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ABC MADRID 26-02-2017 página 14
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ABC MADRID 26-02-2017 página 14

  • EdiciónABC, MADRID
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14 OPINIÓN VIDAS EJEMPLARES PUEBLA DOMINGO, 26 DE FEBRERO DE 2017 abc. es opinion ABC LUIS VENTOSO LA TOGACRACIA Hay jueces a los que ya solo les falta dar las campanadas con Igartiburu STA semana la prensa británica publicó una noticia protagonizada por un juez, algo raro. Una tragedia personal reclamó la atención de los medios. Sir Nicholas Wall, de 71 años, que había sido en su día el magistrado de familia de más rango, se suicidó al saber que padecía la enfermedad de Pick, una rara forma de demencia. Hasta su triste final, sir Nicholas era un perfecto desconocido para el gran público británico, como todos sus jueces. Viviendo en Inglaterra vas conociendo a la fauna mediática local: la repostera anciana que enamora al país en la tele, los diputados más fogosos, los inefables cocineros, las estrellas del pop, el jefe ahora jefa de Scotland Yard... Hasta soy capaz de citar a algún astro del críquet, cuyas reglas me resultan tan abstrusas como la escritura asiria. Sin embargo no conozco por su nombre de pila a un solo juez inglés. En los últimos quince años, los jueces y fiscales españoles se han ido despojando de los serenos principios de la discreción y el silencio, que tan bien sentaban a su delicada función, y se han lanzado a un nocivo e irritante divismo. Hablan demasiado, olvidando que siempre somos dueños de nuestros silencios y nunca de nuestras palabras. Acaban aventando opiniones discutibles, que resultan inquietantes para los ciudadanos, pues indican que podrían sucumbir a parcialidades ideológicas o a filias y fobias personales. Garzón, que empezó bien y acabó fatal por ególatra y sectario, fue el pionero del narcisismo con toga. Hoy son legión. El juez de la melenita rubia, gozándola en sus estéticos paseíllos televisados hacia la Audiencia Nacional. La magistrada estrafalaria de Lugo, un peligro público según sus propios colegas, que lanza redadas sin ton ni son que se diluyen como azucarillos. El fiscal de Murcia que se ha puesto a rajar contra la prensa porque lo han relevado. El juez Castro, claro, obnubilado por una fama otoñal e inesperada. Hasta al propio jefe eventual del gremio lo desborda el afán de protagonismo. A este paso, cualquier año desplazarán a los cocineros y veremos a Lesmes, Castro y Pedraz dando las campanadas de las uvas junto a la perenne Igartiburu. Hay un segundo problema que agrava el del divismo: el partidismo desatado. Hace un par de años tuvieron la gentileza de invitarme a moderar un debate en un curso de verano de jueces. Salí desmoralizado: a los diez minutos la mayoría ya se batían como hooligans del PSOE o el PP. ¿Son sanas unas militancias tan dogmáticas entre quienes han de administrar justicia? Por no hablar ya del escándalo de las puertas giratorias entre política y judicatura: a Chávez y Griñán los va a juzgar por el desfalco de los ERE un señor que durante años fue el secretario de Justicia de sus gobiernos. Estoy seguro de que la mayoría de los del gremio que lean esto me tacharán de indocumentado y reafirmarán el sacrosanto derecho de jueces y fiscales a tener y manifestar sus libérrimas ideas. También sé que la mayoría de los españoles tendrían pánico a que los encausase un magistradovedette con el carnet de un partido apretado entre los dientes. E PROVERBIOS MORALES JON JUARISTI TABÚ Contra todo lo previsible, está apareciendo una literatura española no sectaria E ha presentado a Borja Ortiz de Gondra un amigo común. Borja, que acaba de arrasar en el Centro Dramático Nacional con su drama Los Gondra (una historia vasca) pertenece a mi generación según el modelo orteguiano, pero por los pelos (le llevo catorce años) lo que explica que no nos hayamos conocido en nuestro Bilbao natal ni en Guecho, donde ambos vivimos durante largas temporadas. Lo que sorprendió al amigo, también bilbaíno, que nos presentó el pasado viernes es que tanto Borja como yo fuéramos perfectamente conscientes de compartir una historia familiar. En los primeros sesenta del pasado siglo, cuando Borja no había nacido aún (estaba a punto) mi tía abuela Concha Gondra visitaba a menudo a sus cuñados Juaristi mi abuelo y sus dos hermanas ya nonagenarias con los que yo vivía. La tía Concha, también tía abuela de Borja, fue una figura entrañable de mi infancia. La tía Concha era viuda de un hermano de mi abuelo, José María Juaristi Landaida, un importante político tradicionalista que había sido asesinado en Bilbao durante el asalto de las turbas a la cárcel de Larrínaga y conventos habilitados como prisiones en enero de 1937. De modo que, al menos en este caso, una misma violencia asesina golpeó a las dos familias, Gondra y Juaristi. Los Gondra eran carlistas. Mi abuelo, nacionalista vasco. Pero la relación estrechamente fraternal de mi tía Con- M cha con su cuñado y cuñadas nunca se rompió. El primer ayuntamiento del PNV en la Transición quitó el nombre de José María Juaristi al modesto callejón del Casco Viejo que había dedicado a su memoria el primer ayuntamiento franquista de la Villa. Tal gesto inauguraba una exclusión: la de la memoria de las víctimas de los crímenes de guerra perpetrados en y por el bando republicano. Si alguien se empeñara en vindicar su recuerdo, quedaba tácitamente avisado. Ya sabía, sobre todo en Euskadi, a lo que se estaba exponiendo. Borja no es ni ha sido carlista, lo que no impide que haya tomado a su familia Gondra como paradigma literario para contar la historia del sufrimiento de las víctimas de la exclusión democrática perpetrada sistemáticamente por el nacionalismo vasco y la izquierda hasta hoy mismo. No es casual, supongo, que el estreno de Los Gondra haya coincidido con la publicación del último relato real de Javier Cercas, El monarca de las sombras (Random House) recuperación cordial y piadosa de la historia de su tío abuelo falangista, Manuel Mena, muerto en combate en la batalla del Ebro a los diecinueve años, como alférez provisional de los Tiradores de Ifni. A mí, estas obras de Ortiz de Gondra y de Cercas me parecen especialmente valiosas porque atacan directamente el tabú maniqueo que el antifranquismo sobrevenido ha impuesto sobre la narrativa de la guerra civil. Ortiz de Gondra piensa que la demanda de este tipo de literatura está creciendo porque las generaciones más jóvenes quieren conocer lo que la historia oficial (usa estas mismas palabras) ha ocultado desde la Transición. Con todo, y sin negarlo, creo que en mi generación hay escritores adelantados en lo de arremeter contra esa manipulación sectaria del pasado denominada Memoria Histórica, precisamente porque conocen muy bien la historia ocultada. Sin ir más lejos, Andrés Trapiello (Ayer no más) o Mikel Azurmendi (En el Requeté de Olite) Ninguno de los autores mencionados en esta columna es una nueva edición de Rafael García Serrano. Pero seguro que no faltará algún imbécil con cargo al presupuesto que los acuse de desfachatez el nuevo mantra progre.

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