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ABC MADRID 06-02-2017 página 12
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  • EdiciónABC, MADRID
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12 OPINIÓN CAMBIO DE GUARDIA PUEBLA LUNES, 6 DE FEBRERO DE 2017 abc. es opinion ABC GABRIEL ALBIAC PUJOL FREUDIANO Si el miedo atenazara hoy a los jueces, la corrupción habría vencido S ECTARIO como soy, yo nunca hubiera visto en Jordi Pujol a un lector de Freud. Sus palabras me desmienten, sin embargo. Yo me quedo con toda la mierda, pero no renunciéis a mi obra tal fue la transacción que Pujol selló con Mas. Es lo que cuenta él ahora a unos devotos que lo escuchan. Eso dice que dijo, allá cuando le emergieron sus millones misteriosos. Y es que, en la irresistible compulsión por acumular riquezas, sólo late el impulso de un niño jugando con sus excreciones según tesis del maestro vienés de hace ahora un siglo. Es difícil hacer de ella una exégesis más sobria que la del muy exhonorable en torno a su biografía. Vale la pena escuchar la confesión que el patriarca habría hecho al sucesor destinado a heredar de él el más grandioso regalo: una nueva nación, la Cataluña independiente. Todos los tópicos de la leyenda nacionalista están aquí unidos por su cemento esencial: la corrupción económica, la brutal podredumbre. Lo que dije a Mas es: mira, yo creo que debo hacer esto. ¿Quieres decir? respondió Mas. Yo creo que sí, y a mí, expulsadme del partido y me retiráis los honores o la pensión. Un expresidente tiene una buena pensión, que ya no tengo. Ahora bien, en contrapartida por todo esto, por toda la mierda para mí, si yo me llevo mucha mierda, en el partido tiene que quedar poca. El partido tendrá por otras cosas: todos van a juicio, el PP, el PSC... Ahora bien, sobre todo no renunciéis a la obra hecha, esto es capital. De manera que puedo entender por qué que (www. youtudaron traumatizados be. com watch? v UW 9 rHaJ 2 mJ 0) Patrimonio y deyecciones: trauma y decadencia del patriarca. El excremento escribía Freud en 1917 es el primer regalo del niño... y, como es su primer regalo, transfiere fácilmente su interés desde esta materia a aquella nueva que le sale al paso en la vida como el regalo más importante... el interés por los excrementos persiste, en parte, transformado en interés por el dinero Tristes adultos. Oscuros regalos. La mierda para mí es un modo, no demasiado elegante pero sí exacto, de dar la quintaesencia del nacionalismo: construir nación, inventarla, y enriquecerse haciéndolo. La corrupción suelda, así, la identidad constituyente. Pero la corrupción no puede operar sola. Requiere, para ser eficaz, el auxilio de una segunda fuerza: el miedo. O el terror, si preferimos usar el léxico clásico: la corrupción y el terror, anotaba Robespierre, son las únicas dos fuerzas que forjan Estado. Hoy, Mas va a ponerlo a prueba ante los jueces: frente al peso de la ley, muchedumbres intimidatorias. Si el miedo atenazara hoy a los jueces ante la tangible amenaza de una ferviente multitud en torno a sus caudillos, la corrupción habría vencido. Y, con ella, la independencia. Son lo mismo. Excremento y dinero. Para salvar a la patria naciente, hasta renuncia el anciano Pujol a su pensión de jubilado. A cambio de que la patria salve sus millonarias cuentas familiares. Suena conmovedor y es buen negocio. EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA TEOLOGÍA DEL CIRCO El demonio recurre a teologías tramposas para que los niños dejen de disfrutar del circo S EÑALABA Ramón Gómez de la Serna, al que tanto gustaba dar conferencias a lomos de elefantes, que el circo siempre nos parece grande como el paraíso terrenal, del que tiene toda la ingenuidad, la claridad y la gracia primitiva y edénica Pero quienes dan esta gracia primitiva y edénica al circo son los animales, que vuelven a hacer amistad con los hombres y se pasean a su lado, como lo hicieron con Adán y Eva. Solemos decir, con tópico muy manoseado, que el circo nos retrotrae a la infancia; pero adonde en realidad nos retrotrae es a aquella paradisíaca candidez anterior a la hoja de parra en que nuestra naturaleza aún no estaba averiada y nos revolcábamos sobre la hierba con los animales, buscándoles las pulgas o las cosquillas, mientras sus rugidos y barritos y graznidos pentecostés de lenguas paradisíacas sonaban como un ronroneo risueño y agradecido. Los niños captan enseguida esa gracia primitiva y edénica del circo, porque aún no tienen conciencia de la avería irreparable que nos expulso del paraíso. Y, mientras dura el espectáculo, vislumbran en ese repertorio de maravillas que se despliega sobre la arena de la pista un mundo que los mayores les han escamoteado, por morder el fruto del árbol prohibido: un mundo de amazonas exuberantes que, como Eva, han enamorado a los caballos con el calor de sus muslos agrestes; un mundo de domadores intrépidos que, como Adán, llaman a los leones por su nombre y meten la cabeza entre sus fauces tan ricamente, como si quisieran contarles las caries. Los niños, mientras dura el espectáculo del circo, viven en el segundo capítulo del Génesis; y los adultos que los acompañan salen del circo con una melancolía muy honda, casi con una rabieta inconsolable, como Adán y Eva cuando fueron expulsados del paraíso y perdieron todos sus privilegios, porque acaban de recibir una inolvidable lección de teología. Pero no hay teólogo más tramposo que el demonio, que a la postre fue quien se las arregló para que Adán y Eva dejaran de disfrutar de aquel circo perpetuo que era el paraíso terrenal. Ahora el demonio recurre a otras teologías tramposas para que los niños dejen de disfrutar de los animales del circo, invocando (las mayúsculas que no falten) la Declaración Universal de los Derechos del Animal. El demonio prometió a nuestros primeros padres que serían como dioses, engañifa delirante que con los años sólo ha acarreado a los hombres berrinches de impotencia; pues ya se sabe que todo intento de asaltar los cielos acaba por los suelos, como los escombros de la torre de Babel. Y como aquella trampa teológica ya no se la traga nadie, el demonio se ha inventado otra trampa inversa, pero igual de delirante (y más acorde a nuestra época bajuna) que consiste en prometer que los animales serán como los hombres. Aquella promesa antigua de divinización humana era al menos apta para una generación de hombres prometeicos empachados de lecturas de Nietzsche; esta promesa moderna de humanización del animal es tan sólo apta para memos empachados de películas de Walt Disney. Ambas teologías tramposas persiguen un mismo fin, sin embargo, que es alterar el lugar que al hombre le fue asignado en la Creación: subalterno a Dios, a quien debe adoración; superior a los animales, sobre los que debe ejercer un dominio justo. Y, después de haberlo humillado con aquella promesa fatua de endiosamiento, el demonio humilla doblemente al hombre poniéndolo a adorar a los animales. Y para que la humillación sea más ensañada, ni siquiera le permite disfrutar de toda la ingenuidad, la claridad y la gracia primitiva y edénica de un circo con animales.

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