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ABC MADRID 22-09-2014 página 12
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  • EdiciónABC, MADRID
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12 OPINIÓN LLUVIA ÁCIDA PUEBLA LUNES, 22 DE SEPTIEMBRE DE 2014 abc. es opinion ABC DAVID GISTAU EL RETRATO ¡Veinte años! Una condena por asesinato. Eso sí que es pintar pensando únicamente en la posteridad de los personajes A DMITO que no es el pensamiento más intelectual que puede inspirar un gran cuadro. Pero lo primero que me vino a la mente cuando leí el anuncio de que Antonio López por fin concluyó el retrato de la Familia Real en el que llevaba trabajando veinte años fue el recuerdo de la impaciencia con la que esperábamos para poder ver los posados familiares o las fotografías de la mañana en el parque de atracciones cuando había que llevar los carretes a revelar. ¡Veinte años! Una condena por asesinato. La medición tanguera de un balance de vida. Eso sí que es pintar pensando únicamente en la posteridad de los personajes. Veinte años encerrado en un estudio junto a una familia que no habría podido soportar pasar tanto tiempo junta y que ni siquiera aguantó sin quebrarse a que estuviera terminada la obra. ¿Pero qué familia habría llegado intacta al cabo de veinte años de congelación de uno de sus instantes? Nuestras propias fotografías familiares de hace veinte años, revisadas ahora, resultarían estar llenas de cadáveres y de extraños descubiertos incluso en uno mismo. Tratándose de un pintor tan minucioso, lo acongojante para Antonio López habría sido intentar que su Familia Real fuera la vigente en el momento de terminar. Es decir, que sus bocetos hubieran tenido que apurarse en evolucionar al mismo tiempo que sus personajes. Que el pintor se hubiera propuesto agregar a los que fueran incorporándose, por matrimonio o nacimiento, y eliminar a los caídos en desgracia como en una damnatio memoriae Imaginen el cuadro de Antonio López, que ahora es como el de Dorian Gray pero a la inversa, condenado de por vida a llegar siempre un segundo demasiado tarde a los acontecimientos y los procesos de envejecimiento de la Familia Real. Ello nos daría ahora la oportunidad de agarrar los bocetos de los últimos veinte años y, pasándolos rápido uno detrás del otro como en el juego infantil del caballo que galopa, obtener una impresión cinematográfica de la vida de estas personas que ya no son las del cuadro en la que aparecen como una familia sin pasado, y por ello más feliz. Supongamos que el anterior Rey estuviera asociado a los recuerdos y al propio camino de madurez de la generación que tomó conciencia de las cosas concidiendo con el advenimiento del ciclo de la Transición. Supongamos que hablamos de aquellos que, por edad, pueden ver en esa familia un camino paralelo al de la propia. A ésos, la demora de Antonio López los habrá llenado de congoja, pues también a ellos, al entregar con tanto retrato una evocación de esta España en su finest hour el pintor los habrá agitado con un recordatorio de cuánto se nos ha envejecido, gastado, degradado todo. Se nos llenaron los retratos de cadáveres. Los íntimos. Los colectivos. Los de las personas. También los de una época española. Joder con el retrato. EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA PATÉTICAS SANCIONES Quien piense que Rusia se va a achantar porque le aprieten las clavijas con sanciones piensa en una Rusia desnaturalizada H ACE unos días, publicaba ABC un interesante artículo de David Lidington, secretario de Estado del Gobierno británico, en el que detallaban (no sin cierto regodeo) los efectos que las sanciones impuestas desde el pudridero europeo producirán en la economía rusa. El artículo me interesó no tanto por sus bondades literarias ni por sus delicadezas de pensamiento, sino por la característica miopía que lo lastraba, que es la propia del occidental cuando se refiere a Rusia empleando los mismos parámetros con los que se referiría a cualquier nación europea, aferrada lastimosamente al disfrute de los bienes terrenales y temerosa de padecer privaciones. Esta miopía se cura leyendo a los clásicos rusos, pero en el pudridero europeo ya sólo leemos informes refritados por asesores sin más bagaje cultural que el algoritmo de Google. Quien piense que Rusia se va a achantar porque le aprieten las clavijas con sanciones económicas probablemente piensa en una Rusia desnaturalizada y sin dignidad, la Rusia del dimisionario Gorbachov o del beodo Yeltsin, la Rusia desguazada y genuflexa que permitió a los carroñeros el despojo de parte de su territorio histórico (así, por ejemplo, la Novorossiya conquistada al turco) Pero aquella Rusia ya no existe; o, dicho con mayor exactitud, sólo existió efímeramente, en aquella coyuntura trágica de colapso del comunismo que la dejó rendida ante la rapacidad de sus enemigos. La Rusia renacida de aquellos escombros, con las convalecencias propias de una nación que a punto estuvo de sucumbir, vuelve a ser la Rusia sufriente que se contempla en el rostro de Nastasya Filipovna, la heroína de El idiota de Dostoievsky, que arroja al fuego con gesto desdeñoso los cien mil rublos que la habrían sacado de la pobreza. En Guerra y paz, Tolstoi observa que la riqueza y el poder y todo cuanto los hombres se afanan por conseguir sólo tienen para el ruso el valor de poder desprenderse de ello. Y no hay sino que recordar, para entender este desasimiento de las cosas materiales que caracteriza al alma rusa, el recibimiento que los moscovitas dispensaron a Napoleón, entregando a las llamas su ciudad santa, desencadenando sobre sí y sobre su enemigo todos los horrores imaginables. Entonces Napoleón exclamó: ¡Estos hombres son escitas! Y muchos años después, en su retiro de Santa Helena, todavía espeluznado por la capacidad infinita de sufrimiento de aquel pueblo que acabaría infligiéndole una derrota aniquiladora, profetizaría que Rusia llegaría a dominar el mundo. Algunos piensan que esa profecía se hizo realidad proterva con Stalin; otros anhelamos que se haga realidad luminosa en la Tercera Roma que avistó Filoteo y que Solovief definió como una tercera fuerza superadora de las dos fuerzas sombrías que la han precedido: la unidad sin libertad del Islam y la libertad sin unidad de la Europa neopagana. Lo que Napoleón no logró entonces, lo que Hitler no consiguió sometiendo a Leningrado al cerco más cruel que vieron los siglos, no lo alcanzará el pudridero europeo con sus patéticas sanciones económicas. El europeo neopagano anhela el bienestar y tiene horror al dolor; el ruso desdeña el bienestar y soporta el dolor, se acostumbra a él, llega incluso a amarlo ascéticamente, llega incluso a gozarlo místicamente. El ruso sabe que no hay resurrección sin muerte y sin dolor; y cuando resucita derriba a su enemigo con la alegre ferocidad del león que lanza un zarpazo a un niño. Mejor harían los gobiernos del pudridero europeo aprendiendo un poco de filosofía de la Historia en los clásicos rusos, en lugar de imponer patéticas sanciones que acabarán trayéndonos a todos un dolor que sólo los rusos saben soportar.

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