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ABC MADRID 28-03-2016 página 12
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  • EdiciónABC, MADRID
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12 OPINIÓN CAMBIO DE GUARDIA PUEBLA LUNES, 28 DE MARZO DE 2016 abc. es opinion ABC GABRIEL ALBIAC EPITAFIO EN MAGRITTE Despotismo es la potestad de imponer imágenes reguladas que privan del mundo. No es tan raro: lo vemos cada día en los televisores ICE un paréntesis el viernes, en mi deambular triste por Bruselas. Me encerré, en la caja hermética del Museo Magritte, a la busca de una cura de inteligencia. El museo es una de las maravillas mayores de la capital belga. Por completo fuera del mundo, por completo blindado en la gélida distancia conceptual que es profesión de fe magrittiana. No sólo en la pintura. En toda obra de arte. El cuadro, pensaba Magritte, no es una reproducción del mundo. Sí una cosa añadida al mundo. Y ese tenue matiz trueca al pintor en un despiadado poeta, en un descifrador de palabras; esto es, en un maquinador de sortilegios. Con frecuencia, el nombre de un objeto desplaza a su imagen anota en 1929, como clave del exceso de lucidez que es la pintura. No, no es la imagen la que miente. Mentimos nosotros, al darle nombre. Y al forzarla a ajustarse a lo que el nombre impone. A eso llamará el pintor la traición de la imagen Es decir, la nuestra. La estructura en cámara oscura, acotada por la luz más tenue, es un hallazgo primoroso del museo: Magritte nos aparece, en su trayecto, con toda la gravedad de lo irreal que resquebraja las tan simples convicciones con que buscamos sosegar el desconcierto de saber que no sabemos nada de este mundo, de eso a lo que llamamos mundo. Y aún menos, de nosotros. Cada una a su manera, imágenes y palabras mienten. Porque mentimos nosotros al maquinarlas. Y no hay más verdad humana que hacer explícita siempre esa mentira, que inventa el mundo a la imagen del deseo. Conforme a la más vieja fábula griega. Uno se enfrenta a otro. Y dice sólo: miento. Lo cual, de ser verdad, se trueca en falso. Y a la inversa. Los griegos llamaban a eso una aporía. Magritte lo llama un cuadro. Magritte ha asesinado el sentimentalismo en arte. Ni una sola concesión hallaremos en su obra que atenúe eso. Yo pienso que de ahí le viene a su obra esta hiriente cercanía con la cual se enfrenta a ella el ojo de un hombre de nuestro desnortado siglo veintiuno. De este tiempo marcado por la distorsión bien planificada de imágenes que nos hacen a todos perfectamente imbéciles. Basta la más sencilla intervención del artista. Basta un pequeño óleo de apariencia simple. Y un título: La traición de las imágenes. Y la representación inequívoca de una pipa. Y la leyenda escueta, bajo ella: Esto no es una pipa ¿Broma surrealista? En modo alguno: aquel que confunda lo real con los juegos de imágenes que para protegerse de lo real tejen los hombres, ese sí estará nadie lo dude perdido, definitivamente perdido. Y todos los despotismos le serán impuestos: despotismo es la potestad de imponer imágenes reguladas que privan del mundo. No es tan raro: lo vemos cada día en los televisores. No sólo en ellos. Cerré el paréntesis de la cámara oscura. Salí a Bruselas. Sabiendo que ante el dolor todos mentimos. Sin saberlo. Todos nos envolvemos en palabras de consuelo reconocible: amor, paz, compasión, fraternidad humana... Sin ni siquiera sospechar que eso nos pierde. H EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA ¿QUÉ VALORES DEMOCRÁTICOS? El pudridero europeo se ha convertido en un parque temático de los contravalores más peregrinos ADA vez que los islamistas montan una escabechina en el pudridero europeo, hay que aguantar a los figurines con mando en plaza que, después de cumplir sus minutines de silencio, nos apedrean con una morralla de tópicos resobados y delicuescentes, infaliblemente rematados por una apelación retórica a los valores democráticos que los violentos nunca podrán derrotar. En esta apelación vacua (verdadero brindis al sol negro del eclipse moral) coinciden con la Liga de Imanes de Bélgica, que acaba de emitir un comunicado regadito de lágrimas de cocodrilo en el que invoca los valores democráticos de la tolerancia y la vida en común y coinciden también con Cheffou, el tercer hombre del aeropuerto de Bruselas y reportero freelance que denunciaba gallardamente los atropellos antidemocráticos sufridos por los presos musulmanes en las cárceles belgas. Y es natural que los figurines coincidan en su invocación de los valores democráticos con los imanes belgas y el terrorista Cheffou, puesto que todos ellos se están burlando de nosotros. Aunque, puestos a elegir entre burladores, nos quedamos con el terrorista Cheffou, que como los bárbaros de Kavafis al menos cuenta con una solución (aunque sea una solución final para el pudridero europeo, frente a los figurines, que sólo aspiran a que nos sigamos pudriendo, hasta convertirnos en una piara C sensiblera e invertebrada a la que luego los terroristas puedan apiolar más fácilmente. ¿A qué valores democráticos se referirán estos figurines? Porque lo cierto es que el pudridero europeo se ha convertido en un parque temático de los contravalores más peregrinos, siempre en continua expansión gracias, precisamente, a los desvelos de sus figurines: ahora, por ejemplo, se acaba de proclamar democráticamente el derecho de los niños madrileños a recibir tratamiento hormonal si desean cambiar de sexo, para que el día de mañana tengamos Agustinas de Aragón con pene y Don Pelayos con vagina que defiendan como auténticos jabatos los valores democráticos contra los yihadistas. Es, en verdad, demencial que sociedades hedonistas, escépticas y pusilánimes que chapotean en su propio vómito terminal mientras dejan que el mundialismo ausculte todos los orificios de sus hijos, se consuelen pensando que los asisten unos valores democráticos más fuertes que el odio de sus enemigos. Cuando lo cierto es que en el pudridero europeo no hay otro valor que la divinización animalización del hombre, lograda a través de unos derechos humanos en constante mutación que primero destruyeron la vida social y familiar, después arrasaron las conciencias y ahora se disponen, en un asalto final, a mutar y destruir nuestra propia naturaleza. Solzhenitsyn, refiriéndose a los grandes eclipses morales del siglo XX, afirmaba que Europa era víctima de un arrebato de automutilación y de una conciencia humana privada de su dimensión divina Este arrebato de automutilación a la postre se resume en un laicismo frenético, erigido en idolatría de obligado cumplimiento, que pretende erigirse en religión civil e imponer unos falsos dogmas por los que la gente estaría supuestamente dispuesta a dar la vida. Pero las idolatrías sólo engendran gente dispuesta a matar mediante métodos cobardes (un venenito por aquí, un bombardeo con drones por allá) nunca a morir generosamente en defensa de los hijos (para entonces hormonados) o de la patria (para entonces un conglomerado plurinacional) Más pronto que tarde lo comprobaremos; pero cuando llegue ese día los figurines que hoy apelan vacuamente a los valores democráticos exclamarán prosternados: ¡Alá es grande!

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