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ABC MADRID 16-11-2013 página 14
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ABC MADRID 16-11-2013 página 14

  • EdiciónABC, MADRID
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14 OPINIÓN VIDAS EJEMPLARES PUEBLA SÁBADO, 16 DE NOVIEMBRE DE 2013 abc. es opinion ABC LUIS VENTOSO EL INVIERNO DE DYLAN Dicen que es el artista vivo más importante y Francia lo condecora E L miércoles la ministra de Cultura de Francia, una escritora de 40 años de buen porte, colgó la medalla de la Legión de Honor en la solapa izquierda de la chaqueta de un engruñado Bob Dylan. Aurélie Filippetti, que debe ser fan entregada, agotó los superlativos. Entre otras flores, llamó a Dylan poeta rebelde, inspirado por las más bellas plumas de la disidencia héroe de la juventud encarnación de la fuerza subversiva de la cultura El viejo Bob (72 años) escuchaba impávido, ataviado con una de sus levitas imposibles, a medio camino entre un zíngaro emperifollado y un húsar echado al kitsch. El rostro de Dylan resulta hoy una máscara hierática, inescrutable. Pero, aun así, traslucía una evidente incomodidad ante el ministerial botafumeiro. Cuando Filippetti concluyó su oda, le tocó el turno a Bob. Me siento orgulloso y agradecido. Ya está Siete palabras roncas mirando al techo. La ministra de Hollande no había entendido nada. Empaquetar a Dylan, para muchos el mayor artista vivo, en la apretada etiqueta de cantautor protesta rebela un desconocimiento serio. Dylan, un judío de familia burguesa, criado en el frío y la montaña, era una esponja. Cuando se fue de casa, casi imberbe y con la única compañía de una guitarra de palo y una armónica, aprovechó su periplo errabundo para apalancarse en los sofás de casas ajenas y formarse por su cuenta. Pero elegía: deglutía las bibliotecas, de Rimbaud a Dylan Thomas, pasando por Von Klausewitz o Sun Tzu, lo que cayese. Machacaba, hasta memorizarlas, vetustas grabaciones del cancionero tradicional de discotecas de caseros y amigos. Bobby vampirizó sin rubor el legado de Woody Guthrie, ejerció de mentirómano compulsivo (especialmente con ellas) apuró la bohemia neoyorquina y buscó el calor de los folkis de la protesta, hasta convertirse en su príncipe. Pero su plan era mucho mayor: lo mezcló todo en las neuronas privilegiadas que bullían bajo sus rizos y creó un compuesto nuevo. Simplemente convirtió la canción en un género adulto. Ahora un músico podía ser también un poeta mayor. E hizo más: pronto plantó el ronroneo protesta y se tornó eléctrico, sofisticado, psicodélico, moderno. El descubrimiento lo convirtió en un héroe para la juventud mundial, un profeta un mesías El viejo Bob ha confesado que todo aquello le daba náuseas: Me sentía un trozo de carne arrojada a los perros E inició el repliegue. Exageró las secuelas de un accidente de moto y se recluyó para criar a sus hijos y cultivar la vida doméstica. Viró al country. Hizo discos intencionadamente malos. Pero el gitano siempre regresa al carromato. Pronto lo llamó otra vez la carretera y volvió a derrochar talento. Luego descubrió a Jesús y en los ochenta se extravió (una década de baterías programadas y laca no podía ser la de Dylan) Cuando ya se le daba por enterrado, volvió en los 90, convertido esta vez sí en un profeta cavernoso, pregonero de la desolación. Hoy grazna más que canta. Lo que fue una antorcha ya es solo una vela grata. Pero sigue viendo cosas que nadie ve y ha encontrado su camino: seguir cantando cada noche hasta quedarse parado para siempre en el hotel de algún villorio, o en el escenario de algún parking perdido. Dylan no es para ministros. Para él lo único importante es la carretera. Seguir andando. Libre. Lejos de todo despacho. LLUVIA ÁCIDA DAVID GISTAU BONNIE CLYDE En algún momento, el caso Urdangarín, o más bien sus ramificaciones políticas, quedó fijado en una posición en la que crujían las tensiones E L escrito del fiscal Horrach me recordó un capítulo en el que a Tony Soprano su mujer le preguntó qué había ocurrido para que tuviera que prepararse para la posibilidad de una detención por el FBI: Después de tantos años respondió él ¿ahora de repente quieres saber? ¿Ahora de repente quieres saber cómo pago la mansión en la que vives, el Mercedes que conduces y las joyas que guardas en tu tocador? En este sentido, el papel de la Infanta Cristina en la trama de Urdangarín bascula entre dos hipótesis igual de poco lucidas. O es la cómplice que espera fuera con el motor del coche en marcha, a lo Bonnie Clyde, como ya ha decidido la imaginación popular. O es la mujer que nunca quiso saber. Ni siquiera cuando su nombre y su condición eran utilizados como señuelo. La investigación escora hacia lo segundo, para gran decepción de los tertulianos atildados que, a menudo sin saberlo, descienden de Hébert y olfatean la autopista hacia la posteridad de un alegato contra María Antonieta. En estos tiempos, el Sistema padece una gran debilidad por la que cree que ha de ganarse constantemente la legitimidad que conceden el mentidero, el periodismo, la tertulia del café. Es decir, todas las hogueras emocionales contra la cuales se pensaron las leyes, su estudio y su aséptica ad- ministración. Lo que nunca han de hacer un magistrado o un político es actuar cohibidos por el tipo que se sube a un cajón de huevos en el Speaker s Corner para gritar: si eso ocurre, se cae todo. En el caso de la Infanta, esta sumisión institucional ha llegado a un extremo tramposo en el que jueces y fiscales actores del Sistema se encontraron atrapados en un margen muy estrecho: o escarmentaban a la Infanta, sólo porque el prejuicio general tenía ese apetito, o demostraban que no eran sino corruptos entregados servilmente a una Corona despótica. Los magistrados deben ser capaces de aislarse del ruido externo. Pero éste es tan poderoso e intimidatorio que el propio fiscal Horrach se sintió obligado a entreverar con los argumentos técnicos de su escrito unos cuantos párrafos de auto- justificación y vindicación de su prestigio profesional que sólo pueden haber sido inspirados por el pavor al público. En el lado contrario, está el juez Castro. Que también es consciente de su personaje creado y de su público, el que lo jaleó tanto por su advenimiento como azote de la monarquía y que ahora no le perdonaría el anti- clímax de un final sin la imputación y sin el paseíllo ante los tribunales, entre caceroladas y exabruptos, esta vez protagonizado por una Borbón genuina, que no por un yerno. Esta inercia de los prejuicios es ya imparable. En algún momento, el caso Urdangarín, o más bien sus ramificaciones políticas, quedó fijado en una posición en la que crujían las tensiones. La Corona quiso aislarlo para que no se propagara la intoxicación. Fue cuando el Rey prácticamente anticipó una condena en su discurso de Navidad y en la chismografía se anunció el divorcio forzado. Pero, durante ese tiempo, las fuerzas contrarias quisieron empujar dentro del meollo delictivo a la Infanta, para evitar así que el foco de corrupción fuera sellado sin afectar a partes más sensibles del linaje, más difíciles de extirpar y de sacar en carretilla del museo de cera. Ante ese pulso, que es político, y encomendada la legitimidad del Sistema al infalible furor popular, ¿de verdad le importan a alguien los tecnicismos, y los informes, y las investigaciones, y demás mandangas jurídicas?

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