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ABC MADRID 29-04-2014 página 14
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  • EdiciónABC, MADRID
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14 OPINIÓN COSAS MÍAS PUEBLA MARTES, 29 DE ABRIL DE 2014 abc. es opinion ABC EDURNE URIARTE RÍASE CON LA VIOLENCIA MACHISTA Muchos de los que ríen hoy en los cines miraban entonces hacia otro lado MAGINO que algunos lectores habrán comenzado con cierto escándalo este artículo. ¿Reírse con la violencia, machista o la que sea? Pues de eso se trataba precisamente, de plantear ese supuesto, el del humor sobre esa violencia. Y algo me dice que tal cosa suscitaría un amplio debate y que ganaría más bien la negativa a reírse de esa tragedia. Lo que demuestra lo caprichosos que somos con esto del humor. O lo políticamente correctos. Porque casi nadie ha puesto pega alguna a que Ocho apellidos vascos haga humor con la kale borroka y con ETA. Más bien al contrario, llevamos un mes celebrando su éxito. Y contando lo que nos hemos reído con sus diálogos. Es más, algunos llevamos unos cuantos años riéndonos con el precedente televisivo de esta comedia, el Vaya semanita de ETB. Aún seguía asesinando ETA cuando yo misma me reía a carcajadas con ese programa, también con el personaje de la kale borroka. Sin dejar a un lado las dudas éticas, es cierto, pero siempre resueltas a favor de la posibilidad del humor. De hecho, una parte del mejor cine y del mejor humor se ha hecho sobre grandes barbaridades cometidas por la humanidad. De Sacha Baron Cohen, por ejemplo, me molesta a veces su vulgaridad, pero no puedo dejar de admirar su originalidad, cuando caricaturiza, entre otros, a dictadores sanguinarios. Y de reírme, a pesar de la tragedia que hay detrás de esos personajes en la vida real. Pero una cosa es que nos riamos con el humor sobre la violencia y que incluso corramos un tupido velo sobre la ausencia del más mínimo debate social sobre la cuestión; y otra, que algunos se pongan a dar lecciones morales a los españolistas y a los políticos a cuenta de las risas provocadas por Ocho apellidos vascos El director de la película, Emilio Martínez Lázaro, por ejemplo, que celebra lo mucho que se ríen los vascos de sí mismos, pero duda de que españolistas más exaltados admitirían una parodia así Sin entender que los españolistas como yo, y con los ocho apellidos vascos incluidos, nos reímos hasta con la kale borroka que nos ha perseguido durante años. Y como si el problema fuéramos, para este director, los españolistas, y no los radicales violentos. O el guionista Diego San José y el actor Dani Rovira, para quienes las risas del público mostrarían que la gente vale más que los políticos Como si la categoría ética se demostrara con las risas en la sala de cine y no con el valor exhibido por tantos políticos, de UCD, del PSOE, del PP, además de por policías, guardias civiles, militares y muchos jueces, fiscales, periodistas, intelectuales y ciudadanos valerosos, cuando los etarras mataban y perseguían de verdad en lugar de ser divertidos personajes de una película. Y cuando muchos de los que ríen hoy en los cines miraban hacia otro lado, por si acaso les caía un golpe, un insulto o una bala, que era lo que caía entonces en lugar de chistes. A los vascos nos encanta reírnos con la parodia, sí, pero sin olvidarnos de nuestro pasado y de la realidad sobre los criminales etarras. I LIBERALIDADES JUAN CARLOS GIRAUTA PELIGRO Todos los personajes públicos catalanes incómodos al nacionalismo catalán saben muy bien de qué está hablando Navarro E L rufianismo político va imponiendo sus maneras al ritmo de nuestra degeneración democrática. Dos asuntos recientes delatan un peligro de descomposición que solo se salvará con la ley. No necesito buscar muletas y escribir una ley que se cumpla pues eso va de suyo; en otro caso no sería ley. Son los dos asuntos: la agresión física al líder de los socialistas catalanes y el calvario de señalamientos, insultos, calumnias y burlas que padece a diario mi querido Hermann vecino de columna. Una infamia nacionalista y otra progre (no confundir con izquierdista, y mucho menos con progresista) Porque es en esos dos espacios acanallados, dotado cada uno de medios de masas privados y públicos, donde se incuba el huevo de la serpiente. Allá donde la ley ha dejado de contar, allá donde la ley es el problema y donde todo es siempre culpa de otro, allá donde el mundo es simplicísimo y está formado por amigos y enemigos, allá donde no cabe el matiz e impera la consigna, allá donde no se soporta la discrepancia reaparecerán fatalmente los peores fantasmas de la intolerancia. Esa catástrofe está sucediendo en España por diversas razones: hay zonas, como mi pobre Cataluña, donde la pedagogía política consiste en presentar las leyes, empezando por la suprema, como trabas; las sentencias judiciales como ataques; ambas como injustos obstáculos que nos separan de la verdadera democracia. Conviene no engañarse: una vez las eli- tes transmiten tal mensaje de forma concertada, sistemática, la destrucción no se detiene y acaba afectando a todo el sistema. Las clases política y mediática del nacionalismo han enseñado al pueblo (ese subterfugio) que la Constitución no nos concierne, que es cosa ajena y extraña; que el Tribunal Constitucional es una banda de agitadores anticatalanes (Turull, portavoz de CiU, dixit) que en España no hay nada que hacer, que un nuevo Estado se va a fundar quieras que no. El mismo desprecio a las normas, el mismo frívolo adanismo, la misma maldita manía del hostigar al adversario personalmente, de invadir su privacidad, de cosificar al discrepante, mancha al progrerío, esa parte de la izquierda española consagrada a la fabricación y difusión de prejuicios que suplantan el pensamiento, la crítica, la reflexión y el debate. En ambos casos subyace una sensación de superioridad moral que, desde fuera, parece absolutamente injustificada. Y seguramente muy placentera desde dentro. La miseria moral del nacionalismo impide a los afectados (incluyendo las más altas instancias locales) condenar sin más que a un líder político le arreen un puñetazo por la calle. Cuando se condena la violencia, se condena sin más. No se contextualiza, ni se invocan supuestas violencias simétricas, ni se aprovecha la tesitura para discrepar de la víctima. Pere Navarro sabe y denuncia el origen de la crispación catalana, y ha establecido un nexo entre la atmósfera del proceso soberanista y la agresión, en la que halla motivos ideológicos. Todos los personajes públicos catalanes incómodos al nacionalismo catalán saben muy bien de qué está hablando Navarro cuando nos informa de las miradas de odio de los insultos por la calle, de las amenazas constantes. Ciudadanos, PP, PSC o UPyD no pueden actuar en Cataluña con la tranquilidad de que gozan quienes se empeñan en negar esta realidad, incluso a la hora de condenar una agresión: CiU, ERC, ICV. En la otra zona de excepción democrática, que no es geográfica sino puramente ideológica, no tienen bastante con linchar a Hermann semanalmente. Ahora señalan la puerta de su casa, hacen mofa de una convalecencia hospitalaria, tuercen sus palabras, están obsesionados con él. Permitiendo estos abusos, o riéndolos, condenaremos la convivencia.

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