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ABC MADRID 04-11-2016 página 13
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ABC MADRID 04-11-2016 página 13

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC VIERNES, 4 DE NOVIEMBRE DE 2016 abc. es opinion OPINIÓN 13 UNA RAYA EN EL AGUA EL BURLADERO CARLOS HERRERA UNA CENA EN NUEVA YORK Todo puede pasar, pero los republicanos solo pueden ganar si dan un vuelco a territorios donde llevan años sin hacerlo E S bien cierto que los electores norteamericanos tienen que elegir, a lo que se ve, entre lo malo y lo peor. Visto con ojos europeos, que casi siempre yerran despreciando los criterios del estadounidense de la América profunda, la candidata Clinton vendría a suponer un mal menor ante la posibilidad de tener al otro lado del charco a un mono con una pistola (sí, ya sé que es un mono, pero ¡tiene una pistola! Clinton, desde el principio, me inspiró confianza: ya he contado hasta la saciedad que una fría mañana de enero le escuché uno de los mejores discursos políticos que jamás he conocido merced a la invitación que Rodríguez Zapatero me hizo al Desayuno de Oración al que, a su vez, le había invitado Obama, el Santo Negro. Zp no estuvo mal, Obama tampoco, pero la que rompió la pana fue la secretaria de Estado con un discurso estructurado, brillante y efectivo. Me dije: si esta quiere ser presidenta, no va a tener rival. Vaya vista la mía. Lo tiene, y, además, es un botarate, un bocazas. Cualquiera de nosotros, de saber que su rival iba a ser un sujeto de las características de Trump, aseguraría con suficiencia que la carrera electoral iba a ser un paseo electoral para la esposa de un presidente que dejó buenos resultados y que, por sí misma, muestra una solvencia e inteligencia políticas fuera de toda duda. ¡Quién podía dudar de la preferencia del votante norteamericano por colocar por primera vez a una mujer en la Casa Blanca! ¡Quién podía dudar siendo esa mujer una política solvente como la estupenda Hillary! Pues toma correctivo. Hillary no convence, cae mal a una notable bolsa de votantes, tiene fama de mentirosa y, por si fuera poco, está sujeta a una investigación del FBI que puede suponerle la apertura de un proceso criminal entre la elección y la toma de poder en enero o un Impeachment una vez elegida presidenta, si es que lo es. Demasiado para el votante. Por extraño que parezca, un individuo con trazas de bronquista de taberna, empresario de dudosa ejemplaridad y esgrimidor de ideas surgidas del peor de los populismos, amenaza con madrugarle la elección. Convengamos que la elección de Trump, de producirse, constituiría el colofón perfecto a la serie de acontecimientos inauditos que comenzaron por el auge de los populistas europeos desde Podemos a Le Pen y Grillo siguió con el Brexit de los británicos y concluyó con el insospechado NO de los colombianos al referéndum por la paz con los asesinos de las FARC. Nada de lo que suponíamos o deseábamos ocurrió; solo que nada de lo anterior suponía poner un maletín nuclear en las manos de un histriónico. Ciertamente, Trump no lo tiene tan fácil. A pesar del voto oculto que pueda perjudicarle en las encuestas (a muchos les daría vergüenza declarar que su voto es para Trump) el republicano tiene difícil conseguir los 270 electores. Es probable que Clinton también tenga voto oculto, y parece difícil que pueda serles arrebatado a los demócratas el colegio electoral de California o Nueva York. Todo puede pasar, pero los republicanos solo pueden ganar si dan un vuelco a territorios donde llevan muchos años sin hacerlo. Hace pocas semanas, en una cena neoyorquina con influyentes actores de la política norteamericana, me permití someter a la mesa a algunas preguntas curiosas, todas relacionadas con lo que hubiera deparado la victoria de candidatos como Mcgovern frente a Nixon, Dukakis frente a Bush padre o Gore ante Bush hijo. Tal vez la historia moderna de la primera potencia mundial sería otra. O no. Alguno de ellos me señalaba que la pregunta oportuna debería producirse dentro de unos meses. ¿Qué habría sido de EE. UU. si la victoria hubiera caído del lado de Trump? La mesa se estremeció. Y casi ninguno era partidario de Hillary. IGNACIO CAMACHO GENTE DE CONFIANZA Un Gobierno sin estridencias, más pensado para resistir que para seducir, de tono amable, pero de confianza pretoriana L marianismo no es sólo aguante y previsibilidad. Hay en el presidente una predilección constante por el reparto del poder en bicefalias internas para neutralizar delfinatos espontáneos y equilibrar ambiciones; una técnica salomónica de asegurarse el único mando, el de la decisión definitiva, el de la última llamada. Así ha diseñado el nuevo Gabinete, más renovado en caras que en carácter porque se trata de un grupo cortado por el inconfundible patrón de su jefe. Un Gobierno más pensado para resistir que para seducir, de tono amable, pero de confianza pretoriana. Rajoy se ha asegurado de que la lealtad a su liderazgo sea el nexo de unión más visible entre dirigentes con clara rivalidad mutua: Sáenz de Santamaría y Cospedal, Montoro y De Guindos. Un sistema de contrapesos mutuos en las áreas clave. Las bajas de Margallo y Fernández Díaz menguan el peso amiguista del anterior equipo y liman al actual de aventurerismos dicharacheros y de afición a pisar charcos. Las novedades, sean de perfil técnico o político, tienen en común sus escasas aristas, sus rasgos suaves; la necesidad de pactar desde la minoría obliga a un ejercicio de cautela que no espante a los socios potenciales. El encargado de otorgar al Ejecutivo un tono cordial se llama Íñigo Méndez de Vigo, sobre el que recaen la portavocía y la imprescindible negociación educativa, crucial en el pacto con Ciudadanos; se trata de un hombre culto y flexible ante el que resulta difícil levantar la voz o fruncir el ceño de mal talante. Por el contrario, la vicepresidenta asume el blindaje político y jurídico de un mandato espinoso en que habrá trompadas con el Parlamento y una tensión de fuerte desgaste. De nuevo la estrategia dual, la bipolaridad de un Consejo de Ministros pensado para manifestarse ante la opinión pública y ante sus adversarios con dos semblantes. El presidente se las ha apañado para confeccionar, con media docena de rostros distintos, un bloque de gran parecido con el que viene a sustituir. Un grupo muy de su estilo, sin apenas concesiones a demandas externas, de una fidelidad impermeable. Con más retoques que cambios y más gris que colorido. Gente profesional y moderada, que sonríe lo justo y dice pocas tonterías, muy del partido y homogénea en generación, temperamento y cualidades. El núcleo duro sigue siendo el mismo, incluido un Montoro al que necesita para embridar los números y ejercer la cuota antipática del poder; la continuidad del ministro de Hacienda, un creador nato de problemas por su nulo tacto y su desdeñosa arrogancia, es sin duda el flanco políticamente más vulnerable. En definitiva, un Gobierno de Rajoy. Parido con una lentitud casi desafiante como señal de su invariable naturaleza, construido y alicatado con los materiales de su gusto. Sin sorpresas, sin brillo, sin estridencias. Un gabinete lampedusiano que incorpora novedades sin renovar lo esencial. E JM NIETO Fe de ratas

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