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ABC MADRID 30-03-2014 página 3
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ABC DOMINGO, 30 DE MARZO DE 2014 abc. es opinion LA TERCERA 3 F U N DA D O E N 1 9 0 3 P O R D O N T O R C UAT O LU C A D E T E NA ¿OTRO MUNDO ES POSIBLE? POR GABRIEL ALBIAC ¿Otros mundos? Sí, otros mundos. Que dan sobre el abismo. Los mismos otros mundos cuya tiniebla percibiera Sófocles. De nuevo. Vimos a la joven en el extremo de la tumba colgada por el cuello con lazo hecho del hilo de su velo Otros mundos que dan sobre nada RA posible otro mundo Posible no, necesario. Como todo. Yo os lo cuento. No, no yo. Os lo cuenta ese sexagenario al cual arropa la plácida soledad de una decente biblioteca, que es lo único que dejará a nadie cuando la puta muerte que en poco puede concernir a uno que en la biblioteca aprendió a decirse laborioso epicúreo lo quite, como a cualquier bicho, del camino. Digamos que os lo cuenta en el intervalo que va del sosiego de las Vísperas de Monteverdi al desgarro del Hurt de Johnny Cash, y de él a la desesperación que crece entre el Summertime de Billie Holiday y el Summertime de Janis Joplin, y de ella a la sobria aritmética que es conmoción en la segunda suite para chelo de Johannes Sebastian Bach. En bucle: repeat de lo que ya, en rigor, no puede ser llamado un tocadiscos, ese objeto arqueológico cuya aguja él preserva con implacable usura. Lo que suena es un ordenador portátil conectado a un muy elemental sistema de megafonía. Y en él están todos los sonidos que fueron en algún pasaje del tiempo. Sin excepción. Sin ausencia. Lo mejor, lo peor: todo. La red es eso; el mundo es eso; eso el ser. Necesario. Ni mejor ni peor significan nada. Las dos versiones por él programadas de Today se suceden ahora: Grace Slick en los excesos ácidos de Jefferson Airplane, Renée Fleming, tan soprano ajustada a partitura. Las dos son la misma. Él las distingue. Pero es porque él es un sexagenario. Otro mundo. O sea, este. Cuando aún no sabía que era otro: todos lo son. Cuando aún amalgamaba sombras y pretendidas realidades bajo común etiqueta. Cuando llamaba futuro a sus deseos: otros. Y, en fin, cuando su lectura de Pascal no era aún lo bastante perversa, lo bastante sabia para apreciar cómo en aquel hombre muerto de vejez antes de los cuarenta todo se cifra en esta epítome salvaje de la vida humana: El letargo es la imagen de la muerte. Decís. Y yo digo que es más bien la imagen de la vida Ha decidido, pues, hablar hoy de otro mundo. Pues que hay quienes le dicen que es posible. Y no saben que todo lo posible es necesario. Y, en tanto que necesario, trágico. A la glacial manera matemática en que lo saben sin asomo de duda los héroes y las heroínas de Sófocles en la Atenas del siglo quinto: Muchas cosas espantosas existen, y, con todo, nada más espantoso que el hombre... Él se enseñó a sí mismo el lenguaje y el alado pensamiento, así como las civilizadas maneras de comportarse y también, fecundo en recursos, aprendió a esquivar bajo el cielo los dardos de los desapacibles hielos y de las lluvias inclementes. Nada de lo por venir le encuentra falto de recursos. Solo del Hades no tendrá escapatoria Pero el Hades no da miedo a un hombre griego: va en el precio de ser hombre, esa cosa cuyo prodigio está en matar y en ca paso de trote en formación cerrada. Casco integral de moto y recios bambúes de kendo. ¡Cenaremos esta noche en el Elíseo! escandían, sílaba a sílaba, para marcar el paso. Y era un himno de guerra. De verdad, épico. Por más que pueda sonar infantil ahora. La formación de los CRS oponía un bloque de uniformes negros igual de sólido al avance. El estruendo del choque lo sigue escuchando ahora bajo el sereno clarinete del quinteto en sí menor de Brahms: crujir de cascos y de huesos rotos, frente al edificio blindado de la Mutualité. Él volvía a Madrid el día siguiente. Y a este mundo. En los periódicos, ya en el tren, leyó un balance de heridos que no tenía precedente. Y el sombrío anuncio del fin de la partida. Ya en Madrid y en el curso del