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ABC MADRID 06-01-2016 página 3
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ABC MIÉRCOLES, 6 DE ENERO DE 2016 abc. es opinion LA TERCERA 3 F U N DA D O E N 1 9 0 3 P O R D O N T O R C UAT O LU C A D E T E NA EL INCLASIFICABLE VALLE POR JUAN SOTO Valle confirma la certeza de que una gran obra es mucho más que el mero producto de sus fuentes biográficas tal como Kurzke escribe a cuento de Thomas Mann, otro genio contradictorio a primera vista. Bajo la superficial hojarasca de don Ramón se ocultan la verdadera entraña de una estética que se resiste a ser encajada en una plantilla y la vigencia de una obra a la que le salen demasiados imitadores y ningún continuador STÁ por ver la repercusión que en este año que acabamos de estrenar haya de tener la doble efeméride valleinclaniana que encierra, pues que en él se cumplen 150 años del nacimiento y 80 de la muerte de don Ramón del Valle- Inclán, aquel escritor para quien parece moldeado el calificativo de genial, siempre cosido a su nombre, a su obra, a su vida y hasta a su fisonomía. Es posible que la ocasión quede reducida a dimensiones de poca cuantía, empequeñecida por recordatorios de mayor reclamo popular (no se nos escapa que el octogenario de la muerte de Valle coincide con el del comienzo de nuestra última guerra civil) o tal vez deliberadamente amortiguada por la propia figura de don Ramón y su inclasificable personalidad, paradigma de la incorrección política y siempre en pugna con el canon, no solo literario; radicalmente incompatible con la pauta establecida, astronómicamente distante, en fin, de las filias borreguiles de su tiempo y del nuestro. Pero así como a todo santo le sigue su octava, también a cada aniversario le anteceden sus preliminares. Y en ese sentido hay que reconocer que por el pórtico conmemorativo ya han asomado un par de libros ad maiorem gloriam de don Ramón, diversos en sus intenciones y enfoques pero en todo caso de lectura provechosa y, por consiguiente, aconsejable. Un descuido en un dato o una omisión en la bibliografía, por muy de bulto que parezcan, no minimizan el esfuerzo por arrojar nueva luz sobre una personalidad que no se deja aprehender fácilmente y en torno a una obra todavía con territorios de difícil acceso. De entre los muchos tópicos tercamente adheridos a Valle y que más han contribuido a cincelar su propia estatua está aquel que se obstina en revocar su compromiso político y, en consecuencia, transfiere las proclamas carlistas del autor gallego al limbo de una mera pose del escritor. A esta desactivación en su afiliación legitimista no es ajena la pretensión de incorporar a Valle a una nómina de intelectuales coetáneos homologables al actual gremio de los de la ceja Don Ramón, indoblegable, contumaz, desobediente (e irreverente llegado el caso) desde los primeros balbuceos hasta los estertores finales, es pieza muy tentadora, sin duda, para los taxonomistas de un lado y del otro. Y ello tanto por su obra literaria cuanto por su trayectoria personal, una y otra completamente peculiares, no solo sorprendentes, sino transgresoras. Es ahí, nar su simpatía aliadófila en la primera Guerra Mundial, su firma al pie del manifiesto El país y los políticos o su adhesión al comunicado de los Amigos de la Unión Soviética en 1933. Todo el que esté dispuesto a no dejar que el follaje de los árboles le impida ver la frondosidad del bosque ha de convenir en la evidencia de que Valle fue literariamente un revolucionario y políticamente un reaccionario. Y en esa dualidad de apariencia antagónica tropiezan quienes intentan encajar al escritor en el molde de la rigidez política. Craso error. Valle no es cartulina de archivador ni cédula de fichero. Quizá haya llegado el momento de admitir que el dictamen de eximio escritor y extravagante ciudadano insertado en la célebre nota de la Dirección General de Seguridad de la España de 1929, sigue siendo el tanteo más aproximado a su escurridiza vera efigies. Independiente, arbitrario, inclasificable, libre, heterodoxo, absurdo, inaprensible, rebelde... Estamos de acuerdo: todo eso y mucho más. Es justo, sin embargo, reconocer que, a la par de esa imposibilidad de foto fija, hay un sello inalterable en la actitud política del escritor, y es su fidelidad hacia la llamada legitimidad carlista Un apego que se manifiesta expresamente no solo en declaraciones, sino en determinaciones personales tan comprometidas como su disposición a postularse como candidato carlista, primero por Monforte de Lemos y luego por Estella en las elecciones de 1910, aunque al final ni en una ni en otra demarcación llegaNIETO se la aspiración a término. ncluso en aquel tiempo, enarbolar la bandera de don Carlos María Isidro constituía ya un gesto de arqueología política. Pero en el particular caso de Valle parecería demasiado simplista despachar el asunto con la tilde de un mero reaccionarismo. Más justicia que el de carlista a secas hace al escritor el título de anarcocarlista. No casa bien, en efecto, la independencia que asoma invariablemente en el carácter intemperante y en el proceder arbitrario de don Ramón con un acatamiento obtuso al dogma de la Comunión Tradicionalista. En todo caso, Valle confirma, quizá mejor que cualquier otro autor de su tiempo y del nuestro, la certeza de que una gran obra es mucho más que el mero producto de sus fuentes biográficas tal como Kurzke escribe a cuento de Thomas Mann, otro genio contradictorio a primera vista. Bajo la superficial hojarasca de don Ramón se ocultan la verdadera entraña de una estética que se resiste a ser encajada en una plantilla y la vigencia de una obra a la que le salen demasiados imitadores y ningún continuador. ¿Tradicionalista y revolucionario en una pieza? ¿Cómo es ello posible? Tratándose de Valle, cualquier aparente contradicción es no solo posible, sino consustancial. E en la equiparación del hombre con su obra, donde se sustentan muchos de los lugares comunes en los que se difuminan la entidad y la identidad de Valle, y se malbarata el verdadero alcance de una obra que corre el riesgo, todavía hoy, de disolverse en el anecdotario (en buena parte apócrifo, dicho sea de paso) de su autor. Lo que sitúa a Valle entre las figuras cimeras de la literatura universal de su tiempo no es lo que se cuenta de él, sino lo que cuenta él y, sobre todo, el cómo lo cuenta; es decir, una obra cuya sustancia queda diluida frecuentemente en el chascarrillo episódico. Arropados por un acriticismo que acepta como verdadero lo que mejor se acomoda al prejuicio asentado o a la preferencia política, empiezan a espesar los valleinclanistas que se apuntan a la teoría del giro a la izquierda es decir que participan, como si tal cosa, de la opinión que hace de don Ramón un converso a la fe verdadera o, si se prefiere, un apóstata de sus desvaríos ideológicos, disculpables, en todo caso, por su propensión a la extravagancia. Entendemos que cada quisque trate de arrimar el ascua a su sardina, pero, juegos de prestidigitación aparte, hace falta echarle mucha imaginación al asunto para enrolar a don Ramón bajo la bandera de las izquierdas, por alta renta que puedan proporcio- I JUAN SOTO ES PERIODISTA Y ESCRITOR

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