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ABC MADRID 11-11-2016 página 13
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ABC MADRID 11-11-2016 página 13

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC VIERNES, 11 DE NOVIEMBRE DE 2016 abc. es opinion OPINIÓN 13 UNA RAYA EN EL AGUA EL BURLADERO CARLOS HERRERA EL PESO DE LA NOSTALGIA Han sido muchos, pero muchos de ellos han votado con el peso de la nostalgia en los hombros L OS mismos que interpretamos sesudamente que el pueblo americano votaría estabilidad con una mayoría suficiente, es decir, que la votaría a ella, andamos dando vueltas por la plazoleta del ingenio para explicar por qué los estadounidenses han elegido al que los demás no les señalábamos con el dedo sabio. Y lo hacemos creyendo que hay una sola razón colectiva que aúna las intenciones de todos ellos. Decimos: esta gente ha votado a Trump por esto y aquello, cuando a lo mejor no tiene nada que ver la razón que le ha llevado a uno de Vermont a desistir de lo conocido con lo que ha motivado a una de San Diego. Sólo el Departamento de Inteligencia Artificial de una Universidad norteamericana se había aventurado a predecir la victoria de lo impredecible en base al numero de me gusta o no me gusta de determinadas páginas en la red; más allá de ello muy pocos suponían que el hoy presidente electo vencería a una mujer sobradamente preparada y largamente entrenada para el cargo. Quizá solo Los Angeles Times y no siempre. Puede que, para el grueso de los votantes del ganador, la nostalgia haya jugado un papel determinante. La nostalgia de qué, se preguntarán: de aquellos Estados Unidos en los que ser clase media, blanca, protestante y ufana garantizaba la felicidad social, del país hegemónico e incontestado y del orden establecido por las leyes tan difícilmente alterable. El país pertenecía a una casta social muy amplia que de forma muy condescendiente permitía sentarse al festín a las minorías asimiladas que se comportaran correctamente, pero siempre advirtiendo que las características fundamentales del club eran las suyas. Desde aquél entonces a ahora mucho han cambiado las cosas: se dejó de vivir tan bien, los salarios bajaron ostensiblemente, un negro llegó a la Casa Blanca, ahora iba a entrar una mujer, el terrorismo ha machacado calles y emblemas, cualquier mierda se pitorrea del país y la presión fiscal se dispara para que unos inmigrantes ilegales que se pasean con suficiencia y descaro vayan a tener sanidad gratuita. No es el país que conocieron o el que había diseñado la costumbre. En esas llegó un tipo hecho a sí mismo, con excesos verbales comprensibles para muchos, que propuso volver a hacer grande otra vez a América. Y eso gustó a los nostálgicos, los cuales, además, recelaban del establishment y de una mujer en la que se encarnaban algunos pecados capitales según su forma de ver. A muchos de los que han votado a Trump no les ha hecho ni pizca de gracia la presidencia de Obama, a pesar de algunos logros evidentes, como la recuperación del empleo, el ordenamiento del sistema financiero o la recuperación económica. Clinton era la continuidad de una administración que no ha devuelto ningún tipo de grandeza cotidiana a los EE. UU. Ese hartazgo se produjo tras los cuatro años de Carter: llegó Reagan como un salvador y, ciertamente, engrandeció el país. Ahora, la nostalgia lleva a ver a Trump como un salvador que llega de las afueras de la política profesional de la que tanto se han hartado, a lo que se ve, muchos paisanos y que promete volver a poner las cosas en su sitio. Desgraciadamente, las cosas no son tan sencillas. ¿Y si tan claro lo ve ahora cómo no lo supo prever? no era tan detectable el fenómeno. Los votantes de Trump se escondieron, posiblemente debido a la presión de lo políticamente correcto: todo el mundo diciendo que votar a ese individuo era una barbaridad hizo que se callaran hasta el secreto momento del voto. En ese instante, ordenados por Estados, los votos dieron salvoconducto a quien ahora goza del triunfo. Han sido muchos, pero muchos de ellos han votado con el peso de la nostalgia en los hombros. IGNACIO CAMACHO HAMELIN Es una patología emocional. Nada se parece más a un populismo de izquierdas que un populismo de derechas ti, lector que te alegras de la victoria de Trump sólo porque fastidia a los progres, es probable que ya te haya costado dinero. Los bancos y las energéticas españolas, las grandes depositarias de las inversiones de la clase media, perdieron el miércoles hasta casi un diez por ciento; si tienes acciones, piensa cuánto tiempo cuesta levantar eso. Pero no te engañes, que no se trata de una cuestión económica sino de principios, de ideas. Trump no es un liberal ni un conservador al modo europeo; tampoco un hombre de creencias respetuosas ni de reglas morales serias. Poco tiene que ver con los conceptos que estás acostumbrado a asociar con el pensamiento de la derecha. En realidad, con ninguna clase de pensamiento ni de ideología, ni siquiera con doctrinas políticas de una cierta coherencia. Es un aventurero, un pancista, un vividor; un simple demagogo oportunista que representa todo aquello que en el fondo detestas. El nuevo presidente es un populista puro, un fruto de la antipolítica. Tómate en serio esto del populismo porque nos va a doler la cabeza. Son tipos que aprovechan la crisis de las instituciones para predicar el apocalipsis con arengas de falsos profetas. Surgen de la televisión, de la banal civilización del espectáculo, para proyectarse ante una sociedad cansada como redentores del derrotismo, como mesías de un nuevo orden a construir sobre las cenizas del viejo. Sus promesas son falsas, sus recetas impracticables, y sus expeditivas soluciones sólo sirven para agravar los problemas. Los reconocerás, al margen del color con que vengan pintados, porque todo les parece fácil de arreglar, sea echando a los inmigrantes o abriéndoles los brazos, subiendo los impuestos o bajándolos. Predicadores de verbo fácil e incendiario, flautistas del Hamelin de la desesperanza, patriotas sobreactuados. Ambiciosos ventajistas que entrevén en el hastío social la oportunidad de tomar el poder por asalto. Tú que votas al PP deberías pararte a pensar que Trump es todo lo contrario de un Rajoy: inmoderado, estruendoso, impaciente, faltón, charlatán. De hecho el Gobierno español está inquieto con su victoria: teme que el rebote populista no sólo dé alas a Podemos sino que contamine sus propias filas. Los marianistas recelan del aislacionismo antieuropeo, del auge proteccionista, de la fatwa contra las élites: todo eso en lo que coinciden, desde su aparente bipolaridad, todos los extremistas. El radicalismo no es una ideología sino un carácter, una patología emocional de la política que afecta por igual a todos los exaltados. A los sectarios, a los intransigentes, a los iluminados. A los que consideran enemigo a quien no participa de sus excluyentes convicciones de fanáticos. Por eso antes de regocijarte con Trump recuerda que existe Podemos. Y que no hay nada más parecido a un populismo de izquierdas que un populismo de derechas. Y viceversa. A JM NIETO Fe de ratas

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