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ABC MADRID 21-01-2017 página 13
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ABC MADRID 21-01-2017 página 13

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC SÁBADO, 21 DE ENERO DE 2017 abc. es opinion OPINIÓN 13 UNA RAYA EN EL AGUA EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA GANARÁS LA LUZ En las nuevas formas de despotismo, las grandes compañías se adueñan del Estado SÍ se titulaba uno de los poemarios de León Felipe, donde aprendimos que la luz se gana con mucho llanto. Y, como si desearan homenajear a León Felipe y mantener viva su enseñanza, las compañías eléctricas le meten un subidón al recibo de la luz que nos deja gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. ¡Tuya es la luz! ¡Pero el llanto es mío! exclamaba León Felipe, enfrentándose al mismo Dios, en uno de aquellos versos imprecatorios, entre la plegaria y la blasfemia, que lo hicieron famoso. Pero aquellos eran tiempos en que un poeta todavía podía pelearse con Dios, como hizo Jacob; ahora estamos tan orgullosos de haber apostatado y matado a Dios... y resulta que nos toca pelearnos con las compañías eléctricas, que son demonios que no escuchan nuestras plegarias y tampoco nuestras blasfemias. Para justificar el subidón de la luz el ministro del ramo ha invocado diversas y variopintas causas: que si la ola de frío, que si la falta de lluvias, que si el encarecimiento del petróleo... Pero la triste realidad es que cuando hace calor, llueve a cántaros o el petróleo se abarata nunca baja el recibo de la luz. También nos ha explicado el ministro el funcionamiento del mercado, que es un recurso muy socorrido, alegando que al haber más consumo y más demanda de electricidad, es natural que crezca su precio; pero admitir que los bienes de primera necesidad puedan estar sometidos a las le- A yes del mercado es tanto como admitir que la propia supervivencia de los pueblos esté en manos del Dinero. En realidad, tales explicaciones son excusas en las que se prueba la debilidad de los gobiernos, que primero hacen concesiones sobre bienes de dominio público a las compañías eléctricas y después no tienen el cuajo suficiente para domeñar a tales compañías, que pueden subir (pero nunca bajar) el precio de la luz invocando la meteorología y las leyes del mercado. En lo que vuelve a probarse aquel feroz diagnóstico de Hillaire Belloc: en las antiguas formas de despotismo, el Estado se adueñaba de las grandes compañías; en las nuevas formas de despotismo, las grandes compañías se adueñan del Estado, le imponen sus reglas y, además, lo obligan a actuar como recaudador. Lo que caracteriza todas las formas de despotismo, antiguas o modernas, es el triunfo del Dinero sobre los gobiernos. Es lo que Pío XI llamaba la caída de prestigio del Estado, que, libre de todo interés de partes y atento exclusivamente al bien común y a la justicia, debería ocupar el puesto de rector y supremo árbitro de las cosas y que, por el contrario, se hace esclavo, entregado y vendido a la pasión y a las ambiciones humanas Esto lo decía un Papa, no un peligroso comunista; de hecho, lo decía el Papa que condenó el comunismo ateo. Pero, a veces como acaba de decir otro Papa son los comunistas los que piensan como cristianos. En realidad, ni siquiera hace falta ser cristiano ni comunista para pensar de este modo; basta con entender, con sentido natural de la justicia, que el bien común no puede humillarse ante las exigencias del Dinero, y que la obligación de los gobiernos consiste en erigirse en supremos árbitros, no en esclavos de las ambiciones humanas, que suben el recibo de la luz cuando deja de llover y no lo bajan cuando llueve a cántaros. Decía Chesterton, parafraseando el Discurso de la Montaña, que Dios hace que salga el sol sobre buenos y malos, y que llueva sobre justos e injustos; pero es misión de los gobiernos evitar que las insolaciones y los resfriados los sufran sólo los buenos y los justos. Evitar que salga el sol o llueva para beneficio de las compañías eléctricas es, en efecto, la primera misión de los gobiernos. IGNACIO CAMACHO POPULISMO SIMÉTRICO De la campaña al juramento sólo media el orgullo del triunfo. El discurso de un populista sólo puede destilar populismo O que Donald Trump vaya a representar en la Historia no dependerá de su mediocre toma de posesión. El Inauguration Day sólo es una apacible liturgia institucional en la que Estados Unidos celebra su tradición democrática con una suave fanfarria de patriotismo. El verdadero punto de inflexión de este crucial proceso político, hacia donde quiera que se dirija, fue el primer martes después del primer lunes de noviembre, cuando el candidato outsider se coló por las grietas de un sistema tan ensimismado en su autocomplacencia que no encontró el modo de cerrarle el paso. A partir de ese momento todo está por demostrar y por decidir; la realidad se ha vuelto jabonosa, líquida, imprevisible. Y ese factor de incertidumbre constituye el elemento más esperanzador de un futuro que será sombrío si el nuevo presidente se empeña en confirmar que es, en efecto, lo que parece. Porque entre la campaña electoral y el juramento de ayer sólo media el orgullo del triunfo. Nada ha cambiado; el discurso de un populista sólo puede destilar populismo, y Trump no se molestó en esbozar una idea nueva ni en limarse una sola arista a sí mismo. Exhibió un nacionalismo casi xenófobo, un furioso proteccionismo antiliberal y antiglobalizador, un resentimiento desdeñoso contra la política clásica y el adanismo mesiánico de quien se considera el fundador de una nueva era. Pero sobre todo se presentó sin tapujos como el instrumento providencialista de una suerte de ajuste de cuentas, de una revancha social: el pueblo contra la casta, la América profunda contra los parásitos de Washington, el poder de la gente contra el de las élites corruptas. Desde las antípodas ideológicas, la voz de Trump repitió uno por uno, con asombrosa simetría, los tópicos de la retórica populista que ha inspirado a la nueva izquierda latinoamericana y mediterránea. La creación de un sujeto político mediante la invención de un interlocutor ficticio y de un enemigo simbólico. No tenía por qué ser de otro modo. Si algo no ha ocultado jamás Trump es su esencia de arbitrista demagógico, su vocación de agitador de clases medias irritadas y su retórica de televendedor de soluciones. Con eso le ha dado para ganar la Presidencia sin encontrar ningún oponente que lo tomase en serio. Desde el principio ha desmentido todas las suposiciones del pensamiento ilusorio, una tras otra: que no obtendría la nominación, que le faltaría apoyo financiero para la campaña, que jamás vencería la elección, que su partido le daría la espalda. El último de esos mantras de wishful thinking consiste en que no podrá llevar a efecto sus propuestas y que la responsabilidad del poder lo va a embridar mediante su tejido de contrapesos y controles de competencias. Puede que sí y puede que no, pero va a depender de él. Y ayer dejó bien claro, desde la cúpula del mundo, que no piensa pedir perdón por haber ganado. L JM NIETO Fe de ratas

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