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ABC MADRID 27-03-2017 página 12
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  • EdiciónABC, MADRID
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12 OPINIÓN CAMBIO DE GUARDIA PUEBLA LUNES, 27 DE MARZO DE 2017 abc. es opinion ABC GABRIEL ALBIAC ENTRE DOS TEDIOS El adversario de Susana Díaz no se llama Pedro Sánchez. Se llama populismo, ese fascismo en germen T AN bajo hemos caído en la escala moral de la ciudadanía, que una aparatchik amorfa nos aparece como un mal menor. Y lo es, seguramente. Tan bajo hemos caído, tan bajo. Claro está que por culpa nuestra. Y no es que Susana Díaz pueda exhibirse siquiera como un sujeto político blindado a la crónica corrupción socialista en el Sur de España. De poder, al menos, mostrar ese patrimonio, benditas fueran incluso su manifiesta ignorancia y su penosa retórica. Un átomo de decencia vale hoy, en la política española, más que media docena de doctorados en Harvard. Y es mucho más raro. Pero Díaz tiene su propia biografía. Que es la de todos y cada uno de los altos funcionarios de un PSOE andaluz irreversiblemente sicilianizado. No es una maldición cromosomática. Es una determinación material. En España sólo existe un criterio para medir la corrupción de un partido: su tiempo de gobierno en régimen de monopolio. Y ni siquiera la Convergencia de Pujol dispuso de un cupo de años comparable al de los socialistas andaluces. Y no, no es cosa de voluntad moral o de inmoral patología. Las personales bondades quedan a salvo aquí. Los partidos han robado porque así lo dispuso la ley. Una ley cuya ausencia de control sobre sus finanzas quedó consagrada desde los inicios de la transición, cuando todos todos consensuaron que los grandes promotores inmobiliarios financiarían las organizaciones de base a través de las recalificaciones de terreno. Fue el principio. Poco a poco, se descubrieron modos más suculentos. El del reparto de ayudas europeas fue mano de santo para un Sur de voto subvencionado. Díaz no fue más que una funcionaria una más en ese juego. Y claro que no es ella el problema. Ella es uno de los donnadies, sin los cuales la máquina de trocar euros en votos no hubiera funcionado. El enigma de verdad, el serio, es cómo un partido de ética inexpugnable hasta el Congreso de Suresnes pudo mutar a tal velocidad. Cuando González y Guerra decidieron que al país no iba a reconocerlo ni su madre tras su paso, tenían un modelo: en el PSOE que tomaron ellos por asalto, no había ya madre ni padre que atisbaran resto alguno de su legendaria decencia. Sin apenas tropiezos de alto nivel en los juzgados. Y, aún menos, en las cárceles. Es eso, pienso, lo que ha acabado, al fin, por convencer a sus no muy letrados votantes de que se pasen, precipitada y masivamente, al peronismo agresivo de Podemos. A fin de cuentas, las retóricas del joven Felipe González no eran tan distintas de las del viejo coronel Perón que ahora recupera, con juvenil entusiasmo, Pablo Iglesias. Ni los arrebatos de Montero se distinguen gran cosa de los de Eva Duarte. La vieja clientela que amó con ingenuidad a aquellos pícaros sevillanos de la transición, ha comenzado a amar a estos dicharacheros penenes de nuestro poco neuronal inicio de siglo. No, el adversario de Susana Díaz y de González y Guerra no se llama Pedro Sánchez. Por desgracia. Se llama populismo, ese fascismo en germen. EL ANGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA TRATADO DE ROMA Si la Reforma cortó en dos el continente, la Unión Europea firma el acta de defunción de esa civilización S E celebra el sexagésimo aniversario del Tratado de Roma, entre el fervorín de las oligarquías y el aplastante desapego del común de los europeos, que siguen guardando, entre los añicos de su alma arrasada por el napalm de la propaganda, cierta nostalgia de una vida menos sórdida y envilecida por el materialismo. Hay que reconocer, sin embargo que esta Unión Europea de nuestras entretelas ha logrado hacer inoperante esa nostalgia, confirmando el diagnóstico de Enzensberger, quien escribió que los abusos de la Unión Europea no conducen a la sublevación, sino más bien a la indiferencia, al cinismo, al desprecio por la clase política y a la depresión colectiva Que son las tristes reacciones propias de los pueblos sometidos y humillados. Para salir de la depresión colectiva conviene releer Europa y la fe, de Hilaire Belloc. La obra desarrolla, con esa mirada de águila que siempre distinguió al hermano gruñón de Chesterton, una verdad histórica irrefutable: que la civilización europea no es otra cosa sino una institución política creada por Roma a la que dio entidad y sustancia espirituales el cristianismo, al convertirse en religión del Imperio. Tales fueron esa entidad y sustancia prosigue Belloc que, cuando el Imperio alcanzó su decrepitud, en lugar de disolverse (como ocurrió con Asiria o Egipto) o caer en una estéril monotonía (como ocurre con el Islam) resucitó algunos siglos más tarde para vivir una segunda primavera de cuatro siglos: es la primavera de las Cruzadas y la Reconquista, de las codificaciones y las catedrales góticas, de la división de la propiedad y de los gremios, de Santo Tomás de Aquino y San Francisco de Asís. En palabras de Belloc, una civilización que fue indudablemente la más elevada y la mejor que hayamos conocido Justo cuando esta civilización estaba dando muestras de desfondamiento surgió una rebelión disfrazada de movimiento religioso purista, la llamada Reforma, que Belloc define como la reacción de los lugares bárbaros, mal instruidos y aislados, extraños a la antigua y profundamente arraigada civilización romana, contra las influencias de esta última Esta protesta contra la civilización romana desataría las fuerzas desembridadas del Dinero, que no tardarían en dominar a los reyes y en extender entre los pueblos una anarquía moral (primero envuelta en los ropajes del puritanismo, después impulsora del libertinaje, pues puritanismo y libertinaje son anverso y reverso de una misma moneda) que disolvería sus reservas espirituales. Estas palabras que Belloc atribuye a la llamada Reforma le vienen pintiparadas a esta Unión Europea de nuestras entretelas, que lejos de ser principio político cohesivo (como lo fue, en su día, el cristianismo) es la máquina espantable que los lugares bárbaros emplean para sojuzgar y aplastar moralmente a los pueblos del Sur hogaño convertidos en un sopicaldo de gentes olvidadas de su fe, su historia y sus tradiciones. Si la Reforma cortó en dos el continente, expulsando de una de las partes escindidas la civilización romana, la Unión Europea firma el acta de defunción de esa civilización, a la que se permite escupir a la cara, celebrando sus efemérides en Roma. Y, a la vez, escarnece a los pueblos que aún guardan en el alma un rescoldo de alegría, diciendo que se gastan el dinero en licor y mujeres y después de dedican a pedir ayuda Afirmaba Chesterton que el cristiano bebe para recordar que está alegre, mientras que el pagano bebe para olvidar que está triste. Para celebrar este sexagésimo aniversario del Tratado de Roma hace falta beber al estilo pagano. Pues sólo así podremos olvidar nuestra tristeza de pueblos sometidos y humillados.

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