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ABC MADRID 03-06-2017 página 13
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ABC MADRID 03-06-2017 página 13

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC SÁBADO, 3 DE JUNIO DE 2017 abc. es opinion OPINIÓN 13 UNA RAYA EN EL AGUA EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA NINGÚN TIPO DE IRREGULARIDAD La primera y más elemental muestra de patriotismo consiste en pagar los impuestos M E han resultado muy penosas unas palabras del fiscal general del Estado, José Manuel Maza, en las que anunciaba la dimisión de su subordinado Manuel Moix. En medio de otras afirmaciones sonrojantes, sostenía Maza que poseer una participación en una sociedad asentada en Panamá no constituye ningún tipo de irregularidad Lo cierto es que constituir una sociedad para emboscar la titularidad de una propiedad es un caso flagrante de ese abuso de la personalidad jurídica que tanto daño ha hecho al Derecho y a la confianza de quienes vivimos sometidos al imperio de la ley. La persona jurídica no puede servir como refugio para sustraerse a la aplicación de la ley; y la constitución de sociedades para evitar el pago de impuestos constituye un lamentable fraude de ley que debería ser perseguido con denuedo. Pero es que, además, el fiscal general del Estado se estaba refiriendo a una sociedad registrada en un país en el que no realiza actividad económica alguna; un país que hasta hace muy poco estaba considerado un paraíso fiscal (y que sigue siéndolo, como cualquier persona que haya tenido ocasión de visitarlo recientemente sabe) Cuando un español registra una sociedad en un país donde no realiza actividad económica alguna lo hace con la evidente intención de sustraerse a las leyes españolas, para evitar gravámenes u obtener beneficios. Y lo mismo puede decirse de quien hereda una sociedad de estas características y no procede de inmediato a su disolución. Que, además, esa persona sea un alto funcionario, un servidor público obligado a velar por el cumplimiento de las leyes, convierte esa irregularidad en un charca de pestilencia. En un ordenamiento jurídico sano todas estas irregularidades constituirían tipos penales perfectamente descritos y tendrían asignadas penas disuasorias. Pero vivimos en una época en que el Derecho ha sido forzado a humillarse ante el Dinero, en el que como nos advertía San Agustín la Justicia ha sido profanada por juntas de ladrones que han retorcido su sentido originario. Así se explica que los ordenamientos jurídicos de nuestra época amparen y aun fomenten el abuso de la personalidad jurídica, permitan la constitución de sociedades en paraísos fiscales y hagan la vista gorda ante flagrantes casos de fraude. Pero esta humillación del Derecho ante el Dinero no se perpetra impunemente. Se logra a costa de una aminoración pavorosa del patriotismo, de una desconfianza creciente en las instituciones, de un desaliento colectivo y una desafección popular que primero es lánguida para después irse incendiando, hasta hacerse rabiosa. Declaraciones tan desafortunadas como las del fiscal general del Estado contribuyen a incendiar esa desafección. Hace unos días una masa enardecida de separatistas silbaba el himno nacional; pero si ese himno invoca un país en donde se pueden constituir sociedades instrumentales y registrarlas en paraísos fiscales para que sus titulares puedan burlar la legislación española y el pago de impuestos no hace falta ser separatista para silbarlo. La primera y más elemental muestra de patriotismo consiste en pagar los impuestos; y un país en el que algunos se escaquean de pagarlos, emboscados detrás de sociedades instrumentales con sede en paraísos fiscales, sin cometer irregularidad alguna, no es una patria, sino una colonia del Dinero. Un fiscal general, en un auténtico Estado de Derecho estaría obligado a perseguir estas acciones, que constituirían tipos penales perfectamente descritos. Aquí puede afirmar tan campante que no constituyen ningún tipo de irregularidad IGNACIO CAMACHO LA ROSALEDA El debate político sobre el clima no cambia la evidencia. La naturaleza reacciona sin preguntarnos por nuestras ideas L cambio climático no es o no debería ser una nueva religión ni un paradigma ideológico tal como lo entiende una buena parte de la izquierda. Es, sencillamente, una evidencia. Una realidad constatable que afecta al futuro y ya por desgracia al presente físico del planeta. Se puede y se debe discutir sobre la forma de tratar el problema o de prevenir sus consecuencias, que es un debate político, pero constituye un error dejar que el fragor de la política nos nuble una certeza. Existe un proceso de patente degradación del medio porque la naturaleza reacciona a los cambios según sus propias pautas y sin preguntarnos por nuestras ideas. El portazo de Trump a los Acuerdos de París sobre el clima es un ejemplo de esa distorsión política. Lo que importa de su decisión es la voluntad aislacionista, la ruptura de un consenso que tal vez no sirva de mucho pero refleja una actitud colaborativa. Más allá del evidente guiño a los sectores negacionistas de su país, lo que el presidente pretende es desmantelar toda huella del mandato de Obama y dejar clara su autonomía. En el aspecto medioambiental no hay que inquietarse demasiado; el acuerdo impugnado es más retórico que eficaz y la legislación industrial americana, por mucho que Trump la pueda recortar, siempre será más restrictiva y menos contaminante que la rusa o la china. Pero esa vocación ensimismada, la misma con que cuestiona los tratados de libre comercio o da la espalda a Europa en la OTAN, aleja a los Estados Unidos del liderazgo de la sociedad abierta para convertirlos en paladines del proteccionismo populista. Y ése es el problema: la negativa a aceptar marcos multilaterales como parte de la impugnación del sistema. El cuestionamiento de las pocas concordias que son posibles y con trabajo en el mundo para demostrar que está dispuesto a conducirse por su cuenta. Una especie de autodeterminación nacionalista que rechaza compromisos conjuntos desde la base explícita de no compartir la riqueza. El camino de regreso de las playas de Omaha, en las que los americanos quizá no habrían desembarcado de haberse regido entonces por este principio de indiferencia. Eso es lo que ha proclamado Trump junto a las floridas rosas de la Casa Blanca, en un guiño cínico a la angustia por los gases asfixiantes de la biosfera; ande el mundo caliente que yo cultivo y protejo mi fresca rosaleda. El gesto carece de efectos dramáticos inquietantes; no va a desencadenar ninguna tragedia. No habrá catástrofes sobrevenidas ni consecuencias inmediatas: los mares no se van a precipitar sobre las costas ni el cielo se desplomará mañana sobre nuestras cabezas. Pero esa política reconcentrada, autista, de encierro y cuarentena, contiene un desalentador mensaje de ruptura sentimental para los europeos que en los últimos setenta años hemos visto en la liberal sociedad americana un luminoso faro de referencia. E JM NIETO Fe de ratas

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