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ABC MADRID 15-12-2013 página 16
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  • EdiciónABC, MADRID
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16 OPINIÓN POSTALES PUEBLA DOMINGO, 15 DE DICIEMBRE DE 2013 abc. es opinion ABC JOSÉ MARÍA CARRASCAL TRAGICOMEDIA Premiar el intento de secesión de los nacionalistas catalanes con ventajas económicas sería, de hecho, haber cedido a su chantaje ECÍA Marx que la historia se repite, primero como tragedia, luego como comedia. A estas alturas, aún no sabemos cómo terminará esta vez el problema catalán aunque mucho apunta a la comedia. No por haber rasgos cómicos en él como esas comparaciones con Luther King y el pueblo judío sino porque ya la versión previa el alzamiento del 34 contra la República acabó más en farsa que otra cosa. Hoy, en el marco mucho más amplio de la Comunidad Europea, tiene aún menos posibilidades de convertirse en drama, excepto para los personajes que tan mal han calculado el tiempo y las circunstancias. Ni siquiera en el escenario español se dan las condiciones propicias. Una Generalitat que está pidiendo dinero al Gobierno central para pagar los sueldos de sus funcionarios no es la más indicada para lanzar un desafío independentista. Artur Mas es más débil que Companys en el 34. El entonces president contaba con el respaldo de socialistas y liberales Azaña fue a ocultarse en Barcelona tras el fracaso de la intentona con los que Mas no cuenta. Quiero decir que ahora no hará falta emplazar un cañón frente al Palacio de la Generalitat. Bastará una resolución del Congreso español o una sentencia del Tribunal Constitucional, convertidos, paradójicamente, en puentes de plata de los nacionalistas moderados para escapar del callejón sin salida en que se han metido. Pero pedirán algo por ello. Siempre piden. Posiblemente, el reconocimiento de la excepcionalidad catalana dentro de España, que, hablando en plata, significa permitirles recaudar los impuestos que se pagan en su territorio. Si lo hacen vascos y navarros, dirán, ¿por qué no podemos hacerlo nosotros? Y ahí pueden contar con más ayuda que para la independencia. Empezando por la extrema izquierda, que ya les apoya inmoralmente, siguiendo con el PSOE, con su matraca del Estado Federal en el que cabe todo, e incluso con ciutadans y populares catalanes, que tienen que velar por sus votantes, ¿a quién le amarga un dulce? Será la hora de Rajoy. Dice que trabajará por lo que une a los españoles, no por lo que nos separa. Pero si da a Cataluña otro pacto fiscal, separará las comunidades españolas más de lo que están, y aprovecho para decir que conviene acabar cuanto antes con la excepcionalidad vasca y navarra, a lo que espero un día nos obligue la Comunidad Europa, si no somos capaces de ello. Pero ampliarlas, de ninguna manera. Significaría convertir la victoria preliminar en este pulso con el independentismo catalán en victoria pírrica final, o sea, en derrota. España es plural, pero la pluralidad no significa desigualdad. Significa diferentes climas, paisajes, lenguas, temperamentos, nada que ver con la igualdad ante la ley, que es de lo que se trata. Premiar el intento de secesión de los nacionalistas catalanes con ventajas económicas, sería, de hecho, haber cedido a su chantaje y continuar la deconstrucción de esta vieja, pero aún no exhausta, Nación- Estado. D PROVERBIOS MORALES JON JUARISTI DOBLETES El presidente de la Generalitat catalana ha convertido la opción federalista de la izquierda en pura subversión antidemocrática E L 6 de octubre de 1934, el presidente de la Generalitat de Cataluña, Lluís Companys, proclamó el Estado catalán en la República Federal española. No era una declaración de independencia, pero sí de rebelión abierta contra la II República, su gobierno y la constitución entonces vigente, la de 1931. El desafío, como se sabe, terminó bastante mal para Companys y la Generalitat. El Gobierno de coalición de los radicales y la CEDA, un gabinete de centro- derecha presidido por Alejandro Lerroux, no sacó tanques a la calle, pero sí cañones. Companys y sus consejeros fueron a parar a la cárcel y la autonomía catalana desapareció en la práctica hasta las elecciones de febrero de 1936. Conviene recordar las circunstancias históricas de la proclamación de Companys para entender su sentido. En primer lugar, las disensiones internas de la propia sociedad catalana, en la que no sólo se contraponían los intereses de los partidos catalanistas a los del bloque radical- cedista y los de todo el conjunto republicano a los del anarcosindicalismo, sino los del nacionalismo catalán conservador de la Lliga a los del gobierno de Companys por la cuestión candente de la llamada Ley de Contratos, un proyecto de reforma agraria que, además de enfrentar a la Generalitat con el Gobierno de la nación, había agravado la división del catalanismo. En segundo, la insurrección armada de los socialistas contra el Gobierno, culminación de una escalada de movimientos focales huelguísticos y de rebeliones administrativas (como la de los ayuntamientos vascos) impulsadas por el PSOE, el republicanismo de izquierda y los nacionalistas con la intención expresa de minar la legitimidad del gobierno salido de las urnas el año anterior. En este contexto se produjo la sonada proclamación de Companys. Dicha proclamación fue doble. No postulaba uno, sino dos sujetos políticos incompatibles con la Constitución de 1931: el Estado catalán y la República Federal española. No hay que hacer grandes esfuerzos de imaginación ni de memoria para adivinar cuál era el modelo que seguía el presidente de la Generalitat: el de la insurgencia cantonalista de 1873 contra la I República. Como entonces, se intentaba cambiar el sistema político por la vía de la rebelión abierta, al margen de los dispositivos legales arbitrados por la propia Constitución para su reforma. Las circunstancias actuales no son, evidentemente, las de 1934 ni las de 1873, pero el modelo subyacente al doblete anunciado el jueves por el presidente de la Generalitat catalana es el mismo que el de las proclamas insurreccionales de ambas fechas. Se trata de forzar el cambio del sistema político desde fuera de la legalidad. Es obvio que el mensaje que los nacionalistas catalanes han lanzado al conjunto de la sociedad española consiste en un dilema, es decir, en una falsa alternativa: tanto si el horizonte de la consulta anunciada es un Estado catalán no independiente, como el que proclamó Companys, o uno independiente, emplaza a todas las demás fuerzas políticas a cambiar el sistema pasando por encima de la Constitución de 1978. Es también obvio que el Gobierno de la nación no puede siquiera tomar en consideración los términos del dilema, porque su única opción, como ha vuelto a recordar Rajoy, es la defensa de la Constitución. La incógnita por despejar es lo que hará la oposición, y sobre todo su principal partido. La opción por una federalización como mal menor implicaría unirse a la impugnación insurreccional del sistema. Ya no es posible moverse alegremente entre la legalidad y el sueño. Como Companys en 1934, y también por la vía del doblete, Mas ha convertido la propuesta federal en subversión antidemocrática.

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