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ABC MADRID 07-09-2014 página 14
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  • EdiciónABC, MADRID
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14 OPINIÓN VIDAS EJEMPLARES PUEBLA DOMINGO, 7 DE SEPTIEMBRE DE 2014 abc. es opinion ABC LUIS VENTOSO TOM Y ELLAS Qué extraño cruce: con el niqab en los mostradores del glamur total H UBO un tiempo, no lejano, en que Tom Ford reinó en el Olimpo del estilo. No está mal para un tipo salido de los suburbios de Houston. Despejado e inquieto, Tom voló pronto a Nueva York, donde estudió historia y arquitectura de interiores. Pero su buena planta le abrió las puertas del oficio de modelo publicitario. A su vez, los dólares de sus incontables anuncios televisivos y su apostura le franquearon la entrada al averno discotequero más trepidante de los ochenta, Studio 54 (qué camp suena hoy la palabra discoteca) A la sombra de la bola de microespejos, en veladas dionisíacas, Ford descubrió tres cosas: que le interesaba la moda, que lo que veía en Studio 54 debería ser carne de pasarela y que era gay. De la moqueta disco- funki de Manhattan saltó a Europa. Aquí ofició el milagro que lo convirtió en leyenda: resucitar a la marca Gucci, que de su mano pasó de zombi en quiebra a metáfora del lujo contemporáneo. Le costó. Jornadas de dieciocho horas no existe el triunfo sin trabajo a destajo, ni siquiera para los genios y peloteras colosales con los Gucci. Donde el tejano decía negro y cuadrado los italianos replicaban: Marrón y redondo Luego Ford llegó a desbancar al propio Yves Saint Laurent como jefe creativo de la marca que lleva su nombre. YSL, tan divino como vituperino, le aplicaba sus pellizcos de monja: ¿Ford? El pobre hombre hace lo que puede La historia acaba con Tom montando su propia marca en el 2004, y hasta haciendo pinitos con éxito como director de cine. Tarde del sábado en uno de los muchos almacenes clónicos y apabullantes de la abarrotada arteria más comercial de Londres. Un dependiente mulato, prieto en un ceñido traje negro a lo Pep Guardiola, pero en bien, atiende en el espacio de Tom Ford, entre maderas cálidas y luces efectistas. Lo que parecen ser dos chicas se interesan por los perfumes. El dependiente, untuoso, les va tendiendo los frascos. Ellas pulsan sobre el dorso de sus manos y luego cuchichean en inglés con voces frescas. Las manos son el único vestigio de su piel: llevan el velo integral, el niqab, que solo permite que asomen sus ojos a través de una ranura. La situación dibuja una extraña encrucijada de caminos, cotidiana en el mundo global. Un chico de ancestros caribeños vende en Londres los artículos de lujo diseñados por un tejano y sus ávidas compradoras son unas chavalas bunkerizadas tras una prenda propia de las arenas arábigas, adoptada por un móvil religioso. Una periodista inglesa de origen indio hizo la prueba de vivir dos días tras el niqab. Cuando iba en el metro, la gente inmediatamente apartaba la mirada al verme con el velo integral. Interpretaban que quería estar radicalmente sola. Me sentía como si no existiese ¿Puede alguien integrarse en un país con un paño negro tapándole la cara? ¿Es grato departir con una persona enmascarada? Mientras te alejas por las escaleras mecánicas, le guiñas un ojo al descuido a una de las chicas. Su mirada se estrecha. Dirías que te sonríe. Pero nunca lo sabrás. Y eso, ni más ni menos, es el tesoro que se pierde. PROVERBIOS MORALES JON JUARISTI MAESTROS A Caro Baroja y a Marías se les dificultó el acceso a la condición de profesor universitario durante buena parte de sus vidas L OS maestros están desapareciendo. Ahora, como mucho, hay instructores o couchers, y esto se va notando en las actitudes insolentes y agresivas de los jóvenes hacia los viejos en todos los gremios, pero especialmente en la enseñanza. A los viejos maestros se les intentaba dulcificar el ocaso. No es que todo viejo enseñante se hubiera ganado el derecho al respeto por el hecho de haber envejecido. Había, como ocurre siempre, un porcentaje elevado de vagos y maleantes, pero sabíamos distinguir los verdaderos maestros de los sinvergüenzas, aunque algunos de estos fueran unos demagogos consumados. Tarde o temprano terminábamos por descubrirles el juego y los despedíamos poco menos que con cencerradas. Por el contrario, cuando llegaba la jubilación de un auténtico maestro el ambiente era de duelo y de desolación. Acusábamos la pérdida. Ahora bien, si me paro a pensar en ello, advierto que aquellos de quienes más aprendí, los que tuvieron mayor influencia en mí durante los años de formación y constituyen aún los modelos intelectuales y éticos que juzgo dignos de imitación, no fueron directamente mis profesores o lo fueron ya en una fase muy tardía, más tardía incluso que la del posgrado y preparación de la tesis. Accedí a su magisterio antes, es cierto, pero no a través de su presencia en las aulas, sino gracias a sus libros. Luego, sí, ya de adulto, tuve el privilegio de tratarlos, de conversar con ellos cuando habían llegado a edades que para la mayoría de nosotros serán de declive acelerado, si no irremediablemente terminales en lo que respecta a la memoria, el discernimiento y el raciocinio. En su caso, estas capacidades se mantenían deslumbrantemente vigorosas. Y yo creo que tales fuerza y frescura las debían, sobre todo, a haber pensado con riesgo. Mis maestros no son muchos. No pasan de una docena, y como no he dejado de reconocer mi deuda con ellos en lo que he escrito y publicado, no creo necesario enumerarlos aquí. Los más jóvenes me llevan pocos años. De haber vivido todavía, los dos mayores cumplirían este los cien: Julio Caro Baroja y Julián Marías, lo mejor de la vegetación del páramo. Es un síntoma de la catastrófica disolución de la tradición cultural española de cuyo efecto en la crisis de la identidad nacional no somos todavía conscientes la ausencia de un homenaje público suficientemente visible a Caro Baroja y a Marías, más allá de los discretos y casi clandestinos actos de conmemoración organizados por departamentos universitarios que parecen más interesados en que pasen desapercibidos que en lo contrario, no vayan a llamar la atención de unas autoridades que aprovecharían cualquier pretexto para dar nuevos tajos a las subvenciones públicas. Los he conocido muy bien, y no me cabe la menor duda de que recordar la obra y el pensamiento de don Julio y don Julián, para la mayoría de los señores (y señoras) del presupuesto constituye un rito funerario inútil. No voy a insistir en ello, no tiene remedio. A Caro Baroja y a Marías se les dificultó el acceso a la condición de profesor universitario durante buena parte de sus vidas. Quién sabe, quizá se deba precisamente a la hostilidad y el ostracismo que les impuso la universidad, la juventud inmarchitable de su pensamiento.

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