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ABC MADRID 03-05-2017 página 12
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ABC MADRID 03-05-2017 página 12

  • EdiciónABC, MADRID
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12 OPINIÓN LLUVIA ÁCIDA PUEBLA MIÉRCOLES, 3 DE MAYO DE 2017 abc. es opinion ABC DAVID GISTAU ZUMOS He aquí por qué los españoles siempre estarán culturalmente predispuestos a encomendarse a un déspota STABA el otro día sesteando con el televisor encendido cuando algo me reclamó tanta atención que un ojo se me abrió un poco, una cosa chinesca, el ojillo custodio del perro que duerme sin desatender su jurisdicción. Así estoy yo en la Insomne Garita, vigilando los muros de la patria mía para repeler cualquier agresión contra la Verdad y la Democracia. Bueno, así y, en invierno, con una mantita ligera que me llevé de un avión. Que de lo contrario salta un Watergate y me pilla entumecido, el periodismo no siempre da tiempo para calentar en la banda. Para ilustrar una noticia, un informativo había enviado a un reportero a palpar lo que los antiguos llamaban el pulso de la calle que no es sino la centralita de Anson colapsada con una ronda de preguntas a un muestrario del empoderado pueblo español. He notado, por cierto, lo consciente que el pueblo español es de su empoderamiento por ese cierto regodeo con el que cruza lento los pasos de cebra, como disfrutando del atasco que su poder le permite crear, casi como si parara columnas blindadas por imposición de manos como en Tiananmen. La noticia que ilustraba ese informativo no era tan importante como las que estos días estremecen el mundo, pero tenía su valor costumbrista y tentaba con la posibilidad de elevar la anécdota a categoría. El reportero solicitó a unos cuantos usuarios de supermercados su opinión sobre los impuestos catalanes a las bebidas azucaradas. Lo que me maravilló fue que, de cinco encuestados, dos estaban agradecidos al Estado porque el abuso de bebidas azucaradas es perjudicial. Tate, pensé mientras pugnaba por mantener abierta la rendija del ojillo. He aquí por qué los españoles siempre estarán culturalmente predispuestos a encomendarse a un déspota curativo más allá de cuál sea la imagen con la que éste vaya mutando, desde los espadones regentes del XIX hasta los administradores de morales y costumbres socialdemócratas progresistas y socialdemócratas conservadores actuales, pasando por el paroxismo distópico que pretenden fundar los nostálgicos de las reprogramaciones morales en el gulag para quienes hasta los medios de comunicación privados son un peligro pues al Estado corresponde inocular en sus súbditos los pensamientos y las noticias apropiados. Vivimos en un país en el que dos de cada cinco personas encuestadas agradecen la intromisión del Estado en su vida, le agradecen incluso que les exprima aún más dinero, porque, sabiendo que el abuso de las bebidas azucaradas es perjudicial, no se sienten capaces de administrar ellas solas el consumo, sino que prefieren ser vigiladas, limitadas y penalizadas por ese ente tutelar al que se empieza confiando la gestión del consumo doméstico de zumos, o de carnes rojas, o de tabaco, y se termina entregando todos los demás. Gente que apechugue sola con la dosificación de zumos, y no que dé las gracias cuando el Estado venga a salvarla de sí misma colocándole por añadidura un impuesto. Eso es lo que España jamás creará. E CAMBIO DE GUARDIA GABRIEL ALBIAC EL DESMORONAMIENTO Hoy, ese robo del dinero público aparece como la única realidad política de la España contemporánea E N el año 1513 y en el exilio que sigue a su caída en desgracia ante los Medici, Niccolò Machiavelli da forma a un axioma sencillo e inviolable para el buen ejercicio del poder: Debe, no obstante, el príncipe hacerse temer de tal modo que, si no se gana el amor, evite el odio: porque puede muy bien ser al tiempo temido y no odiado. Lo cual conseguirá siempre que se abstenga de los bienes y mujeres de sus ciudadanos y súbditos. Y, si acaso necesitare proceder contra la sangre de alguno, debe hacerlo cuando se den justificación conveniente y causa manifiesta. Pero, sobre todo, debe abstenerse de los bienes de los otros, porque los hombres olvidan más deprisa la muerte del padre que la pérdida del patrimonio Nuestros políticos no han leído a Maquiavelo. Bueno, nuestros políticos no han leído casi nada que valga de verdad la pena. Su incultura se revela como oceánica, a poco que uno tenga que pasar el trance de conversar media docena de minutos con cualquiera de ellos. No hay discriminación ideológica en esa materia: la ignorancia se reparte, en tal gremio, con equidad admirable. Y, sin embargo, la lectura del diplomático florentino les hubiera aparecido como un espejo fidelísimo del mundo en el que viven. Ese mundo que está en trance de desmoronarse. Que el peso de la sangre poco cuenta ante el del dinero, es una evidencia mayor de la España contemporánea. Durante los largos años del poder omnímodo de Felipe González, una red de terrorismo de Estado secuestró y asesinó de modo impune. En 1998, el Tribunal Supremo condenó a un ministro y a un secretario de Estado por eso que cualquier sociedad civilizada considera el más repugnante de los crímenes. Por los mismos años, las primeras redes de robo institucional, alguna de ellas ligada a la del terrorismo de Estado, fueron desmontadas judicialmente. GAL y robo de fondos reservados eran, a fin de cuentas, momentos sucesivos de lo mismo: la arbitrariedad sin límites del poder. Pero hoy, pasadas apenas un par de décadas, a nadie se le ocurriría llamar hombre de Estado a los ladrones. Y nadie es igual de duro con los asesinos. Se olvida la sangre, no el robo. Y hoy, ese robo del dinero público aparece como la única realidad política de la España contemporánea. Ayer mismo, Madrid celebraba sus fiestas del 2 de mayo en medio de un palpable asco ciudadano. En la raya del vómito. Nada ni nadie se salva. No es anécdota. Sencillamente, todo el sistema político español fue concebido para que los partidos fueran financiados en negro por los constructores. Desde el inicio mismo de la democracia, eso se dio como la única solución viable. No hay constructor que no cuente en privado la normalidad automática del procedimiento: los porcentajes que en una gama variable iban a las cuentas de los partidos, para que, a cambio, un terreno dejase de ser no- edificable. Todos salían ganando. Nadie se escandalizaba. Que, en el camino entre constructor y partido, un pellizco se quedase en el bolsillo del individuo que hacía la gestión, era algo que a todos parecía la mar de humano. Simpático, incluso. Ahora, cuando los automatismos del sistema entraron en colapso, el odio rebosa. En todos cuantos sabemos que ese dinero es el de nuestros impuestos. O sea, en todos. Y ahora sí, tal vez a algún político se le ocurra meditar el axioma de Nicolás Maquiavelo, que establecía cómo los hombres olvidan más deprisa la muerte del padre que la pérdida del patrimonio Pero es ya tarde. Y el sistema se desmorona.

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