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ABC MADRID 12-06-2016 página 42
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  • EdiciónABC, MADRID
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42 INTERNACIONAL DOMINGO, 12 DE JUNIO DE 2016 abc. es internacional ABC De pie, los padres, Pablo García y María del Carmen Silva. Sentados, su hijo, Juan Pablo García con su mujer, Lucero. En el cuadro, la otra hija, María Azucena FOTOS: VISI CANO Los García, una vida de sacrificio bajo la amenaza constante de deportación ABC habla con una familia de inmigrantes hispanos que sabrá este mes si será expulsada de EE. UU. MANUEL ERICE LOS ÁNGELES, CALIFORNIA Pablo y María desprenden el bienestar de una ganada paz interior. La vida no ha recompensado aún todo su sufrimiento, pero la humildad acabará dando fruto. Esa es su esperanza, robusta como los cimientos familiares que forjaron a base de sacrificio. Desde que el mexicano nacido en Morelos (Guanajuato) se colara por primera vez en territorio estadounidense por un pedacito de frontera junto al lago Tijuana, allá por 1990, su infatigable búsqueda de una vida mejor para los suyos no ha decaído. Ni los abusos de patrones aprovechados en los rigores de la abnegada cosecha ni la desgraciada discapacidad de un hijo, renglón torcido de Dios, minaron la fortaleza de quienes hoy conocen mejor sus derechos que los abogados que les asignan. Veinte años de trabajo serio y honrado por su nuevo país han labrado el mejor argumento del matrimonio García. También para desafiar las amenazas de muros y deportaciones de Donald Trump, el candidato republicano, a quien critican con un sentido del humor piadoso que sólo genera la bondad. El trompas... le llama Pablo con media sonrisa. No será el controvertido millonario, sino la Corte Suprema, la que decida este mes si los García podrán ser ciudadanos norteamericanos o serán deportados a la tierra que abandonaron por hambre. Es la historia de millones de familias hispanas pendientes de un hilo legal. Como la de nuestros anfitriones en esta calurosa tarde de junio en Los Ángeles, la suerte de los más de 11 millones de inmigrantes hispanos se ha debatido entre la legalidad y la ilegalidad con la indiscriminada virulen- cia de un rompeolas. Primero, el intento de Obama, con ayuda de congresistas demócratas y republicanos, de una regularización masiva, siguiendo los pasos de Ronald Reagan. Tras el fiasco parlamentario, las órdenes ejecutivas del presidente para proteger con permisos de trabajo y de residencia a unos 6,7 millones, 1,2 de ellos los llamados dreamers (menores) Después, a raíz de la demanda de 26 estados, la paralización por los tribunales de una de ellas, la que afecta a los padres, dejando a los otros 5,5 millones a la intemperie, entre ellos el matrimonio García. Desde entonces, confusión legal, enfrentamientos políticos, discusiones pasto de jueces y abogados y muchos años de temor, con de- masiadas vidas humanas amenazadas por una sola resolución. Pablo y María Carmen García (el apellido de ella, Silva, se ha esfumado en Estados Unidos) nos reciben en su humilde vivienda del tranquilo barrio de Koreatown, llamado así por acoger a un alto número de inmigrantes del país asiático. Es un hogar pequeño pero cálido, donde se funden en un solo habitáculo salón, cama y cocina. El matrimonio ha vivido allí durante casi todo este tiempo, muy cerca del hermano de Pablo, quien en septiembre de 1996 facilitó su arriesgado desembarco en el nuevo país. Fue la primera gran aventura para cruzar una frontera que ya por sí sola es un muro de miedo. María, la madre ¿Cómo nos van a echar si llevamos ocho años pagando impuestos, como cualquier norteamericano? Pablo, el padre Lo primero que haré cuando sea estadounidense será ir al desierto a dejar agua para los que cruzan la frontera Juan Pablo, el hijo A mí padre se le nublaron los ojos cuando el abogado nos dijo que no podía hacerme los papeles Vida y salud Hoy, Pablo, pintor de profesión, gana 16 dólares la hora. No es mucho, pero al menos es más del doble del bajo salario mínimo de 7,25 que rige en Estados Unidos. Limpiando por horas en varias casas, María lleva a casa cada día una media de 80 dólares. Aunque no todos precisa. Pero asiente con la cabeza cuando su marido muestra sensatez ganada a la fuerza: Tenemos vida y salud Hay más convicción que arrepentimiento en sus palabras. Juan Pablo, su hijo menor, que vive con ellos, acaba de traerse a casa a Lu-

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