia expresa y con la ratificación de la mayoría del Senado pueda obligar a cumplir la ley, mediante las medidas necesarias a las autoridades díscolas. En ningún sitio está dicho que el régimen autonómico sea derogado ni sus facultades suspendidas, cosa que por otra parte hizo la República, incluso con violencia, en uso de sus facultades legítimas. Claro que sería preferible no invocar, o dilatar en lo posible, este excepcional dispositivo. Pero siempre resultará mejor que acabar aplicando el estado de sitio también constitucional: artículo 116 cuando el alboroto indepe trate de alzar la calle para provocar el choque físico. Ante un escenario inédito, desconocido, imprevisto, el Estado democrático no puede renunciar a su poder coercitivo. Y si lo ha de ejercer más vale que lo haga a tiempo y con seguridad en sí mismo.

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