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ABC MADRID 22-11-2013 página 15
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ABC MADRID 22-11-2013 página 15

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC VIERNES, 22 DE NOVIEMBRE DE 2013 abc. es opinion OPINIÓN 15 UNA RAYA EN EL AGUA EL BURLADERO CARLOS HERRERA NO CON MI DINERO, LO SIENTO Obligar a todos, incluidas las víctimas, a pagarles el vermú con el que van a celebrar su libertad es, sencillamente, una grosería I GNORO la causa de la sobreactuación, de la áspera teatralidad con la que la izquierda se disfraza de legalista. Ignoro qué resorte se activa en sus representantes para exhibir esa aparente condición angelical con la que despachan asuntos relativos a la política carcelaria. Tanto PSOE como IU y diversos grupos nacionalistas se muestran partidarios de que los etarras excarcelados como consecuencia de la sentencia de Estrasburgo inspirada por López Guerra puedan acceder al sueldo social que la legislación prevé para reclusos puestos en libertad después de una larga condena. UPyD y PP accedían a ello siempre que los presos de ETA proclamaran, al menos, algún tipo de arrepentimiento, algún tipo de propósito democrático de enmienda. Incluso, yendo más allá, que desembolsaran las indemnizaciones a las que estaban obligados por las sentencias condenatorias que les fueron aplicadas. A ello se han opuesto los grupos arriba citados con argumentos que, casi, mueven a la piedad: es de ley que la reciban la paga y bajo ningún concepto se les va a privar de ello. Son los eternos complejos de la izquierda española para con el entorno del terrorismo. Los mismos que batieron palmas tras la sentencia europea sobre la doctrina Parot y su aplicación a reos condenados antes de la proclamación de la misma, los mismos que exigieron rapidez casi inmediata para la liberación por el mecanismo del desahucio exprés de sus celdas, son los que ahora reclaman, como si fueran sus abogados, una paguita con la que afrontar el fu- turo. El PSOE invoca, por demás, unos principios democráticos que no acaba de definir, pero que, según sus portavoces, no le permiten apoyar iniciativa alguna que cercene los derechos teóricos de los asesinos de ETA (a los que, tal y como manifiesta la sección navarra de su estructura, no se les debe llamar asesinos, ya que han cumplido su pena de prisión ¿Qué clase de principios le hace al PSOE pedir un sueldo sufragado por el Estado para los matarifes de ETA? Los individuos puestos en libertad esta misma semana son viejos conocidos de la sufriente comunidad de víctimas del terrorismo. Uno de ellos, Zabarte Arregui, conocido como el Carnicero de Mondragón asesinó a diecisiete personas, siendo una de ellas el policía al que remató luego de interceptar la ambulancia en la que lo evacuaban después de un atentado cometido por él mismo. Otro es el asesino que atentó contra la casa cuartel de la Guardia Civil en Vich mediante el método del coche cargado con doscientos kilos de amosal. Recordemos la heroicidad: dejó caer el coche hacia el patio en el que estaban jugando cinco de los niños a los que asesinó además de otros cinco adultos dejando un rastro de cuarenta heridos graves. Tal sujeto, Zubieta Zubeldía, proclamó en el juicio que esos niños no eran otra cosa que escudos humanos con los que pretendían protegerse los guardias civiles. Ha venido a completar la indecencia el alcalde de Vich, Vila D Abadal, reclamando el dinero con el que el ayuntamiento de la localidad sufragó los ataúdes en los que fueron enterrados. ¿Qué principios insisto proclama el PSOE y el resto de la banda para reclamar una paga del Estado para ellos? ¿Simplemente que les corresponde? Demasiada pureza. Extraños mecanismos impiden a la izquierda española sacudirse sus complejos y la llevan a exhibir una laberíntica red de criterios selectivos con la que seleccionar a su conveniencia el momento de mancharse las togas. ¿Es o no es paradójico que el PSOE, precisamente el PSOE, hable de principios? Deberían estar satisfechos con haber cumplido su parte del trato y haber conseguido la derogación de la doctrina de marras. El resto es innecesario: obligar a todos, incluidas las víctimas, a pagarles el vermú con el que van a celebrar su libertad es, sencillamente, una grosería. No con mi dinero, lo siento. IGNACIO CAMACHO LOS HÉROES TRÁGICOS El mito artúrico de los Kennedy está envuelto en el halo de una leyenda dramática de semidioses malditos O es fácil llamarse Kennedy y morir en la cama. Si la mitología clásica se basaba en invenciones fabulosas en las que los dioses se comportaban a semejanza de los seres humanos, los mitos modernos se alimentan de hechos extraordinarios en los que los hombres parecen vivir un destino trágico de dioses. El de la familia Kennedy está envuelto en el halo de una leyenda dramática de héroes contemporáneos sacrificados prematuramente en el altar de su sobreacelerada intensidad vital, de un hiperactivo dinamismo aventurero que proyectaba a los miembros del clan hacia un vértigo histórico en el que la muerte temprana se constituía en premisa indispensable de la gloria. Predestinados para desenvolverse en el áureo escenario del poder lo ocuparon con tan vehemente energía y tan entusiasta pasión que sólo podían hacer mutis en un final de proporciones épicas. Construidos con la shakespeareana materia de los sueños no habían nacido para envejecer dando conferencias. El magnicidio de JFK sigue siendo medio siglo después uno de los más sugestivos espectáculos de la Historia. Sin ese precipitado epílogo violento y magnético, rodeado del aura misteriosa de la conjura, la presidencia de Jack Kennedy estaría envuelta en el prosaísmo de unos juicios políticos ambivalentes que tal vez no hubiesen resistido el veredicto pragmático de la distancia y el tiempo. Pero tanto el asesinato de Dallas como el de Bobby en Los Ángeles dibujaron sobre la estirpe bostoniana un aura inmarcesible de malditismo. Su hermano mayor murió en la guerra y el menor se suicidó civilmente en la noche de Chappaquiddick. Alrededor de su linaje se levantó una bruma quimérica de fatalismo que agranda su dimensión legendaria con el marchamo de un sino de interrogantes frustradas. Vivieron con ímpetu arrebatado en un olimpo incompatible con el aburrimiento y la normalidad, y les correspondía morir como titanes, atrapados en su furioso desafío de semidioses. Es probable que el mito de Camelot no hubiese resistido el escrutinio de la rutina. Ben Bradlee, primero vecino y luego amigo, dejó escrito que la azarosa vida sexual del presidente le habría conducido hoy ante un Gran Jurado. Aquel fascinante relato político, escrito con la seductora retórica de una epopeya, necesitaba un desenlace de proporciones artúricas que dejase en la posteridad el desconsolador vacío de un Grial perdido y de un edén disuelto. El estampido seco del rifle de Oswald fue como el wagneriano golpe de tambor que cerraba la deslumbrante cabalgata de valkirias que el kennedysmo desplegó sobre un mundo absorto en su iluminada peripecia. JFK, el príncipe demiurgo, el carismático seductor de liderazgo irrepetible, se convirtió con su muerte precoz en el icono de una utopía. Murió joven, como quería James Dean, y no fue un bello cadáver porque la maldita tercera bala le destrozó su atractiva, inconfundible y perfilada cabeza de patricio. N JM NIETO Fe de ratas

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