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ABC MADRID 23-11-2013 página 15
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ABC MADRID 23-11-2013 página 15

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC SÁBADO, 23 DE NOVIEMBRE DE 2013 abc. es opinion OPINIÓN 15 UNA RAYA EN EL AGUA EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA JFK A Kennedy lo mataron los mismos que al día siguiente lo lloraban E RA guapo, católico y follador. No fue, desde luego, el dechado de virtudes que ciertas hagiografías han pretendido divulgar; pero tampoco, seguramente, el presidente calamitoso y zascandil que han pintado sus retratistas menos benignos. Lo aureolaba esa aristocracia de la belleza y del dinero que tanto furor (no sólo uterino) causa entre las masas; y también esa suerte de fatalismo trágico que persigue a los héroes homéricos, a quienes una flecha traidora siempre hiere en el momento más inopinado. Muchos gobernantes voluntariosos o petardos han tratado de imitarlo, en su oratoria exultante y enardecedora (y también irremediablemente vacua) o en su apostura de príncipe encantado o simpático asaltacamas; pero las imitaciones siempre se han quedado en parodia chusca o remedo grotesco. Cincuenta años después, el magnicidio de Dallas sigue irradiando un magnetismo subyugador y venenoso un escalofrío de mercurio en mitad de la noche sobre quienes tratan de dilucidar el espíritu de nuestro tiempo. La imagen de John Fitzgerald Kennedy, tiroteado en la plaza Dealey, constituye el emblema más tenebroso de la democracia americana, ese punto de inflexión en el que el sueño ingenuo de una nación orgullosa de su mitología se transforma en pesadilla con hedor a letrina o sótano mal ventilado. Tal vez nunca sepamos quién asesinó a Kennedy la mafia, los servicios secretos, la cúpula militar, los agentes anticastris- tas, la industria del armamento o la Policía Federal de Hoover, que grababa sus escarceos sexuales en pisos francos para chantajearlo o ponerse cachondo pero ya nadie cree que fuera tan sólo Lee Harvey Oswald, aquel pobre diablo empachado de lecturas marxistas, desertor del Ejército y confidente de la KGB, al que cargaron el mochuelo. El intento de dilucidar el magnicidio de Dallas ha propiciado un enjambre de hipótesis conspiranoicas de la más diversa laya que siempe eluden el hecho fundamental; y es que, a la postre, a Kennedy lo asesinó la democracia misma, que como todas las religiones y sucedáneos religiosos requiere sus víctimas propiciatorias, su porción de sangre derramada en los altares. A Kennedy lo mataron los mismos que al día siguiente lo lloraban; y, de este modo, las pasiones más innobles del vulgo el resentimiento hacia el guapito de cara vástago de una familia de millonetis, la envidia hacia el mujeriego tarambana que se había pasado por la piedra a las tías más buenorras del planeta pudieron lavarse en sangre y sublimarse luctuosamente, como siempre ocurre en las tragedias griegas. Es probable que el brazo ejecutor de ese crimen colectivo fuera la mafia, a la que JFK había declarado la guerra; o los halcones del Pentágono, que sabían de su propósito de retirar las tropas del Vietnam y de descongelar la Guerra Fría; o los anticomunistas furibundos que atribuían a sus titubeos el fiasco de Bahía Cochinos... pero todo este pandemónium de intereses sórdidos, que acaso dentro de cincuenta o dos mil años logren desembrollar los historiadores, no basta para ocultar un hecho más gigantesco: las religiones y los sucedános religiosos se fundan sobre un sacrificio; y la democracia americana necesitaba la sangre de Kennedy como Saturno necesitaba la sangre de sus hijos para seguir manteniendo la credulidad de sus prosélitos. Los murciélagos que, desde las alcantarillas del poder, planearon aquel magnicidio que detuvo los relojes y la órbita de los planetas sabían perfectamente lo que hacían: estaban salvando la democracia americana, abasteciéndola con un mártir cuya rememoración alimentaría a las generaciones venideras. IGNACIO CAMACHO LA CUARTA ESPAÑA Junto a las clásicas dos Españas sectarias surge una cuarta excluyente que también abofetea y desdeña a la tercera L escritor y periodista Manuel Chaves Nogales pasó su corta vida denunciando las etiquetas doctrinarias de una nación fracturada. Su noble combate tuvo tan poco éxito que hubo de exilarse; para el sectarismo izquierdista era un burgués y para la derecha franquista un republicano. En su afortunado rescate intelectual tras muchos años de olvido ha sido considerado un epítome de esa tercera España emparedada por el extremismo banderizo de los cernudianos caínes sempiternos, por la mezcla de estupidez y crueldad que él mismo relató con mirada valiente, precisa e implacable. Chaves está hoy de moda minoritaria gracias al trabajo de investigadores y editores empeñados en recuperar la vigencia de su coraje moral y su brío literario, pero setenta años después aún es víctima del desolador, arrogante menoscabo de quienes, como señalaba Machado, desprecian lo que no saben. El consejero catalán de Economía, Andreu Mas- Colell, exprofesor de la materia en Harvard y Berkeley, forma pese a su sólida formación parte de esa grey tan nuestra que tiende a agrandarse en su propia ignorancia. Perplejo ante una frase de Chaves citada por un parlamentario socialista confesó con sinceridad que desconocía al personaje, pero se permitió una coletilla de prepotencia displicente: me suena a derechas El desconocimiento tiene pase; ni Mas- Colell es hombre aficionado a las letras puras ni le sobrará tiempo para informarse abrumado con la quiebra financiera de su Gobierno. Sin embargo, la despectiva y precipitada rotulación ideológica ¿tal vez, traición del subconsciente, porque los apellidos son españoles? lo delata como un miembro espontáneo de las tribus hemipléjicas que además de amargarle la vida al escritor continuaron arrinconándolo después de su muerte. Tal vez al consejero nacionalista le suene el nombre de Carrasco i Formiguera, democristiano catalán que fue perseguido por los anarquistas y comunistas para acabar fusilado por Franco. Otro espíritu independiente víctima del comprometido empeño de circular por la calle de en medio, que en este país donde los señalamientos nunca resultan inocentes es el sitio idóneo para resultar tiroteado desde las aceras. Carrasco, como Chaves Nogales, encarnaba ese ninguneado paradigma tercerista repugnado por los extremos de la barbarie. Sólo que ahora, como demuestra la ligereza de Mas- Colell, empieza a surgir una cuarta España, la de los españoles que no quieren serlo pero comparten los vicios y demonios de quienes sí lo son. Y esta cuarta España, igual de cerrada y excluyente que las dos clásicas, acaba siempre abofeteando por acción u omisión a la tercera. Triste destino el de los patriotas condenados a un destierro moral que empieza por la indiferencia, sigue con el desdén, continúa por la falta de respeto y tan a menudo acaba en el barranco de la intolerancia. E JM NIETO Fe de ratas

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