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ABC MADRID 03-07-2016 página 70
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  • EdiciónABC, MADRID
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70 CULTURA DOMINGOS CON HISTORIA EN BUSCA DE UNA IDEA DE ESPAÑA DOMINGO, 3 DE JULIO DE 2016 abc. es cultura ABC FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR El último Pedro Salinas El poeta huyó de la desesperación de algunos o la melancolía de otros A l llegarle la muerte en un exilio definitivo, a fines de 1951, Pedro Salinas había levantado un sólido andamiaje de prestigios diversos. El de profesor, el de crítico, el de poeta, el de animador de un espacio de resistencia patriótica alejado de la desesperación de algunos o de la estéril melancolía de otros. Como catedrático de literatura, su lírica corría el más terrible de los riesgos, que no es escribir mala poesía, sino redactar una poesía mediocre, adocenada, protegida por el adiestramiento en el análisis y comentario de las obras maestras. Ese tipo de producción carente de fuerza inspiradora, aunque con la corrección formal de un trabajo rutinario, amenaza gravemente a quienes son excelentes lectores y divulgadores, pero que generan patéticos simulacros de lo que enten- demos por creación poética. Salinas escapó siempre de ese peligro. No alcanzó, ciertamente, la estatura de algunos compañeros de su generación. Sin embargo, la grandeza de un poeta no debe medirse por un absurdo sentido de la competencia. Salinas fue un poeta imprescindible para comprender la literatura española del siglo XX; eso es lo que importa. Lo fue, sobre todo, porque su poesía va más allá de lo que él mismo consideraba meritorio en sus análisis de la lírica. Salinas hablaba, en primer lugar, de autenticidad; solo después de ella debía considerarse la belleza. Si por autenticidad se entendía la sinceridad, la honesta correspondencia entre lo que se dice y lo que se siente, esa virtud no tenía que colocarse en el punto más alto de una valoración literaria, y mucho menos cuando se trataba de la poesía. El verdadero poeta es el que se enfrenta a la indagación del significado de la existencia que debe resolver a través de los recursos del lenguaje lírico. Prestigio Pedro Salinas fue un poeta imprescindible para comprender la literatura española del siglo XX; eso es lo que importa Autenticidad La autenticidad de un poeta no reside en esa simpleza de no fingir sentimientos, sino en una peculiar inteligencia que le permite entablar diálogo con la espiritualidad sumergida en todo lo que nos rodea. Lo que importa no es que el poeta mienta o diga la verdad sobre sí mismo: lo que interesa es que nos ofrezca un camino para llegar a la eternidad del mundo, al vivir radical de los seres conscientes, tocados por la necesidad de intuir lo que hacen en esta Tierra. Puede darse por descontado que el poeta que se engaña a sí mismo nunca logrará plasmar algo de lo que significa buena poesía. Pero también puede afirmarse que un poeta digno de ese nombre no nos ofrecerá solo la anécdota de su quehacer vital, sino que convertirá el acto de creación en la verdadera experiencia lírica, en la aproximación al sentido de nuestras raíces a través de la palabra, de la dolorosa irrupción de una materia desvelada por medio de la belleza. La poesía no es la exhibición del poeta, sino la revelación, ante nuestros ojos asombrados, del alma de la que estamos provistos. Pedro Salinas dedicó la mitad de su obra poética a una experiencia amorosa, recorrida en los sucesivos La voz a ti debida Razón de amor y Largo lamento La circunstancia personal que llevó a aquella copiosa producción más de ciento cincuenta poemas es de sobra conocida. Nada se esconde de la relación entre el hombre que ama y su necesidad de proclamarlo. Pero lo importante no es lo que, sin la experiencia propiamente lírica, no sería más que una conmovedora confesión. Lo fundamental es el tono con el que se adquiere una personalidad literaria exclusiva, que nos permite distinguir un poema de Salinas del que escriba, en condiciones parecidas, cualquier otro autor. Lo esencial, además, es que esa historia de amor se supere a sí misma, se eleve sobre el tiempo y el sitio en que ocurrió, porque los versos de Salinas la convierten en una expresión universal, en una generalización que hace del mundo un observador unánime de la condición humana. Porque eso es lo que Salinas desarrolló en lo que puede considerarse un solo poema: verlo todo a través de la pasión amorosa, nombrar el mundo silencioso hasta entonces, reconocer y dar a conocer el lugar del hombre en medio de la Tierra: La vida es lo que tú tocas Con ello, Salinas escapó de la frialdad arquitectónica de una poesía pura inicial que, sin duda, daba cuenta del deseo de impartir orden y perfección en la vida, pero que carecía de esa inflexión emocional que desequilibró las relaciones entre la vida y el arte a comienzos de los años veinte. Nada había de romanticismo ingenuo en esta recuperación de humanidad. Y mu- cho, por el contrario, de prodigiosa maduración estética, gracias a la cual Salinas impuso la calidad de su firma en la difícil cima poética de la generación del 27. En el último de los libros que publicó en vida, Todo más claro el aprendizaje de aquellas tres de sus obras centrales se desplegó con maestría en la denuncia de una sociedad angustiada por la violencia y la amenaza de aniquilación de la vida del hombre en la Tierra. El más largo y mejor de sus últimos poemas fue, nuevamente, el relato de una experiencia amorosa que trascendía el mero encuentro de dos personas, para afirmar la dignidad y la eternidad del hombre ante la fuerza destructora de la bomba atómica. Tras haber dedicado parte del libro a una juanramoniana exaltación de la totalidad del mundo acudiendo a las manos del escritor, el poema Cero caía a los pies de un paisaje en llamas, en ruinas, en ceniza. Un mundo que trata de recordar el instante supremo de su fundación como lugar del hombre y de la conciencia humana de Dios. Hay un crucificado que agoniza en desolado Gólgota de escombros, de su cruz separado, cara al cielo. Como no tiene cruz, parece un hombre. Pero aúlla un perro, un infinito perro inmenso aullar nocturno, ¿desde dónde? voz clamante entre ruinas por su Dueño

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