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ABC MADRID 02-07-2017 página 15
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ABC MADRID 02-07-2017 página 15

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC DOMINGO, 2 DE JULIO DE 2017 abc. es opinion OPINIÓN 15 ELRECUADRO UNA RAYA EN EL AGUA ANTONIO BURGOS MONTORO, QUE TE PILLA EL TORO Como agradecimiento a la Sevilla que lo sacó diputado, mandó a los inspectores de Hacienda a las casetas de Feria STO es como lo de: ¿Cómo te quedas, Maqueda? Y no sé si me voy a pasar de la raya. Va de Montoro y, encima, en el ABC, ¡toma ya! Lo de pasarse de la raya me suena completamente a Rocío Jurado. Y más taurino no puede ser. ¿A qué raya se refiere Montoro, hablando de lo que rima con su apellido, de los toros? ¿Es la primera raya o la segunda de picadores la que no se puede pisar para cantarle el estribillo de La Blanca Doble que tanto escandalizaba al cardenal Segura: ¡Ay, qué tío, ay, qué tío, qué puyazo le han metío! Por no salir de los teatros, de los más apropiados que ser puedan, pues trátanse de títeres, del retablillo gaditano de La Tía Norica lo de Montoro, al que tarde o temprano va a pillar el toro, es lo que cantaban las marionetas históricas perfectamente conservadas por la familia Bablé: A la Tía Norica, la ha cogido el toro, le ha metido un cuerno, por el escritorio. A la Tía Norica, la ha vuelto a coger, y le ha metido el cuerno por donde yo me sé Por donde yo me sé le ha metido el toro el cuerno a Montoro. ¡Qué lástima de hijo! Decreta la amnistía fiscal y se la echan para atrás; y pone el circo de un supuesto despacho de influencias y le crecen los enanos. Montoro está tomando ahora de su propia medicina. Este Montoro que en vez de pedir la Medalla de Bellas Artes o la Gran Cruz de Alfonso el Sabio para los escritores, los artistas o los que sirven a la socie- E dad en la comunicación, se dedica a mandarles los inspectores de Hacienda de tres en fondo, ordenándoles con aquella musiquilla que se cantaba en el campamento de la IPS en Montejaque: Formen de a tres, formen de a tres, ¡formen de una puta vez! No me extraña nada de Montoro ni del cuerno que tarde o temprano le van a meter cuando lo coja el toro que ya le ha pegado el revolcón de la reprobación. Tengo lo mejor que se pueda de un personaje: su retrato psicológico, la ecografía de su alma. Verán. Como Montoro nació en Cambil (Jaén) y aprovechando que en esa provincia nace el Guadalquivir, cuando Aznar hizo las listas de las elecciones de 1996 que le llevaron al poder tras pelar tantas guardias en las duras garitas de la oposición al PSOE, mandó a Montoro como candidato a diputado por la ribereña Sevilla. No para hacer bulto, no: el primero de la lista. Ya saben, no hay nada más sevillano que Montoro. Hasta Cayetana de Alba, de soltera, usaba el título de ese ducado que le repartió en vida su padre, el XVII Duque: Duquesa de Montoro. Cayetana, de muchacha, hasta la muerte de Jimmy Alba, era lo mismo que Montoro, pero en duquesa. La Duquesita de Montoro la llamaban en su Sevilla. En la Sevilla con la que ¡por aquí! tenía tantísimos vínculos Montoro, que como saben sale de nazareno dos o tres días en Semana Santa, no falta a una corrida en el Arenal, es socio de dos casetas de Feria y lo llaman como alegría de la huerta para que anime las carretas de Triana en el camino del Rocío. Y de entonarse por Los Cantores de Híspalis, ni te cuento. ¡Qué compás tiene! Pues bien: aquel cunero de Jaén, tirado en paracaídas como cabeza de lista por Sevilla, salió diputado. Los sevillanos se daban abrazos y se felicitaban por la calle: ¡Qué alegría más grande, Montoro diputado por Sevilla! Y el gachó, como agradecimiento a la Sevilla que lo había sacado diputado, mandó inmediatamente a los inspectores de Hacienda a todas las casetas de Feria, para pedir las facturas de instalación, a ver si habían pagado el IVA del retrete o las podían crujir con un multazo. Ese es el desagradecido Montoro, que no se dignó nunca más poner un pie en Sevilla. Como en esta vida todo se paga, no me extrañaría nada que lo coja el toro. Y que, como a la Tía Norica, le meta el cuerno por un escritorio que yo me sé. IGNACIO CAMACHO EL ERROR SOMONTES La ausencia del Rey Juan Carlos convirtió una manifestación de orgullo fundacional en una expresión de remordimiento L protocolo es la semiótica de la política, una teoría de los signos. Por tanto, la ausencia del Rey Juan Carlos en el homenaje de las Cortes a la Transición no fue un error protocolario sino de codificación del mensaje. El discurso de Felipe VI, que exaltaba la refundación democrática para enfatizar la vigencia de sus leyes ante los actuales retos políticos de España, quedó opacado por la clamorosa ocultación del artífice de aquel proceso. El significante oral silenciado por el potente significante visual. Y como consecuencia, en vez de constituir una manifestación de orgullo, el acto se convirtió en una expresión de remordimiento. De un complejo de culpa que legitimaba el revisionismo de la izquierda anti- régimen mediante una especie de deportación simbólica del Rey emérito. La coexistencia de dos monarcas en el paisaje institucional es un problema enojoso que hasta ahora se venía tramitando con bastante acierto. La operación de relevo en la Corona ha quedado resuelta con eficacia, sin sombras de tutelaje juancarlista sobre el reinado de Felipe VI. Pero el único momento en que no resultaba posible soslayar la presencia del anterior Rey era en una sesión solemne dedicada a reivindicar su legado como la base jurídica y política de este tiempo. Su vergonzante alejamiento físico de esa escena, que se le condenó a presenciar por la tele en Somontes, rodeado de corzos y ciervos, lo dibujaba como el irresponsable cazador de elefantes de la última época y borraba su gigantesca huella histórica, su liderazgo fundacional y la decisiva dimensión política de su proyecto. No fue el único error de ese día planificado con criterio aciago, improvisado como si para el Estado constitucional constituyese un engorro festejar su glorioso legado. Hubo otro, que fue la excesiva demostración de disgusto en realidad un cabreo monumental por parte del propio Don Juan Carlos. Su queja irritada y lastimera por la preterición sufrida partía de un lógico sentimiento humano pero acrecentó la polémica y anuló el alcance intencional del acto. La sobreactuación de su comprensible incomodidad transformó en un ruidoso debate sobre la ingratitud incluso familiar el desdén y la desmemoria lo que debería haber sido una honorable reivindicación de los valores del sistema democrático. Al final, un acto pensado para renovar el compromiso de las instituciones con el espíritu de la Transición, con el consenso y la concordia, acabó solapado por una torpeza que desvirtuaba su significado. El expuesto arrimón del Rey Felipe a los problemas de la España actual quedó en un lamentable segundo plano, velado por la sensación de que la Corona y el propio régimen se avergüenzan de su pasado. Alguien se olvidó de que en la sociedad de la comunicación el protocolo es un lenguaje primordial que exige una sintaxis precisa y un cuidado especial de sus fundamentos semánticos. E JM NIETO Fe de ratas

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