verano, supo que quienes dieran geométrica planificación a aquella batalla habían sido ilegalizados y que el 68 se cerraba. Sus dirigentes fueron detenidos, procesados, condenados a penas de prisión que ninguna mitología les impidió cumplir: ni la vieja tradición revolucionaria de dos siglos de República ni la lírica epopeya de cinco años antes. La ley es la jodida ley y es para todos. Y las insurrecciones se ganan o se pagan. Uno no puede hacer retórica ni con lo uno ni con lo otro. ¿E JAVIER MUÑOZ morir en la lucidez más clara. Más cruel, por tanto. Y más exenta de remordimiento. Muchas cosas espantosas... Ninguna como el hombre Matadlo dice el chico, poco antes de estrellar su adoquín sobre el cráneo del hombre en tierra. Matadlo no es un hombre, no es más que un policía; peor que animal o cosa; o mejor, no peor sencillamente menos El chaval que alza el ladrillo sabe que él no haría eso con un perro o un gatito malherido. Ni siquiera con el bonito Mac portátil que ha dejado encendido sobre el escritorio antes de salir a la calle para limpiar este mundo de inmundicias. Y alumbrar otro. En el dolor, ¿qué remedio? En la penumbra de la biblioteca, la voz que Judy Collins grabó en 1967 evoca la vaga culpa del marino de Coleridge. El sexagenario recuerda haber escuchado este grito por el mismo tiempo en que escuchó por primera vez esta voz bellísima: ¡Matadlo! Con igual tono de épica indiferencia. Fue hace tanto... Lo que vino después fueron disparos. De pistola reglamentaria. Y dos impactos en el techo, junto a la entrada del bar de la Facultad. ¡Matadlo! Quizás las balas no pasaron tan cerca de sus cabezas como su memoria lo ha evocado siempre. Es lo más probable: no existe memoria que no sea legendaria. Era otro mundo. Y al llamamiento a la muerte respondía siempre la huella de la muerte cercana. Allí quedaron los impactos. Durante meses. Eso recuerda. No muchos después y en París, supo de esos otros mundos. No posibles: la posibilidad es el consuelo con que los impotentes dan escena a su fracaso. Necesarios: porque todo lo que es es necesariamente y jamás pudo no serlo o ser de otra manera. 1973 y primavera. La escuadra del servicio de orden mar- H ubo de esperar veinte años para, en un pequeño cine del Barrio Latino, en cuya sala había solo él y otros tres dispersos solitarios, ver el documental que narró aquello. Que narró, sobre todo, lo que vino luego, y a lo cual era mejor ni siquiera asomarse. Morir a los treinta años es la historia de Michel Recanati. Contada por el que fue su amigo y camarada en el servicio de orden de aquella Liga Comunista Revolucionaria del año 1973, Romain Goupil. Tenía veintipocos en aquella primavera. Y lo había planificado todo, con la minucia de aquellos generales casi adolescentes que erigió en leyenda la selva vietnamita. No fueron los meses de cárcel los que lo rompieron. Fue la certeza de haber consumado el sendero del fracaso en su vertiginosa veintena. En 1978, dejó una desgarradora carta de despedida y se mató. No quiso llegar a los treinta. Otro mundo era posible: el no- mundo. Que los estoicos supieron única puerta cuando todas las puertas se cierran. Y al hombre viejo que escucha ahora a Cathy Berberian alzar el lamento de Ariadna, aquella muerte le volvió a la cabeza en la despiadada respuesta del sabio Lacan a un joven que pregunta sobre la esperanza: Espere usted lo que se le antoje, pero sepa que yo he visto a la esperanza llevar a gente a la cual estimaba tanto cuanto le estimo a usted al suicidio ¿Otros mundos? Sí, otros mundos. Que dan sobre el abismo. Los mismos otros mundos cuya tiniebla percibiera Sófocles. De nuevo. Vimos a la joven en el extremo de la tumba colgada por el cuello con lazo hecho del hilo de su velo Otros mundos que dan sobre nada. Nunca habrá otra vez para la joven Antígona. Lasciate mi morire, canta Ariadna. Y, en el silencio con tanta pesadez ganado, el sexagenario escucha. Habrá otro mundo. No le gusta. El letargo, la vida susurraba Blaise Pascal. GABRIEL ALBIAC ES FILÓSOFO

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