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ABC MADRID 02-05-2014 página 15
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ABC MADRID 02-05-2014 página 15

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC VIERNES, 2 DE MAYO DE 2014 abc. es opinion OPINIÓN 15 EL BURLADERO UNA RAYA EN EL AGUA CARLOS HERRERA EL CUENTO SINDICAL Cabría también preguntarse si los sindicatos consideran necesario realizar una mínima autocrítica A YER salieron a la calle. Los sindicatos. Cuándo si no. Como viene ocurriendo en estos últimos años, la convocatoria no fue seguida de forma masiva por trabajadores concienciados de la desgracia que viven, de la tragedia que experimentan como colectivo. Hay seis millones de parados, inestabilidad laboral, empleos de calidad ínfima, sueldos en permanente recorte... razones todas para que los trabajadores se manifiesten de forma tajante en las calles de España reclamando un futuro que contenga un mínimo de esperanza. Sin embargo, si se observan las imágenes de las diferentes manifestaciones de ayer, no se aprecia una avalancha masiva de personas reivindicando derechos elementales, entre los que se incluya el más elemental de todos: ganarse dignamente la vida con un trabajo. Probablemente haya que buscar la explicación en que los convocantes, los sindicatos, no despiertan en la masa trabajadora un deseo de pertenencia y afinidad: puede que sean considerados parte del sistema, una maraña de burocracia, un saco de turbios intereses políticos. Las centrales sindicales que ayer pidieron un nuevo Plan Marshall para los trabajadores europeos o más derechos para los trabajadores de Bangladesh son, a ojos de no pocos españoles, meros agentes políticos pertenecientes a una casta que lleva viviendo del cuento demasiados años. Muchos trabajadores están convencidos de que todos los que protagonizan la vida sindical no han dado un palo al agua en su vida y que, desde luego, los representantes laborales trabajan muy poco. No digamos el ejército de liberados que puebla el parque empresarial español. Para un trabajador sujeto a la inestabilidad laboral que se cuece en el paupérrimo empleo español, un sindicalista es parte de un parque humano instalado en oficialidad paralela. Efectivamente, también puede ser oficialidad quien combate contra ella. Tras los diferentes actos de reafirmación de ayer, cabría preguntarse varias cosas. Una de ellas es por el mundo irreal en el que parecen vivir los grandes líderes sindicales y sus diferentes correas de transmisión. Que a estas alturas alguien suponga que la solución a la falta de empleo en Europa está en establecer un mega- Plan E, dinero a fondo perdido a través de vaya usted a saber qué mecanismos, significa que sus razonamientos precisan de una imprescindible puesta a punto. La solución no parece estar en el endeudamiento, pero, ¡en fin! no me voy a meter en eso. Cabría también preguntarse si los sindicatos consideran necesario, en algún momento del devenir, realizar una mínima autocrítica o reconocer algún atisbo de culpa en los procesos de corrupción en los que están involucrados judicialmente, desde los ERE andaluces hasta los Cursos de Formación en los que parece haberse distraído una nada despreciable cantidad de dinero. Y cabría inquirir, asimismo, si antes o después de los atardeceres prodigiosos de primavera cualquier líder sindical ha hecho acto alguno de contrición por haber sido mano derecha de los gobiernos de Rodríguez Zapatero y su contrastada pereza e ineptitud para afrontar los primeros y segundos compases de la crisis, esa que dejaba parados por doquier sin que levantaran la voz más de lo teatralmente imprescindible. Tienen razón cuando afirman que muchos empresarios son una partida de incompetentes e impotentes. Algunos, por ejemplo, se atreven a sugerir bajadas de salario mínimo y acusan a los trabajadores de no servir para nada como recientemente manifestó una individua que ya recibió lo suyo por semejante impertinencia. No todo el mundo sabe hacer bien su trabajo. Pero a muchos nos gustaría saber qué tales empresarios serían ellos, cómo manejarían sus empresas en pavorosos escenarios de crisis, cómo solventarían problemas derivados de la falta de competitividad y, sobre todo, qué tipo de indemnizaciones proveerían para los compañeros de los que hubieran de prescindir, ya que los que ellos aplican en el sindicato claman al cielo. Menudos figuras. IGNACIO CAMACHO EL PUENTE El nulo impacto de las movilizaciones del Primero de Mayo certifica la irrelevancia social de un sindicalismo exangüe L JM NIETO Fe de ratas A irrelevancia actual de los sindicatos es el producto de dos fracasos, uno político y otro sociológico. Del segundo no tienen toda la culpa, salvo en su falta de adaptación y su pérdida de sensibilidad al latido de la calle; el país cambiaba a su alrededor y ellos no se han dado cuenta. Y no se han apercibido precisamente porque se han pasado demasiados años enfrascados en consumar su gran fracaso político: el de la transformación en grandes aparatos clientelares atentos solo al bienestar de sus afiliados y a los pactos de poder con los partidos de mayor parentesco ideológico. Ese conchabamiento apesebrado es el que ha abierto la gran grieta que los separa de la sociedad española. Las centrales se han encerrado en la burbuja de su estructura burocrática para preservar intereses que ya no son de clase sino de casta. El estallido de los escándalos recientes no es más que la consecuencia de varias décadas de ensimismamiento en las que la nomenclatura de las organizaciones se ha dedicado a construir mecanismos de privilegio al amparo de las instituciones autonómicas las grandes distribuidoras de recursos y del Estado. Tanta y tan prolongada connivencia no podía sino derivar en corrupción, en el uso incorrecto y degradado de los fondos públicos, en la creación de tramas extractivas al amparo de los acuerdos de concertación o de paz social los ERE y de ese inmenso fondo de saco que han sido los cursos de formación laboral. La ineficacia del gigantesco tinglado formativo, incapaz de contribuir de manera significativa a la creación de empleo, solo se explica desde la malversación moral, política y financiera de sus millonarias partidas, utilizadas simultáneamente como plataforma subterfugial de financiación orgánica y como instrumento para el lucro ilícito de sus cuadros dirigentes. Esos fraudes han sido la puntilla que ha rematado el escaso prestigio de estos agentes sociales que los ciudadanos dejaron de percibir hace tiempo como interlocutores válidos fuera de la función pública, su último reducto en medio de la quiebra absoluta del mercado de trabajo. El nulo impacto de las movilizaciones del Primero de Mayo certifica no solo la insignificancia social del actual sindicalismo, que durante esta brutal recesión ha fracasado hasta en cuatro huelgas generales, sino su carácter autista y endogámico. El cansino ceremonial de las banderitas, los autobuses y los lemas rimados solo es la rutinaria celebración de una liturgia gastada. Marchas cada vez menos concurridas ya no se atreven a convocarlas en Madrid menos entusiastas, más exangües. Con las carreteras atascadas, los trenes saturados y las playas abarrotadas, el Día del Trabajo no es desde hace mucho una jornada reivindicativa sino un puente festivo que disfrutan, al margen de sus teóricos representantes laborales, quienes aún no tienen vacaciones forzosas todo el año.

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