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ABC MADRID 20-01-2017 página 13
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ABC MADRID 20-01-2017 página 13

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC VIERNES, 20 DE ENERO DE 2017 abc. es opinion OPINIÓN 13 EL BURLADERO UNA RAYA EN EL AGUA CARLOS HERRERA DEL 44 AL 45 Aún no ha alcanzado el Despacho Oval y ya hay millones de personas que manejan la posibilidad del impeachment D ENTRO de unas horas, el 45 presidente estadounidense pondrá su mano sobre la Biblia y jurará su cargo. Estados Unidos, paradigma de tantos avances científicos, sociales e intelectuales, es un país en el que, paradójicamente para algunos, no se concebiría que su jefe del Estado no jurara solemnemente sobre las Sagradas Escrituras, sea católico, protestante o absoluto ateo. Ya veremos qué pasa cuando gane la presidencia un musulmán, pero de momento la ceremonia es la que es, y al que no le guste que no se presente. Los norteamericanos citan a Dios con frecuencia y lo invocan de forma oficial sin que ello suponga el escándalo que provoca aquí en algunos cretinos que un cargo público jure en lugar de prometer. Ello no les resta vanguardismos evidentes: el reciente embajador en España, James Costos, ha desarrollado su trabajo de representación acompañado en todo momento por su pareja, un decorador amabilísimo que se ha enamorado de Madrid, por cierto. Pero iba a otra cosa. En la explanada que se tiende a los pies del Capitolio se dan cita miles de personas. Todas llegan en metro y pasan unos tres controles aproximadamente. Aguantan por igual el interminable tiempo de espera y el espantoso frío de enero de Washington. Todo para asistir a la toma de posesión del tipo al que, presumiblemente, han votado. Y ese hombre que hace el número 45 podrá presumir de haber sido recibido con la mayor hostilidad que en la historia le ha deparado la afición a un presidente electo. Congresistas demócratas que anuncian su ausencia, artistas de relumbrón que niegan su presencia para cantar el himno, diseñadores que se escaquean para no coserle el traje a la esposa (al final Armani cedió y lo explicó brillantemente) y manifestantes de todo jaez que convocan varias marchas de protesta. Tras jurar y tomar el relevo en la Casa Blanca, llegada la noche, el presidente y su esposa bailan para unos cuantos elegidos al son de artistas de primera fila. Hace cuatro años tuve la fortuna de ser invitado al Baile del Presidente y los 44 bailaron lo que les cantaban Alicia Keys, Smokey Robinson, Jennifer Hudson y Jamie Foxx, que yo recuerde. En esta ocasión, el 45 ha logrado un puñado de artistas que solo conocen los muy iniciados y que en ningún caso incluye luminarias de renombre. Aún no ha alcanzado el Despacho Oval y ya hay millones de personas que manejan la posibilidad del impeachment es decir, del despido fulminante, para quitarlo de la circulación, medida extrema que casi se tomó con Clinton cuando mintió sobre sus magreos con una becaria en la misma silla de Kennedy, por poner un ejemplo. Solo un pequeño paso intermedio limita los sueños de los partidarios de tal acción: para que te organicen un impeachment antes hay que haber hecho algo, y algo particularmente malo, como mentir, por ejemplo. El 45 no es un hombre especialmente plácido y calmo, intensamente reflexivo o prudente en su expresión, pero algo me dice que tonto del todo no es: no se consigue el apoyo masivo de clases medias norteamericanas así como así. Lo que vengo a decir es que tal vez algún día nos preguntemos si no nos estamos precipitando al dar por hecho que su presidencia va a ser letal para todos. Guardemos en los archivos las bienvenidas que se le han procurado y volvamos a ellas de aquí a algún tiempo, de la misma forma que volvemos sobre el aviso que grandes estrellas de aquel país realizaron solemnemente poco antes de las elecciones, cuando afirmaron que si no ganaba la señora Clinton se iban inmediatamente del país: aún no se ha ido ninguno, y veremos si lo hacen antes de que acabe su mandato. Permanezcan, en cualquier caso, atentos a la pantalla y déjense sorprender si la vida viene con algún asombro. IGNACIO CAMACHO MARCA DE FÁBRICA Toda la presidencia de Trump va a ser en realidad, bajo el método de prueba- error, un experimento de gran alcance AY que poner mucha buena voluntad para concederle a Donald Trump el beneficio de la duda. Su actitud durante el período de transición ha diferido muy poco, más bien nada, del zafio populismo de la campaña, y es lógico que así sea porque ese estilo faltón, impulsivo y rasgado es el que ha exhibido a lo largo de toda su vida. Se trata de un carácter, no de una táctica. El nuevo presidente es de esa clase de políticos arbitristas que se enfrentan a su responsabilidad desde una cachazuda arrogancia de barra de bar, como esa clase de autosuficientes parroquianos convencidos de que cualquier problema se arregla en tres días y con dos cojones Ese ha sido su éxito ¿se acuerdan de Gil y Gil o de Berlusconi? en una sociedad hastiada de pensamiento débil, y resulta difícil que el poder vaya a modificar, y no a acentuar, su expeditiva confianza de líder echao palante. Trump es un antisistema con corbata y buen traje. Desde ese espíritu cimarrón ha afrontado sus nombramientos gubernamentales, algunos francamente provocadores, y ha confirmado sus más inquietantes promesas electorales. No parece preocupado por los mecanismos de contrapoder, el célebre sistema americano de checks and balance, ni ha mostrado propósito alguno de moderarse. Es probable que si lo hiciera comenzase decepcionando a sus votantes, gente cabreada con la política convencional que quiere ver en la Casa Blanca a un tipo capaz de desafiarla sin rajarse. El crucial test de los primeros días promete al respecto sacudidas inquietantes. Toda la presidencia de Trump va a ser en realidad, bajo el método de prueba- error, un experimento de gran alcance. Más vale que salga medio bien porque sus decisiones tendrán para todo el planeta consecuencias trascendentales; sin embargo, sus eventuales éxitos conllevarán el riesgo de consolidar en el mundo entero una tendencia política objetivamente reprobable. El problema original no reside tanto en lo que vaya a hacer como en lo que ya ha hecho, que es ganar aprovechando todos los defectos de un sistema deprimido hasta colapsarse. Ahora ya no se sabe si es peor alternativa que saque adelante sus ocurrencias o que fracase. Cuando la política cae en el vértigo del disparate, cualquiera de las opciones puede resultar igual de grave. Queda una tercera posibilidad, pero entra en el terreno de lo quimérico, y es que Trump cambie. Que se adapte a la responsabilidad en un ataque de lucidez, o que lo embriden las instituciones, y sea un presidente conservador, bocazas y algo estrambótico pero aceptable. Por desgracia, hasta ahora ha dejado pocos indicios para el optimismo; su marca de fábrica es la del aventurero irredento, proclive a la improvisación, el golpe de efecto y el desparrame. Y sería la primera vez en la historia que el populismo trocase su impronta demagógica, oportunista y embaucadora en una fórmula respetuosa y razonable. H JM NIETO Fe de ratas

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