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ABC MADRID 04-03-2014 página 15
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ABC MADRID 04-03-2014 página 15

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC MARTES, 4 DE MARZO DE 2014 abc. es opinion OPINIÓN 15 MONTECASSINO UNA RAYA EN EL AGUA HERMANN SE HA ROTO LA BARAJA Nadie fue a la guerra por los Sudetes. Nadie irá a la guerra por Crimea. Pero Ucrania oriental será distinta. Rusia puede enfangarse para siempre U N estado muy joven con frontera con uno muy poderoso; una política que genera profundo disgusto al gran vecino; una minoría étnica de la nación dominante en el vecino grandullón. Son los tres elementos perfectos en Europa para pretender cambiar un mapa. Con el pretexto de que, una vez hecho, todos volverán a vivir en perfecta armonía. Con esos tres argumentos bastó en 1938 para convertir Checoslovaquia en una molestia insoportable para Alemania. Todos se pusieron de acuerdo en violar la ley internacional y amputar al nuevo Estado. La anexión de los Sudetes a Alemania se convirtió en la opción más lógica para que pudiera proteger a la minoría alemana en los Sudetes. La alternativa era la guerra. Con este argumento todo fue fácil. La mejor solución, los Sudetes alemanes. ¡Había tantas razones! Históricamente habían sido siempre parte de un imperio de hegemonía alemana, el austriaco, con su vieja metrópolis Viena integrada en el nuevo Reich alemán desde hacía seis meses con el Anschluss Con una población alemana toda ella deseosa de integrarse en Alemania. ¡Quién iba a negarse a la voluntad de integración tan claramente expresada de este pueblo de Crimea, perdón, de los Sudetes, sólidamente apoyado por todo el poder militar de la vecina y deseada madre patria! Todos se convencieron de que aquella solución que despedazaba a la joven Checoslova- quia no era ilegal, ni miserable, ni cobarde ni fruto de un chantaje. Sino una gran oportunidad para la paz y para aliviar a Alemania de una insufrible afrenta. Y se convencieron de que solo harían trampas en esa ocasión y después todos retornarían al escrupuloso respeto de las convenciones internacionales. No sabían aún que habían roto la baraja. A los checoslovacos no se les consultó. Por si acaso ponían pegas. Así, en la noche del 30 se septiembre de 1938 se reunieron en Múnich el francés Edouard Daladier y el británico Arthur Neville Chamberlain con el alemán Adolfo Hitler y el italiano Benito Mussolini, y firmaron aquel acuerdo. Según dijo Chamberlain al aterrizar en Londres horas después, disipaba el peligro de guerra al menos para una generación. Once meses justos duraría aquella paz tan engañosa, comprada a cambio de la dignidad e integridad moral de las democracias y territorial de Checoslovaquia, tan joven entonces como hoy la Ucrania independiente. Ya sé, señores, que Vladímir Putin no es Adolfo Hitler. Pero Putin ha dado el paso. Ha invadido un país vecino con exactamente los mismos pretextos que tuvo Hitler para anexionarse los Sudetes. Y con el mismo desprecio hacia las fronteras internacionales que tuvieron Hitler y Stalin al merendarse juntos Polonia en 1939. Cada uno pensará lo que quiera de las luchas internas en Ucrania y de la legalidad remanente, pero los muertos habidos no eran en su mayoría precisamente partidarios ni de Putin ni de su aliado Yanukóvich. El intento de secuestro de Ucrania por una fantasmal Eurasia de Putin fue detonante. Y los pogromos ha habido que inventarlos en una campaña de propaganda tóxica, lanzada por Moscú y el aparato del régimen caído, que está elevando la retórica de agitación prebélica a cotas de difícil retorno. Nadie fue a la guerra por los Sudetes. Nadie irá a la guerra por Crimea. Pero Ucrania oriental será distinta. Rusia puede enfangarse para siempre. Y nadie sabe en qué convertirá esta aventura al régimen de Putin. En nada mejor, desde luego. Cierto es que ha muerto la Europa de la legalidad de la CSCE surgida de Helsinki en 1975. Claro está que se ha roto la baraja. Hasta que haya una nueva habremos de acostumbrarnos a que corremos peligro. IGNACIO CAMACHO ATLAS DE SANGRE Putin está decidido a reconstruir la Gran Rusia y a levantar con mapas y armas un cinturón de influencia geoestratégica ARA entender la política internacional conviene mirar a menudo los mapas. No sólo los físicos, que ofrecen las coordenadas naturales de los principios de la geoestrategia, sino los atlas históricos que enseñan la cartografía del pasado. El de Crimea y Ucrania recoge los ecos épicos de una catástrofe militar británica embellecida por un poema de Tennyson azotados por balas y metralla cabalgaron con audacia en las fauces de la muerte... la sombra del más sonoro fracaso de Churchill en los Dardanelos- Galípoli, la estela de una sofisticada operación de limpieza étnica ejecutada por Stalin aprovechando la devastación de una hambruna. Una historia de particiones, repoblaciones forzosas y tensiones bélicas y civiles que debería servir de precedente inquietante para la atolondrada Europa que contempla el nuevo conflicto con la mentalidad esquemática y maniquea de una diplomacia- twitter capaz de confundir un golpe de Estado callejero con una revolución democrática. Nacionalismos violentos, odios raciales, ocupaciones imperialistas. Un sustrato demasiado complejo para resolverlo en la retórica institucional de los comunicados y las ruedas de prensa. Putin no necesita entenderlo; es o se siente parte heredera de esa convulsa historia de tragedias y concibe el poder con un pathos violento y dramático. Probablemente ganará el envite porque tiene, además del gas, la fuerza y, sobre todo, la determinación de usarla. Y porque nadie le ha ofrecido quizá tampoco sirviese de mucho una opción distinta a la de defender a su manera sus intereses o renunciar a ellos. A Putin no sólo no le asusta la guerra: le va bien, le proporciona sólidas ventajas internas. Es un antiguo oficial de la KGB y entiende el mundo como una dialéctica hostil y autoritaria. Sin buenismos, sin opiniones públicas permeabilizadas por el pacifismo, con la dureza del peso de una tradición de invasiones y matanzas. La doctrina Monroe, la del patio trasero, acabó sólo para América. El final de la Guerra Fría disuadió también a los Estados Unidos de su vocación guardiana universalista para encerrarlos en la esfera de sus propios problemas. Pero eso no rige para un Putin decidido a reconstruir si no una URSS sin comunismo sí una nueva Gran Rusia, y a levantar con los mapas y las armas en la mano un cinturón de influencia geoestratégica. Occidente se lo permitió en Siria y ahora no ve el motivo por el que se lo pueda impedir en Ucrania. Sanciones comerciales, amenaza Obama retratado al teléfono en mangas de camisa como en una secuencia de El ala Oeste Al otro lado de la línea, el zar sonríe. Rusia es el principal cliente de esa Unión Europea que se apresuró a tender sus brazos a los revolucionarios de Maidán. Eran fotogénicos, bajo el frío y la humareda de los disturbios, y Europa es un régimen icónico, una democracia de telediarios. Putin conoce la fotogenia del horror de la guerra, el magnetismo visual de la devastación, la fuerza sobrecogedora de los paisajes de escombros. Y sentado sobre una Historia cuyos atlas fueron dibujados con turbiones de sangre, resulta del todo indiferente a la condena moral de los editoriales. P JM NIETO Fe de ratas

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