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ABC MADRID 31-01-2016 página 15
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  • EdiciónABC, MADRID
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ABC DOMINGO, 31 DE ENERO DE 2016 abc. es opinion OPINIÓN 15 EL RECUADRO UNA RAYA EN EL AGUA ANTONIO BURGOS LAS LÍNEAS ROJAS En el clima de guerracivilismo que trajo ZP, las líneas rojas han roto y desbordado las líneas nacionales del PP H IJO, qué éxito, no sé si de taquilla y crítica entonces, pero sí de topicazos ahora el de La delgada línea roja la película de Terrence Malick basada en la novela homónima de James Jones sobre la batalla de Guadalcanal. Pero el Guadalcanal del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial, no Guadalcanal provincia de Sevilla y título del marquesado que Don Juan Carlos I concedió a don Antonio Fontán por los servicios prestados a España durante la Transición y, antes, bajo la dictadura franquista en su etapa de director del muy democrático diario Madrid con cuya corresponsalía sevillana me honró. La línea roja se ha puesto de moda. Vamos, que sin la línea roja dichosa no se pueden hacer los pactos para la investidura de presidente del Gobierno. No se acaban de poner de acuerdo sobre qué presidente poner y qué gobierno pactar porque la línea roja la están planchando, ora en el comité federal, ora en los círculos, y no precisamente el Círculo de la Amistad de Córdoba o el Círculo Ecuestre de Barcelona. La línea roja, en latín, sería la conditio sine qua non En castizo, el hasta ahí podíamos llegar Pero a mí me suena a otras dos cosas: a Fiesta Nacional (menuda fiesta las negociaciones en curso) y a Historia de España. Me suena a Fiesta Nacional la famosa y tópica línea roja porque de ese color están pintadas en la plaza de toros de Sevilla las rayas de picadores, igual que en Las Ventas son blancas. Si los políticos fueran aficionados y lo del toreo no estuviera tan mal visto, tendrían más arte al hablar de los pactos de go- bernación (o gobernanza palabra del Tertulianés que los que viven de hablar sin decir nada y mojándose menos todavía han convertido en arcaísmo de su léxico) Si hubiera políticos aficionados, dirían: En los pactos para gobernar no estamos dispuestos a que Podemos pise la raya de picadores Pero como estos tíos ni saben qué es la raya de picadores, aunque quizá sí sepan qué raya es otra raya que no quiero mentar y que no es precisamente la rociera Raya Real, pues pasa lo que pasa. Lo que pasa es que lo de las líneas rojas me suena a Historia de España. A los más tristes y mal llamados años de la Historia Contemporánea: a la guerra, como le decían, a secas, sin el remolque de civil los que la sufrieron en los frentes o en las retaguardias de ambos bandos. Será que he leído muchas novelas y estudios sobre esa tragedia nacional, pero a mí me suena a la guerra cada vez que escucho hablar de las líneas rojas Porque, además, suelen mentarla los rojos, nunca los nacionales, por usar el léxico de la propia contienda. Veo que nunca mejor empleado lo de las líneas rojas cuando leo que puede ocurrir otra desgracia nacional, cual que Sánchez, la fotocopia sin tóner de ZP, gobierne con los de Podemos, los antisistema, los separatistas catalanes y vascos, los filoetarras y todo el rejú del Congreso. Me suena a La fiel Infantería a Cuerpo a tierra a La encrucijada de Carabanchel a La forja de un rebelde a nuestra narrativa de guerra: que los rojos rojos han saltado los parapetos, han roto las líneas nacionales y, desbordándolas, avanzan hacia Badajoz, para partir en dos la zona enemiga, como intentó el general Rojo con la batalla de Peñarroya en enero de 1939. En el clima de guerracivilismo que trajo ZP, las líneas rojas son las que mandan, pero no en sentido metafórico, sino real: han roto y desbordado las líneas nacionales del PP... que fue el que ganó las elecciones. De otra forma no se explica lo que me decía un amigo liberal la otra mañana: Quién me iba a mí a decir que andando el tiempo, y frente a tanto mindundi elevado al máximo de sus incapacidades, nuestra esperanza iba a ser el pensamiento como hombres de Estado de González, de Guerra, de Leguina, de Bono o de Corcuera, ¿te acuerdas? ¡El de la patada en la puerta! La patada que ahora nadie se atreve a dar en su propio partido a las egocéntricas locuras de Sánchez, que por coger el poder es capaz de matar a su madre. O sea, a España. IGNACIO CAMACHO HACER JUSTICIA El consenso sobre la virtud de la justicia se basa en la coincidencia de sus veredictos con la convicción emotiva popular E ha hecho justicia. La opinión pública española está satisfecha porque la Infanta Cristina va a ser juzgada en el proceso sobre los negocios turbios de su marido. El Estado blasona de la imparcialidad de un aparato judicial capaz de sentar en el banquillo a la hermana del Rey, y hasta puede que al propio Monarca le convenga esta decisión dolorosa para él que sin embargo favorece la reputación escrupulosa de la Corona. Complacencia general: ha triunfado el derecho democrático, la ley es igual para todos, etcétera. Y se ha hecho justicia, en efecto, porque las magistradas de Palma han decidido en plena libertad y de acuerdo con sus criterios jurídicos, que les llevan a enmendar la plana a la doctrina jurisprudencial del mismísimo Tribunal Supremo. Pero precisamente en virtud de esa ecuanimidad procesal, fundada en exclusiva en la interpretación técnica de la ley de acuerdo con la conciencia y el conocimiento profesional de las juezas, su fallo habría sido igual de impecable y honesto de haberse inclinado por la exoneración de la acusada. Sólo que en ese caso la resolución no hubiese contado con el general benéplacito de una sociedad mayoritariamente partidaria de someter a la Infanta a la anticipada pena de escarnio. Y las tertulias mediáticas, las redes sociales y todas las variantes posmodernas del arbitrismo de barra de bar o de corrala de vecinos repetirían como un mantra el lamento demagógico de la doble vara de medir imputados. Porque el consenso popular sobre la virtud de la justicia se basa en la coincidencia de sus veredictos con la convicción emotiva de una masa social que desconoce los fundamentos y las garantías del Derecho. Por esa misma razón sería un odioso cenizo, un defensor de los privilegios de la casta, del régimen y del búnker, el ciudadano que se atreviese a especular con la hipótesis de que en el ánimo de la Sala haya podido pesar la evidencia de esa percepción colectiva. De que ante la ausencia de pautas claras sobre la interpretación de un supuesto procesal discutible y complejo, el tribunal haya optado por la solución más proclive a la sensibilidad pública e incluso a la conveniencia política del sistema. De que el legítimo entendimiento de sus señorías haya acabado, en el ejercicio de su soberana independencia, por aplicar una especie de acepción de personas en términos inversos. De que, en definitiva, la imputada hubiese podido correr suerte distinta de no tratarse precisamente de una Infanta. Tal suspicacia carecería, en todo caso, de sentido. Porque de ser acertada determinaría también la sentencia del caso, abocándola a una condena inevitable según la lógica de la justicia populista. Y porque quienes han predeterminado la culpabilidad penal de Cristina de Borbón, al margen de su manifiesta falta de ejemplaridad moral, no se van a conformar con verla en el banquillo una temporada. S JM NIETO Fe de ratas

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