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ABC MADRID 14-05-2015 página 14
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ABC MADRID 14-05-2015 página 14

  • EdiciónABC, MADRID
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14 OPINIÓN VIDAS EJEMPLARES PUEBLA JUEVES, 14 DE MAYO DE 2015 abc. es opinion ABC LUIS VENTOSO TRÍO DE CICLISTAS Rajoy, Aguirre y Cifuentes, tres maneras de pedalear N uno de esos gestos de proximidad que exigen las campañas, Rajoy, Aguirre y Cifuentes se subieron ayer a unas bicis en Madrid Río y dieron unas simpáticas pedaladas electorales. A diferencia de aquellos agitados días en que Esperanza y Mariano viajaban juntos en helicópteros que se caían, todo rodó bien, sin accidentes ni picadillas nasty party a cargo de la decana del trío de rodadores. Cada uno se presentó un poco como es. Mariano iba vestido de Mariano. Ciclismo con pantalón de tergal, camisa blanca, corbata y castellanos recios. Cifuentes no renunciaba a su blondo glamour, con americana alba Miami Vice y dejando que la melena tintada volase bajo el bochornazo de un mayo que parecía julio. Espe, más práctica, optó por vaqueros y un polo camisero amarillo ¿el maillot de lideresa? con ese informal- formal bien estudiado, que les sale fácil a las grandes señoras duchas en golf. Ganó Mariano, que para algo practica a diario, antes de que raye el alba, su famosa marcha- rápida en bermudas, con la que recientemente asombró a los vecinos de Mali, que no acertaban a desentrañar a dónde iba con tanta prisa y tan temprano aquel buen señor de barba blanca. Esperanza, Mariano y Cristina representan tres tipologías diferentes de ciclista. Mariano es de la escuela de Carlos Sastre. De él se decía que tenía cara de antiguo y que estaba bien para ejercer de gregario de un líder carismático, pero que las grandes gestas le quedaban largas. Tras la era dorada de los pericos y los miguelones, la verdad es que nadie le hacía ni caso a Sastre, que tenía menos glamour que la defensa del Eibar. Pero sin descollar en nada especialmente, Carlos iba resolviendo, tanto que en 2008 apareció en los Campos Elíseos subido en lo más alto del podio de Tour. No vendía mucho, pero sabía hacer su trabajo. A la postre, luce mejor palmarés que algunas trepidantes estrellas fugaces, como su cuñado, el carismático Chava Jiménez. Esperanza es de la estirpe del Purito Rodríguez. Sus alardes de pundonor exaltan a la afición, se mete en todas las escapadas, atrae al respetable con ese brío algo guindilla que tanto nos gusta a los latinos. Pero al final lo suyo son las clásicas. Ahí es donde brilla su pedalada dura y vivaz, porque le falta fuelle para las grandes rondas de tres semanas. Cristina Cifuentes evoca al dicharachero Óscar Pereiro. Cae bien por su personalidad abierta, se apunta a un bombardeo si intuye una foto y tiene cierta madera, aunque tampoco sea nada del otro jueves. Pero Pereiro ganó un Tour, el de 2006. De chiripa, metiéndose en una escapada a la que el pelotón no hizo ni caso y después de que descalificasen por drogota al vencedor de aquella ronda. Un poco de churro, pero triunfó. Frente a un rodador tan parsimonioso como Gabilondo, que pierde media mañana en cada avituallamiento, a Cristina todavía puede sonarle la flauta a lo Pereiro. De los tres, el más aficionado es Mariano, con un memorión de elefante sobre ciclismo. Seguro que conoce esta frase, que es certera, aunque sea del estafador Lance Armstrong: Ganar tiene que ver con el corazón, no solo con las piernas Pues por ahí... E CAMBIO DE GUARDIA GABRIEL ALBIAC UNA DE VAQUEROS Películas de vaqueros, chico. Cine. Y tú puedes ir largándote a freír monas. Y subvenciones P UEDE que, a lo mejor, John Ford no fuera Dios. ¡Vete a saberlo! Pero es lo más parecido que yo tuve ante los ojos. Películas de vaqueros. Sin ellas, mi infancia hubiera sido un asco. En la radio, oigo hablar de cine a un necio. No es raro. La necedad es hoy norma. Decenios de vivir de subvenciones trocaron el cine español en un pozo de ignorancia. Que hemos ido pagando todos con nuestros impuestos. Hace ya mucho que opté por la legítima defensa. Si he pagado ya una vez esas películas en mi declaración de Hacienda, volver a pagarlas en taquilla violaría las leyes del mercado. No se paga dos veces por la misma mercancía. Cuando todo contribuyente pueda entrar en la sala con sólo exhibir su declaración de impuestos, volveré a ver soy así de paciente alguna peli de esas que, bien contra mi voluntad, estoy financiando. Mientras tanto, perseveraré en la religión de las austeras epopeyas de Ford. No conozco a ese nulo que soltó el disparate: un tal López. A la mayúscula cultura del caballero, parece que se le hacía hiriente que alguien quisiera, en Madrid, ver pelis de vaqueros. ¡Pobre diablo! ¡Qué poco debe de haber ido al cine en su vida! Si en los cines de Madrid, si en los cines de toda España se siguieran dando aquellas sesiones dobles en las cuales uno podía, allá por los grises años cincuenta, encerrarse en una cápsula de emoción fuera del mundo para dejarse tragar por la galo- pada de The Searchers o por el oscuro nadie que mató a Liberty Valance, ese iletrado orador se habría evitado la letal dosis de bochorno de anteayer en Bellas Artes. Pobre, pobre diablo... La poca inteligencia no se cura. Pero es posible siempre, incluso al menos dotado, contener un poquitín su ignorancia. John Ford, Howard Hawks, Anthony Mann, Budd Boetticher, Delmer Daves, Fred Zinnemann, Raoul Walsh, David Miller, Nicolas Ray, Sam Peckinpah o Monte Hellman son el cine, pedazo de analfabeto. Son el cine. No un género. El cine. Contraponer a eso los peñazos subvencionados de los últimos treinta años españoles es apostar por Belén Esteban contra Antígona. O sea, lo de todos los días. O sea, la partida lúgubre en la cual realizador y espectador juegan a ver quién hace más idiota al otro: podemos, dicen. Claro que pueden. En el plano brutal a contraluz de la puerta que se cierra tras Ethan, al final de Centauros del desierto, ha puesto Ford la tensión contenida que hereda todo el relato épico en Occidente desde Homero: la soledad del héroe. Y hay pocos momentos tan intensamente líricos en las ensoñaciones narrativas del siglo veinte como aquel diálogo de Vienna y Johnny Logan en una de vaqueros que yo vi a los seis años para no olvidar nunca: Dime una mentira, Vienna... No hay ninguno de mi edad que logre rememorar eso sin un nudo en la garganta. Son manías mías, claro. Bueno, y manías de aquellos chicos tan listos que, al inicio de los cincuenta, descubrieron, en los Cahiers du Cinéma, que el cine era el western (las películas de vaqueros vamos) Y se trajeron a París a los más grandes. A Ford, que se carcajeaba de que se pusieran tan sesudos con sus historias: Yo no hago arte, chicos; yo hago sólo películas de vaqueros A Hawks, que se tiraba por los suelos al oírles disertar sabiamente sobre la estructura freudiana de los diálogos de Monty Clift y John Wayne en Río Rojo. Películas de vaqueros dice el tipo. Con esa petulancia del que vive en la inopia. Películas de vaqueros, chico. Cine. Y tú puedes ir largándote a freír monas. Y subvenciones.

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