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ABC MADRID 21-12-2013 página 15
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ABC MADRID 21-12-2013 página 15

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC SÁBADO, 21 DE DICIEMBRE DE 2013 abc. es opinion OPINIÓN 15 UNA RAYA EN EL AGUA EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA LA CUESTIÓN CATALANA Con declaraciones como éstas, Prat de la Riba sería hogaño considerado un peligroso españolista E N marzo de 1906, mientras se discutía en el Congreso la llamada Ley de Jurisdicciones, que habría de conceder a los tribunales militares jurisdicción para juzgar las ofensas inferidas a la unidad de la patria y al ejército, ABC enviaba a Azorín a Barcelona. La ley en ciernes fue interpretada en Cataluña como una agresión insufrible; y así fue como, entre los más diversos sectores del catalanismo, se formó una suerte de frente común. Azorín se tiró varias semanas publicando entrevistas que, leídas hoy, nos explican el fondo siempre idéntico de la cuestión catalana que no es otro sino una versión sangrante de la célebre paradoja de Zenón: por mucho que el Aquiles estatal se esfuerce en alcanzar a la tortuga catalana, ésta siempre habrá avanzado un poco más en sus negaciones de pertenencia a España. Entiéndase que empleo Aquiles y tortuga sin intención de caracterizar a ninguna de las partes; pues, dejando aparte la paradoja de Zenón, quien merecería el epíteto homérico de alígera es más bien Cataluña, frente a España, que aquí, como en tantas otras cosas, se desempeña como un quelonio. Las entrevistas de esta expedición barcelonesa son mesuradas, siempre afables y maravillosamente escritas, llenas de observaciones de pequeño filósofo y gran espeleólogo de almas; en definitiva, vestigios de un periodismo que ya ha dejado de existir, lleno de cultura, caballerosidad, delicadeza y vi- bración poética. En una de las entrevistas más eminentes, Azorín entrevista a Prat de la Riba, gran prohombre del nacionalismo, que al año siguiente se convertiría en presidente de la Diputación de Barcelona y fundaría el Instituto de Estudios Catalanes. Dice Prat de la Riba: -El hecho de la pluralidad de nacionalidades dentro de España es un hecho primario, fundamental, que no está ya en los medios de nadie destruir ni modificar. Se impone a unos y otros, a gobernantes y gobernados, de ésta o de otra región, como un hecho superior a opiniones y deseos, a lamentos y aspiraciones. Con igual vigor, con igual fuerza irresistible, se impone el hecho de la unidad política de España. Afinidades de civilización, vecindad territorial, vínculos de interés establecidos durante cuatro siglos de convivencia obligan a las diferentes nacionalidades españolas a mantener su unión dentro del mismo Estado. Imposición de estos hechos es la aspiración a dar a España una constitución en que el elemento de la pluralidad de pueblos y el de la unidad de convivencia tengan su representación. Nada pues, de imposiciones, de unitarismo violento, de opresión; nada de empeñarse en marchar contra la naturaleza, contra la realidad, contra la voluntad de las nacionalidades. Pero nada, tampoco, de despedazar España en pequeños Estados. Hacerla más grande aún, más fuerte, redimirla de su abatimiento, enriquecerla, levantarla al nivel de los grandes pueblos, infundir en ese mísero estado de tercer orden que es hoy alientos de gran potencia y medios para serlo, este es el ideal, la aspiración y la voluntad de Cataluña. Con declaraciones como éstas, Prat de la Riba sería hogaño considerado un peligroso españolista. Y es que el nacionalismo catalán ha querido dejar siempre chiquitas las aspiraciones de sus predecesores, en su afán por emular la paradoja de Aquiles y la tortuga, hasta llegar al abismo ante el que ahora nos asomamos. O quizá ocurra, simplemente, que como nos recordaba Donoso una negación llama infaliblemente a la siguiente, como un abismo llama a otro abismo; y más allá de la negación última no hay nada sino tinieblas, que es el destino de las naciones en las que el tira y afloja político copia la paradoja de Zenón de Elea. IGNACIO CAMACHO ALTA TENSIÓN La crisis del tarifazo eléctrico ha reventado un problema estructural que venía engordando desde hace décadas SPAÑA es un país socialdemócrata en el que los liberales resultan un cuerpo extraño. Quizá por eso la batalla política se dirime entre intervencionistas de izquierdas e intervencionistas de derechas; los primeros tienen la ventaja de que el doble rasero social les permite ir a favor de corriente, jugar con el campo inclinado. El intervencionista de derechas siempre acaba resultando sospechoso en la mentalidad dominante, que en realidad es una herencia del franquismo sociológico. No es que haya socialistas en todos los partidos, según la célebre fórmula de Hayek, sino que somos nosotros, los ciudadanos, quienes exigimos a todos los partidos una cierta cuota de socialismo. La bronca del recibo de la luz ha puesto al Gobierno del PP ante esa evidencia y le ha arrancado un tic de populismo autoritario casi chavista. El nuestro es un país estatalista cuya opinión pública añora la regulación y aplaudiría que el poder fijase hasta el precio del pan. La suspensión de la subasta eléctrica es una medida extrema que chirría en el marco de la libre competencia europea, pero el marianismo se enfrentaba al riesgo de un verdadero motín social y ha optado por el golpe de autoridad para evitar convertirse en la diana del descontento. El tarifazo ha reventado un problema estructural que venía engordando desde hace décadas y ha puesto en crisis el modelo energético, que es clave en el desarrollo de una nación moderna. El coste reputacional va a ser alto porque la decisión gubernamental le ha dado una patada al tenderete del mercado. La tarifa de electricidad está llena de injerencias ideológicas acumuladas en forma de fiscalidad y subvenciones. Un Gobierno cargó en ella la moratoria nuclear, otro los costes de transición, un tercero las subvenciones a las renovables. El precio de la energía sin impuestos ni adherencias es similar al de Gran Bretaña o Francia, pero pagamos los costes de una ausencia histórica de política energética. El recibo se había convertido en una bomba que tarde o temprano le iba a estallar a algún gobernante bajo la silla, y le ha tocado a este ministro Soria que no ha podido ordenar un complejísimo sector con alta capacidad de influencia. Satanizar a las eléctricas y echarlas a los leones de la ira popular es una tentación demagógica que puede salvar la cara a corto plazo pero resulta una salida ineficaz porque el asunto hay que arreglarlo con ellas salvo que el Gobierno quiera producir luz frotando palillos. En algún momento alguien tendrá que elegir, y eso implica dejar perdedores; la solución sin víctimas ha fracasado y el propio Gabinete se deja pelos electrocutados en este cortocircuito de alta tensión. Puestos a intervenir y regular tal vez haya llegado por fuerza el momento de la reforma a fondo; esto no se va a arreglar dándole al interruptor de los precios y dejando que sea el último el que apague. E JM NIETO Fe de ratas

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